“Es de esperar que Europa haga algo, pues no es posible que se pueda asistir a espectáculos tan odiosos”, aseguró L’Équipe en su número del jueves 11 de abril de 1974: “Inútil es decir que los españoles son culpables en un 90%. Jamás de los jamases hemos sido testigos de tales violencias que verdaderamente no hacen ningún honor al fútbol español”. El día antes, Miércoles Santo, el Celtic de Glasgow y el Atlético de Madrid se habían enfrentado por primera vez en su historia, delante de más de 70.000 almas en Celtic Park y en un partido de las semifinales de la Liga de Campeones que, según dijo el Times de la época, “quedará escrito en el libro negro de las competiciones europeas de fútbol”. “El partido ha pasado a la memoria colectiva como el símbolo de la garra y el carácter rojiblanco”, afirmó el diario As hace unos años.
El Atlético se había clasificado para la máxima competición continental tras alzar su séptima liga, la tercera en una década tras las de 1966 y 1970, y había derrotado al Galatasaray, al Dinamo de Bucarest y al Estrella Roja. Era su tercera presencia en semifinales en cuatro participaciones: había caído en semifinales en 1951 y en 1971 ante Real Madrid y Ajax, campeones de esas ediciones, y en octavos de final en 1966 ante la Vojvodina serbia. El Celtic había eliminado al TPS Turku finés, al Vejle danés y al Basilea suizo. Estaba dirigido por el célebre Jock Stein, que en 1965 se convirtió en el primer técnico no católico del Celtic y que en 1967 le dio su primera y única Copa de Europa. El equipo volvió a la final en 1970, pero hincó la rodilla ante el Feyenoord. En Celtic Park sobresalían Jimmy Johnstone y Kenny Dalglish, antes de partir hacia Liverpool.
La previa de Mundo Deportivo relataba que en el entrenamiento del Atlético en Glasgow ocurrió “un incidente desagradable entre dos futbolistas que, afortunadamente, no ha pasado a mayores. ‘Panadero’ Díaz se empleaba con mucho ímpetu y, en ocasiones, incluso hacía gala de una dureza poco normal en estos lances. Por dos veces entró con violencia a Ovejero y éste, molesto por el comportamiento de su compañero, perdió el control y se enzarzaron en una lucha que tuvo ribetes de callejera”. La hinchada del Celtic recordaba a ‘Panadero’ Díaz por el duro marcaje que ya había realizado sobre Johnstone en la final de la Copa Intercontinental de 1967, ganada por el Racing Club de Avellaneda. Su apodo era ‘Panadero’ por el oficio de su padre. La prensa escocesa le calificó de “asesino” durante la previa.
“Me expulsaron porque le pegué una patada en las costillas a Johnstone, que me estaba dando un baile impresionante y me volvía loco. Pero ellos tampoco eran santos”, reivindicó ‘Panadero’ Díaz en una entrevista
Lorenzo, consciente del potencial del Celtic y de la dificultad de Celtic Park, dispuso un once inequívocamente defensivo para que la eliminatoria llegara viva a Madrid, con Reina; Melo, Ovejero, ‘Panadero’ Díaz; Benegas, Eusebio; Heredia, Adelardo, Gárate, Irureta y Ayala. “Lorenzo, que mentalizó a sus futbolistas para que no se arredrasen, dispuso seis defensas para resguardar la portería de Reina”, aseguró la Agencia EFE. El partido, según la crónica de Mundo Deportivo, “fue haciéndose borrascoso hasta terminar en una guerra”. Para ver la dureza del encuentro basta con buscar algún resumen en YouTube. El turco Dogan Babacan mostró la primera tarjeta amarilla en el minuto 7 según BDFutbol, a Rubén Ayala. Y la segunda en el 13′, al citado ‘Panadero’ Díaz. Los dos fueron expulsados, en los minutos 62′ y 63′. También sería expulsado Quique: en el 81′, solo once minutos después de reemplazar a Gárate. El Atlético acabó el partido con ocho hombres. “Me expulsaron porque le pegué una patada en las costillas a Johnstone, que me estaba dando un baile impresionante y me volvía loco. Pero ellos tampoco eran santos”, reivindicó Díaz en una entrevista en As.
“Quique y ‘Panadero Díaz’ se fueron a la calle tras dos entradas durísimas porque no sabían qué hacer para detener a Johnstone, un diablo con el balón. Nos sometieron a un acoso constante: en todo el segundo tiempo no pasamos del centro del campo”, recordó Gárate en un reportaje de El País de 2011. En el mismo texto Adelardo aseguraba: “Johnstone era dificilísimo de parar por lo legal porque era muy pequeñito y te salía por los dos lados… Se paraba, te amagaba, recortaba y arrancaba como un obús. Era buenísimo con el balón. Aprovechó que Babacan era un árbitro muy riguroso para buscarles las cosquillas a todos los que pasaban por el lateral izquierdo”.
“Busqué intimidarle, porque sabía que si le entraba me iba a la calle. Le llamé de todo. Por la cara que ponía creo que me entendió. Al final le dije ‘te espero en Madrid'”, añadía. “Las cosas como son: no se puede hacer lo que hizo ‘Panadero’, que fue a por la rodilla de Johnstone y casi le arranca la cabeza”, reconocía Reina. El Atlético hizo un total de 51 faltas. “A lo largo de mi carrera me dieron muchas patadas, pero nunca tantas en un mismo partido como aquellos argentinos del Atlético”, enfatizó Johnston en El País en 2002. El texto de 2011 del mismo periódico recogía, también, el testimonio del ‘Cacho’ Heredia: “Estuvimos cercados, como en la guerra de Vietnam. Como decimos en Argentina estaban bombardeando el rancho, pero nos mentalizamos para que no nos cobraran ni un penalti. Se tuvieron que contentar con un sinfín de faltas laterales que les concedió Babacan”. No hubo goles: el Atlético, atrincherado, logró sobrevivir al asedio y terminó arañando un valioso empate tras resistir de manera heroica.
El Atlético perdió cuando estaba a un paso del campeonato europeo, pero la afición aún recuerda aquel equipo, aquella final y aquella batalla de Glasgow. “Fue agónico, digno de un poema épico, de La Ilíada de Homero”, dijo Gárate
El reportaje contaba que “la tensión terminó de explotar con el pitido final: ‘Fuimos a la carrera a protestarle al árbitro, y nos cayeron palos por todos lados. La policía, que debía estar para protegernos, nos metió a porrazos en el vestuario’, explica Melo. ‘A Ayala le agarraron del pelo y le dieron una patada en el culo. Y yo me fui con el placer de pegarle a un policía’, apunta Heredia. ‘Yo me abrí camino por el túnel de vestuarios repartiendo patadas’, añade Reina. ‘Nos tuvieron que sacar escoltados y, ya en el aeropuerto, cuando el funcionario vio la nacionalidad de mi pasaporte, lo escupió y lo tiró al suelo’, concluye Ovejero”.
El texto se publicó coincidiendo con el quinto partido entre los dos equipos: en la fase de grupos de la Europa League del curso 2011-2012, que acabaría en las vitrinas del Atlético tras la final de Bucarest ante el Athletic Club de Marcelo Bielsa. Antes del partido entre el Atlético y el Celtic Billy McNeill, capitán escocés en 1974 y campeón de Europa en 1967 como Johnstone, declaró en el periódico The Scottish Sun: “El Real Madrid es la aristocracia del fútbol europeo. Sin embargo, sus vecinos son la escoria. Ni siquiera merecen compartir esa magnífica ciudad. El Atlético seleccionó a un equipo específico para destruirnos, asesinos que no iban a disputar la vuelta en España. El valor que Johnstone mostró frente a esos matones fue sorprendente. Si algunos de los golpes sobre Jinky hubieran sido en la calle varios animales del Atlético habrían acabado en la cárcel”. El Atlético, vestido con camiseta y pantalón azul, provocó indignación en el equipo escocés y también entre su afición y su prensa.
Los periódicos británicos pidieron en esos días la exclusión del Atlético del torneo o la disputa del partido de vuelta en terreno neutral, mientras que la prensa internacional hablaba de un árbitro que aplicó el reglamento, “decidido a no retroceder ante ningún sacrificio” según L’Équipe. La prensa española ponía el foco en su criterio, a excepción de algunos medios como Mundo Deportivo. Su crónica señalaba que “el Atlético se llevó la eliminatoria al bolsillo, pero a costa de dar un triste e innecesario espectáculo” y que “tras el silbato final hubo combate de boxeo en el túnel de los vestuarios con agresiones mutuas entre los jugadores e intervención de la policía”.
“Nos tuvieron que sacar escoltados y, ya en el aeropuerto, cuando el funcionario vio la nacionalidad de mi pasaporte, lo escupió y lo tiró al suelo”, recordaba el atlético Ovejero
Mundo Deportivo hablaba de un “pésimo embajador” y un “espectáculo deprimente”: “La dureza, la violencia, las malas maneras y la antideportividad predominaron a lo largo y ancho del partido para coronarse con una traca final tan reprobable como lo hasta entonces visto. El Atlético se ha traído un empate a cero que, en las condiciones de inferioridad en que luchó, es casi una proeza. Pero se trae también, desgraciadamente, una etiqueta negra que, por mucho que nos duela, es enteramente merecida. No le echemos la culpa al árbitro, que tardó demasiado en mostrar su autoridad. El fútbol es algo más que defender unos colores o una prima: algunos jugadores del Atlético y alguno que otro del Celtic parecieron ignorarlo. Lo de anoche fue vergonzoso para quienes miramos el deporte como algo más que la conquista de una victoria al precio que sea”.
En cambio, el NO-DO destacaba el arbitraje “especialmente desafortunado del colegiado turco señor Babacan” y Marca le tildaba de “loco”. As se expresaba en la misma línea, lamentando “la locura arbitral” y “el robo de una noche escocesa”: “Babacan fue autor de un expolio que pasará a la historia de los roba arbitrales. Pocas veces el cronista se ha encontrado con un arbitraje tan descaradamente casero como el de anoche en este Celtic Park, donde las esperanzas rojiblancas estuvieron a un centímetro de su entierro deportivo”. La crónica del Nuevo Diario incluso le calificaba de “payaso”: “Desconozco si será cuestión de los cromosomas de herencia, de una especie de antipatía personal exacerbada contra todo lo relacionado con España por eso de que tanto su madre como, imagino, su padre nacieron en Turquía, pero lo cierto es que el colegiado de esa nacionalidad que ayer le cayó en desgracia al Atlético no solo estuvo, a punto a causa de su monstruosa incompetencia, de robarles de forma miserable el partido a los madrileños, sino que a punto estuvo también de originar gravísimos daños a jugadores, directivos, entrenador y cuantos españoles nos encontrábamos en el estadio”.
Al final el Atlético pagó su dureza, de nuevo según EFE, “con seis bajas para la vuelta, con una multa de dos millones de pesetas y con la amenaza de la UEFA de expulsarle de las competiciones europeas si el comportamiento de su afición no era el adecuado en la vuelta en el Vicente Calderón”. Pero el 24 de abril se impuso el juego y sobre todo el juego del Atlético, que venció al Celtic con goles de Gárate y Adelardo para lograr un billete para la primera final de la Liga de Campeones de la historia del club. Luis Aragonés adelantó al conjunto madrileño en el minuto 114 de la final, el miércoles 15 de mayo de 1974 en Bruselas, pero el Bayern de Múnich empató por mediación de Schwarzenbeck en el último suspiro de la prórroga y en el partido de desempate, dos días después, se impuso por 4-0 con sendos dobletes de Hoeness y Muller. El Atlético pereció a un paso de la gloria, pero la afición aún recuerda aquel equipo, aquella final y aquella batalla de Glasgow. “Fue agónico, digno de un poema épico, de La Ilíada de Homero”, dijo Gárate en El País.
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