No resulta habitual que dos mitos del fútbol como ‘Laci’ Kubala y Alfredo Di Stéfano llevaran su amistad hasta vínculos fraternales. Y menos aún que el tercero en discordia, generador de tal relación, sea otra leyenda como Josep Samitier. Empecemos por el artífice, ese ‘Sami’ que había sido considerado uno de los futbolistas más relevantes de Europa en la década de los 20, cuando el FC Barcelona vivía la llamada ‘Edad de Oro’ de la entidad. Años más tarde, el apodado ‘Mago del balón’ regresó a Les Corts para conseguir como entrenador la segunda Liga del club y primera de la posguerra.
Samitier era, con unanimidad al respecto, todo un personaje dotado de un irresistible don de gentes, un torrente de simpatía mezclado con astucia natural. En su juventud se hizo íntimo de Carlos Gardel y durante su corto exilio en la Costa Azul, hizo lo propio con personalidades francesas como Maurice Chevalier o la Mistinguett. Abreviando una prolija biografía, alcanzada la década de los 50, Samitier había hallado refugio en la dirección técnica del Barça. Una Liga perdida en el último instante ante el Sevilla le convenció de cambiar el banquillo por el despacho, pasar del tópico potro de tortura a sacar partido de su sensacional ojo clínico para descubrir talento. Atrás quedaba ya haber implantado, junto a Benito Díaz y otros adelantados, la novedad táctica de la WM reinante en el Viejo Continente.
En las oficinas se vivía mejor. Total, lo único que debía hacer era utilizar sus dotes de observación para cazar promesas y vestirlas de blaugrana. Ya lo intentó con René Pontoni, el formidable ariete de San Lorenzo de Almagro durante su legendaria gira por España del 47, pero la autarquía franquista, la imposibilidad de reforzar escuadras con extranjeros por su coste, le negó el capricho.
En cambio, un par de años después, acertaría en la diana con un hombre llamado a iniciar una nueva época, la moderna, no solo en el Barça, sino en el balompié hispano. Su nombre, László Kubala.
El recorrido vital del húngaro, digno de la mitología griega, es harto conocido. Lo repasaremos de manera telegráfica.
Nacido en Budapest y amigo de infancia de Ferenc Puskás, había sido internacional con su país de origen y también con Checoslovaquia, de donde procedía su madre. Obsesionado con el fútbol y el refinamiento de su prodigiosa técnica, Kubala parte al exilio en la posguerra europea. Bajo el comunismo, si no acatabas las reglas del régimen totalitario, resultaba prácticamente imposible vivir del balón. En cambio, en las democracias en reconstrucción, le esperaba la buena vida que anhelaba disfrutar. Optó por el exilio, pasó un viacrucis para abandonar el país y cruzar Austria hasta Italia, estuvo a punto de morir en la catástrofe de Superga cuando el ‘Grande Torino’ pretendía incorporarle a filas y sesteó en el Pro Patria hasta que se presentó la ocasión. Junto a su cuñado, el afamado entrenador Ferdinand Daučík, se enroló en una tropa de mercenarios, apátridas y exiliados procedentes del Este que adoptaría el nombre de Hungaria. Y con ellos salió de gira, con la indisimulada pretensión de hallar destino profesional a los apuntados en la aventura.
5 de junio de 1950. Kubala deslumbra en un amistoso de preparación de la selección española que disputará el Mundial en Brasil. Y el Madrid le lanza las redes, aunque esté sancionado por la FIFA a causa de su deserción.
La gira continúa en Barcelona y, de camino, se sube al tren Samitier acompañado por un intérprete. Pone sobre la mesa la oferta definitiva que le cautivará. Al margen de mejorar el pastón que ofrecían los blancos, el Barcelona contratará a Daučík como ‘míster’, el detalle que le faltó a la diplomacia de Bernabéu. Bajo identidad falsa, Samitier le hará entrenar en Les Corts mientras mueve hilos, incluso entre las altas esferas del Estado. No en vano, ‘Sami’ era idolatrado por el mismísimo Francisco Franco, admirador suyo y gran futbolero pese a que sus hagiógrafos lo nieguen, ya que la afición por el balón no casa con la imagen de estadista.
Su legalización también resulta rocambolesca, acorde con el conjunto. Le nacionalizan español, le cristianizan en el pueblo de Muñoz Calero, presidente de la FEF, y se le hace una campaña de prensa para presentarlo como un prófugo del comunismo que ha preferido abrazar la libertad española. Cosas de la propaganda dictatorial. El caso es que a la postre funciona y Kubala ya puede debutar legalmente, aunque haya tardado largos meses en estrenarse.
Kubala reconocería que “nunca me sentí celoso de Di Stéfano por el hecho de ganar Copas de Europa. Era mi amigo y estaba feliz al comprobar que las cosas le iban bien. Nunca he escondido que deseaba jugar con él”
Y su aparición resulta el acabose. El rubio magiar presenta credenciales nunca vistas en nuestro balompié: tira faltas con efecto, protege el balón con el cuerpo, lanza milimétricos envíos a 40 metros y presenta una facha, un carisma abrumador. Enseguida se convierte en todo un fenómeno social. Además, llega a un vestuario que solo necesita su ingrediente para cuajar de manera formidable.
Es tan buen chico que le apodan ‘Cabezón’ y cautiva a los compañeros con ese batiburrillo de palabras aprendidas en Italia. No solo no le envidian, sino que se los mete en el bolsillo de buenas a primeras. Incluso a César Rodríguez, el ‘Pelucas’, líder de aquel Barça, que se convierte en su compañero de fatigas dentro y fuera del campo. Llega el arrollador equipo ‘de las Cinco Copas’, que goza de un multitudinario recibimiento cuando regresa de París con la Latina, última del lote. Todo parece un sueño. La realidad ha superado incluso las previsiones de Samitier. Incluso Daučík ha triunfado en el banquillo sin obstáculo alguno. En el edulcorado guion, algo se tuerce.
Turno para Di Stéfano
Octubre del 52. En un chequeo rutinario, los médicos hallan tuberculosis en Kubala. En su pulmón, un agujero redondo como una moneda de plata. Fatalismo en el entorno ‘culé’, ahora que habían hallado la piedra filosofal. Enseguida, los peores augurios, el recuerdo de otros futbolistas que han tenido que retirarse por la enfermedad. El húngaro es recluido en Monistrol de Calders, localidad donde permanecerá tres meses.
El barcelonismo se teme lo peor y Samitier moviliza recursos en busca de un reemplazo de postín por si se confirma el pronóstico de adiós. No tiene dudas. El mejor sustituto es Alfredo Di Stéfano, la estrella del rutilante Millonarios de Bogotá, una constelación reunida por el empresario Alfonso Senior en Colombia con la pretensión de ganar dinero a mansalva con sus giras. El equipo se llamaba Municipal, pero pasa a ‘Millonarios’ tras la apuesta, única en su época. Samitier sabe que Di Stéfano lleva fatal rondar en avión por medio mundo, tal es su aversión a los vuelos. Por mucho que les apoden ‘El Ballet Azul’, no le compensa el susto que pasa a cada salida.
En marzo del 52, el rubio argentino brilla en Chamartín con motivo del torneo que el Real Madrid organiza para sus Bodas de Oro. Es el líder indiscutible del conjunto, un hombre todoterreno que empuja a los compañeros, que se mueve incansable por todo el campo, con un sentido competitivo descomunal. ¿De dónde sale este figurón?
Alfredo Di Stéfano es todo un carácter, sin duda. Firme en sus convicciones, un tanto huraño, de pocas palabras y directo, sin atisbo de diplomacia, ‘La Saeta Rubia’ nació al fútbol en el River Plate de la legendaria ‘Máquina’. Muy joven aún, se erigió junto al ‘Maestro’ Pedernera y a ‘Pipo’ Rossi en cabecilla de la rebelión de aquellos futbolistas que, aún llenando estadios en la época dorada del fútbol argentino, apenas llevaban pan a casa. El beneficio iba directo a las arcas de los clubes y sus directivos. Hasta aquí hemos llegado. Convocan una huelga seguida de manera multitudinaria, estamos en 1949.
Senior pone su plan en marcha, relanzando una liga colombiana llamada Dimayor, aunque el mundo la conoce por ‘Liga Pirata’, que topa con la prohibición de la FIFA. Da igual. Colombia vive un tiempo irrepetible y por Millonarios pasa una constelación de jugadores de primer nivel, integrando dos equipos que pueden jugar al tiempo la liga y aprovechar su fama con bolos por Sudamérica y Europa. Han venido de Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay, Brasil e incluso Inglaterra ante la llamada del dólar. Forjan leyenda a ritmo vertiginoso.
Entre ellos figura un hábil delantero uruguayo distinguible por su bigote a lo Clark Gable y su cabello engominado. Se llama Ramón Alberto Villaverde y se convertirá en otro nexo de amistosa unión con Kubala y Di Stéfano cuando los tres coincidan en España. Al final, la FIFA pone coto a la aventura colombiana: antes de octubre del 54, los fichajes de la ‘Liga Pirata’ deben regresar a sus equipos de origen. Por tanto, Millonarios lleva ya fecha de caducidad incorporada.
Nada más llegar a Barcelona, Kubala invitó a Di Stéfano y familia a mudarse a su chalet. El argentino le confesó al húngaro que “tengo muchísima ilusión por jugar a tu lado y no discutiremos por el puesto, eso seguro”
Mientras tanto, ‘Laci’ Kubala protagoniza una milagrosa recuperación. En febrero del 53 ya no existe rastro de su enfermedad y vuelve a capitanear la formación azulgrana en Les Corts. La afición suspira aliviada y Samitier no abandona el proyecto de recambio. Total, el Barça vive años de euforia provocada por la mejoría deportiva, llena el campo sistemáticamente hasta la bandera y se las promete felices en lo económico.
Por lo tanto, no renuncian al interés por Alfredo Di Stéfano, que se ha declarado en rebeldía. El Barça lanza las redes y el 7 de mayo cierra un acuerdo con el jugador. Realicemos un parón en el camino: no es objetivo de este artículo el llamado ‘Caso Di Stéfano’ que protagonizarían Barcelona, Real Madrid, Millonarios, River Plate y los estamentos del fútbol español. Existe abundante literatura al respecto, a menudo decantada hacia intereses y colores concretos. Si aceptan la recomendación, Jordi Finestres y Xavier García Luque realizaron años atrás un formidable trabajo de investigación en forma de libro al que llamaron, precisamente, El Caso Di Stéfano. Se lee como la mejor novela policiaca y arroja luz sobre una situación que marcó a fuego el porvenir del juego en España.
Alfredo Di Stéfano y su familia llegan a Barcelona el 24 de mayo de 1953. Samitier actúa de anfitrión y los recién llegados se alojan en un moderno hotel de apartamentos situado en la Gran Vía, literalmente a dos pasos de Passeig de Gràcia, en pleno centro.
Desde el primer momento, Di Stéfano y Kubala se caen sensacional, a pesar de sus dispares personalidades. El argentino le confiesa al húngaro, según la prensa de la época, que “tengo muchísima ilusión por jugar a tu lado y no discutiremos por el puesto, eso seguro”. Con fines promocionales, aunque el telón de la temporada esté a punto de caer, las publicaciones catalanas muestran reportajes con los dos cracks peloteando en Les Corts. El tándem promete.
A las pocas semanas de estancia, el generoso Kubala, siempre tan desprendido, propone a los Di Stéfano que abandonen el frío apartamento y les invita a mudarse al chalet que ‘Laci’ ha popularizado en la calle Duquesa de Orleans, en la parte alta de Barcelona. Decimos popularizado porque, a la sazón, no existía casa más conocida que aquella en la ciudad. Kubala ha creado incluso una segunda dependencia en el jardín por donde se suceden todo tipo de exiliados escapados del Este comunista que necesitan un refugio como hito previo a reordenar su vida. Allí pasan el verano todos juntos, con algunos desplazamientos a Sant Quirze de Safaja y otras localidades turísticas. Dos familias que se convierten en inseparables.
Di Stéfano y Kubala, unidos para siempre
El 22 de agosto de 1953, la Federación prohíbe el fichaje de jugadores extranjeros ante el escándalo que genera un lío de contratos, que crece ya como un suflé y preside las portadas de la prensa deportiva. Semanas antes, Raimundo Saporta ha echado el anzuelo prometiéndole a Di Stéfano que tiene las puertas del Madrid abiertas de par en par.
El fenómeno argentino se está poniendo de mal humor. Nadie del Barcelona le explica a las claras qué demonios sucede y él se siente una mercancía. Al final, ahorremos infinidad de detalles, acabará en la Castellana, vestido de blanco, preparado para capitanear la revolución en el Real Madrid, su conversión en máxima potencia continental. El punto de inflexión se produce el 23 de octubre, cuando el Barça tira la toalla y renuncia al contrato firmado. Pero el recuerdo de Barcelona, al menos de las personas que lo acogieron de forma tan altruista, prevalecerá para siempre en el hombre que cambiará el curso de la historia en el fútbol español.
Siempre que podían y sus agendas deportivas les dejaban un hueco, uno u otro se escapaban de Madrid o Barcelona para poder cenar juntos y compartir largas horas de sobremesa
Desde entonces, según recordaba otro íntimo de Kubala, el central Gustavo Biosca, siempre que podían y sus agendas deportivas les dejaban un hueco, uno u otro se escapaban de Madrid o Barcelona para poder cenar juntos y compartir largas horas de sobremesa. Una serie de bares y restaurantes de ambas ciudades quedaron como discreto testimonio de aquellos férreos lazos de amistad.
Largas madrugadas de risas, anécdotas y compadreo a las que se sumará Villaverde cuando aterrice en Les Corts. El extremo e interior uruguayo siempre podrá alardear de su estrecha relación con dos fenómenos que alcanzaron la eternidad balompédica. Tal como es habitual en tiempos menos puñeteros que los actuales, Kubala vestirá de blanco para el homenaje a Luis Molowny y Di Stéfano protagonizará uno de los amistosos más peculiares vividos nunca en la capital catalana. La representación de lo que pudo haber sido y nunca fue. Un plato tan suculento como amargo para la despechada afición barcelonista.
26 de enero de 1955: para celebrar el decimosexto aniversario de la ‘liberación’ de Barcelona, algún espabilado con tendencias sádicas organiza un amistoso entre una selección local, compuesta por portero, defensa y medios del Español y delantera ‘blaugrana‘, y los italianos del Bolonia. En el ataque se juntan Basora, Villaverde, Di Stéfano, Kubala y Moll, un ‘all star‘ prácticamente insuperable. Al Madrid y su secretario técnico Ipiña no les hace la menor gracia la exhibición, aunque Alfredo, tozudo por definición, se sale con la suya.
El resultado es una exageración. Los aficionados tocan el cielo con las yemas ante la exhibición de talento y compenetración que dibujan los dos mitos. Cualquiera diría que han jugado toda la vida juntos, se entienden con los ojos cerrados. El 6-2 final provoca un doble sentimiento en los presentes: tarde maravillosa de fútbol, qué inmensa decepción no verles cada semana con la misma camiseta. Así es la vida cuando se pone dura, también en los rectángulos de juego. Los máximos protagonistas han regalado sonrisas de felicidad. Se lo han pasado en grande y así lo certifica el rebosante Les Corts.
Alfredo Di Stéfano le dedicó un bello obituario a Kubala: “Se ha ido uno de los grandes del fútbol, más que amigos, hemos sido hermanos”
El resto de la década resulta harto conocido. El Real Madrid se convierte en equipo hegemónico y el Barça intenta diversas fórmulas sin éxito hasta que, brevemente, lo consigue Helenio Herrera cuando los 60 llaman ya a la puerta. Años más tarde, Kubala reconocería en una entrevista que “nunca me sentí celoso de Di Stéfano por el hecho de ganar Copas de Europa. Era mi amigo y estaba feliz al comprobar que las cosas le iban bien. Nunca he escondido que deseaba jugar con él”. Para desgracia de los hinchas, cuando coincidieron en la selección española nunca alcanzaron grandes éxitos, a pesar de hallarse en plenitud de experiencia y rodeados por una pléyade de figuras nativas, tantas que el repaso en perspectiva solo provoca perplejidad ante la constatación del continuado fracaso.
Epílogo deportivo. Kubala cuelga las botas fastidiado por las 18 lesiones graves que sumó en once temporadas como referente del Barça. El club anda al linde de la bancarrota y se esfuma la posibilidad de dirigir la recién creada escuela de promesas, cerrada por apuros económicos. También le prueban en el banquillo, pero el experimento acaba en fiasco. Total, ya recuperado físicamente, opta por escuchar los cantos de sirena que le lanza el Español para que vuelva a la actividad. Asiente provocando otro terremoto emocional entre la parroquia que le idolatraba. Mira que irse al máximo rival…
A Kubala le motiva algo más íntimo: no moverse ya de Barcelona, bastantes tumbos había dado en su vida. Después de un año discreto como jugador veterano, lo deja definitivamente y acepta la oferta de seguir en Sarrià, ahora en el banquillo. En paralelo, Santiago Bernabéu y Alfredo Di Stéfano protagonizan un divorcio tremebundo y ‘La Saeta Rubia’ abandona Chamartín dando un portazo, ya con 38 años a cuestas. Fácil imaginar quién le lanza un guante de inmediato: su amigo íntimo, consiguiendo que vista ahora de blanquiazul.
El ocaso. Ambos siguen vinculados al balón, ambos continuarán carrera convertidos en eternos referentes. Suman banquillos, direcciones técnicas, selecciones, éxitos y algunos fracasos hasta que llega el capítulo final. En mayo del 2002, fallece ‘Laci’ y Alfredo le ofrece un bello obituario, confesión en público: “Se ha ido uno de los grandes del fútbol. Cuando llegué, me ofreció su casa y desde entonces hasta hoy, más que amigos, hemos sido hermanos”.
El último encuentro tuvo lugar 15 días antes de la muerte de Kubala: “Verle con respiración asistida, sin reconocerme, resultó una gran pena”. El último adiós entre dos mitos que compartieron una férrea amistad.
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