El dolor que generó la salida de Kalidou Koulibaly del Napoli hace un curso fue proporcional a las incógnitas que generó su sustituto. El senegalés puso rumbo al Chelsea y Luciano Spalletti optó por un desconocido Kim Min-Jae para reemplazar a un ídolo tanto futbolístico como espiritual de la ciudad del Vesubio. Spalletti apostó por un central surcoreano procedente del Fenerbahçe turco, una combinación cuanto menos sorprendente para hacer olvidar a uno de los nombres propios de la plantilla napolitana. Un movimiento tan imprevisible como el encaje inmediato que protagonizó tras debutar con los partenopeos. Típico fichaje que al principio podía parecer una broma de mal gusto, pero que acabó convirtiéndose en un imprescindible de camino al tercer Scudetto. Min-Jae se convirtió en Nápoles en un héroe inesperado, un adjetivo que define tanto su paso por Italia como toda su carrera.
A diferencia de millones de personas en el resto del mundo, Kim Min-Jae no soñó con ser futbolista. O por lo menos no era su primer objetivo. Se topó con el don de su físico, en gran parte entendible por el historial deportivo de su familia. Hijo de padre yudoca y madre atleta, empezó a dar sus primeros toques como delantero. Siempre usando las botas de jugadores más grandes que él porque su familia no podía permitirse comprarle unas nuevas. Sus virtudes le llevaron al instituto técnico de Suwon, donde se formaron estrellas como Park Ji-sung. Todo para acabar convirtiéndose en central, otro reflejo de cómo es su recorrido. La vida de Min-Jae es una combinación de imprevistos y giros de guion cubiertos por la humildad. Podría estar perfectamente escrita por un guionista utópico, de los que escriben historias deseando el bien para toda la humanidad.
En el país donde Son Heung-Min es la punta de espada del fútbol, Kim Min-Jae reivindica que actualmente hay literatura futbolística más allá del delantero estelar del Tottenham. En 2012 recibió la primera llamada de la selección surcoreana sub-17. Debía acudir al centro de Paju, a unos 500 kilómetros de su Tongyeong natal. Recorrió el país de sur a norte en un camión de pescado por la noche junto a su padre para poder acudir a la convocatoria. Fue la solución que se le ocurrió al progenitor para que no se perdiera la cita. El único lamento para el central fue que su apoyo no pudiera verle porque tenía que dejar el pescado en otra ciudad. “Era mi primera convocatoria con el equipo nacional, era muy joven y me daba un poco de vergüenza llegar así. El resto llegó en coches normales. Pero fue una historia muy buena para mí. Estoy muy unido a mi padre y este tipo de momentos me han convertido en lo que soy“, confesó el defensa en una entrevista para The Guardian.
A diferencia de millones de personas en el resto del mundo, Kim Min-Jae no soñó con ser futbolista. O por lo menos no era su primer objetivo. Su vida es una combinación de imprevistos y giros de guion cubiertos por la humildad
No fue hasta 2016 cuando dio un paso más firmando por el Gyeongju KHNP, un equipo semiprofesional. Para Min-Jae, ese era el momento adecuado para apostar por hacer carrera en los terrenos de juego. Si debía dejar la Universidad Yonsei, donde estudiaba Ciencias del Deporte, que fuera durante su segundo año como futbolista para poder ayudar económicamente a sus padres. Todo con tal de ser el orgullo de su familia demostrando que, además de su don natural, en sus amplias espaldas también cabían muchas horas de trabajo. El éxito en el Gyeongju fue grande porque le abrió la puerta al Jeonbuk Hyundai, donde firmó su primer contrato profesional. A partir de allí, Kim Min-Jae entendió que era el momento de permitirse soñar. Del carpe diem que posteriormente se tatuaría en el pecho. Por mucho que el fichaje del central por el Jeonbuk fuera una causalidad, como sus titularidades y su reconocimiento a mejor jugador joven de la liga surcoreana, había sido bendecido por aquella espada de doble filo llamada casualidad.
No todos los imprevistos en la vida de Kim Min-Jae han sido felices o fáciles de digerir. Descubrir que tenía una dolencia en el corazón en 2017, el año de su irrupción en el Jeonbuk Hyundai, pudo dejarlo fuera del césped para siempre. Pero operado en Japón con éxito, pudo volver en 2018 con todo su potencial. Pasar de la competición surcoreana a la china en 2019 con el Beijing Guoan tampoco comportó grandes cambios. De todas maneras, en una competición que impedía a los clubes jugar con más de tres jugadores extranjeros, Min-Jae fue un imprescindible tanto para Roger Schmidt como para Bruno Genésio. Él sostenía el invento del conjunto chino, no Bakambu, Renato Augusto o Jonathan Viera.
En 2012 recibió la primera llamada de la selección surcoreana sub-17. Debía acudir al centro de Paju, a unos 500 kilómetros de su Tongyeong natal. Recorrió el país de sur a norte en un camión de pescado por la noche junto a su padre para poder acudir a la convocatoria
José Mourinho vio en Kim Min-Jae un caramelo para su Tottenham, mientras el defensa veía en el club londinense una vía de entrada a Europa, en un momento en el que China estaba gravemente afectada por la pandemia del coronavirus. Era 2020 y el surcoreano tenía cerca el sueño de muchos jugadores asiáticos. Sin embargo, el movimiento nunca llegó a producirse. “Quería traerlo al Tottenham, pero el Tottenham no me ayudó. El jugador costaba diez millones y ofreció cinco, en ese momento no podía gastar dinero. Hablé con él dos o tres veces por FaceTime, tenía muchas ganas de venir”, reveló el técnico portugués en una rueda de prensa. Fue un año más tarde cuando puso rumbo al Viejo Continente de la mano del Fenerbahçe, donde ha recibido la única tarjeta roja de su carrera. Finalmente, cambió Estambul por Nápoles y cimentó su nombre en la historia de un club que levantó su tercer Scudetto hace unas semanas, el del triunfo del colectivo por encima del individualismo.
Kim Min-Jae no tenía en mente ser futbolista profesional y ha acabado convirtiéndose en uno de los mejores defensas del mundo. Ni Nápoles ni Estambul sabían qué esperar del central surcoreano y acabaron deleitados por su rendimiento. No es casualidad que le llamen ‘Monstruo’, un apodo con el que está cómodo: “Resume mis atributos positivos como defensa”. Pero el surcoreano es más que un jugador de 1,90 metros con una gran robustez. Rápido y con una buena salida de balón, ahora pone rumbo al Bayern de Múnich. Detrás de su apariencia física, que encajaría en el perfil de matón de turno gracias al enorme tatuaje de su espalda, existe una persona con temple y humildad. Un tipo que no soñaba con su actual vida y ahora lee en voz alta “nunca dejes de soñar, el tiempo no te esperará”, una frase que tiene tatuada en su brazo izquierdo, para no olvidarse de que la existencia debe ser como lo que predica su pecho: carpe diem.
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Fotografía de Getty Images.