Que Gary Neville y Ryan Giggs se subieran a un tren, ya de por sí, sonaba extraño. Tal vez por eso todo lo que saliese de ese trayecto ya no podía sorprender. De dentro de un vagón uno puede extraer maletas, críos dormidos, olores inmundos, dolor cervical, ganas de fumar. O también proyectos que pinten cojonudos. A eso último se agarraron Neville y Giggs, que con los culos pegados a los asientos aterciopelados del convoy, descartaron ponerse a discutir sobre sus mujeres, la literatura de Agatha Christie o la bebida en general. Les dio por charlar de fútbol, como si esa fuera la única manera de romper con la rutina. Y así, según aclaran los mismos protagonistas, fue como nació la idea de comprar el Salford City, un modesto club amateur del fútbol inglés.
Lo primero era liar a la pandilla. Cedieron todos. Todos menos el guapo, claro está, que suficiente tenía con seguir probándose nuevos calzoncillos. Que pases más de la mitad de tu jornada laboral en ropa interior nunca puede ser buena señal, salvo que te llames David Beckham y mantengas intacta tu tercera pierna, la de repuesto, esa a la que los años no le minan el golpeo. Pero el caso es que Phil Neville, Paul Scholes y Nicky Butt sí que aceptaron escuchar la propuesta de sus compinches. Después de la conversación que tenían pendiente, el aburrimiento hizo el resto. Antes de que llegara el verano de 2014, los cinco integrantes del grupo ya habían reunido el dinero necesario para lanzarse a la aventura.
La clase del ’92 representa uno de esos símbolos que el fútbol ha sabido hundir en un tarro con formol para que no se pase con el tiempo. Es como la lata de lentejas que te regaló tu tía del pueblo hace una década y que, el domingo menos pensado, te rescata de la angustia que te asalta cuando abres la nevera y ves que está vacía. Cuando peor se ponen las cosas, una mirada a ciertos capítulos del pasado te devuelve las ganas de seguir sufriendo. Todavía parece ayer cuando esos cachorros del United, todos ellos descubiertos por las mismas fechas, durante la prestigiosa FA Cup de juveniles de 1992, cerraron la fábula del viejo escocés ganándole una final imposible al Bayern de Múnich. Brotaron juntos, vencieron juntos. Un cuento de hadas demasiado perfecto. Quizás por eso las gentes se agitan de nuevo cuando vuelven a publicarse en los periódicos fotografías de la tropa reunida, ahora ya con menos pelo, pero con los mismos ojos y los mismos gestos. Los niños que nadie quería que se hicieran mayores siguen ahí, quedando por Whatsapp, compartiendo mesa, pidiendo tragos, echando risas. ‘Fergie’ los cría y ellos se juntan. Una y otra vez. Alborozando las tripas del público más melancólico.
Hasta que los viejos camaradas quisieron ir un paso más allá, y como quien vuelve a la infancia y se pone a jugar a mamás y papás para amenizar una jubilación tediosa (parece que ninguno de ellos tenía suficiente con los vínculos que ya les seguían uniendo al fútbol), se hicieron con las riendas de una modesta institución que subsistía en el barrio en el que muchos de ellos habían crecido.
Los niños que nadie quería que se hicieran mayores siguen ahí, quedando por Whatsapp, compartiendo mesa, pidiendo tragos, echando risas. ‘Fergie’ los cría y ellos se juntan. Una y otra vez
Cuando los nuevos propietarios visitaron por primera vez la sede del Salford, se dieron de bruces contra la realidad de una entidad de extrarradio cuya estructura la sostenían no más de 20 voluntarios (la mayoría de ellos eran familiares de los propios jugadores) y que disputaba los partidos en un estadio (Moor Lane) con la grada medio derruida. Por no haber, no había ni luz en los aseos. Un cúmulo de despropósitos, sí, pero nada que no pudiese resolverse con una contundente inyección de capital. Así se fraguaron las donaciones purificadoras de una serie de exjugadores con ganas de juerga que más tarde se acentuarían con la entrada en el negocio de Peter Lim. El magnate de Singapur compró el 50% de las acciones del conjunto.
La inercia que ha tomado el Salford City desde el aterrizaje de sus famosos inversores, en el plano deportivo, es positiva. El equipo consiguió la campaña pasada ascender a la Northern Premier League (el equivalente a la Segunda Regional española) y actualmente marcha cuarto en la competición, soplándole la nuca a las primeros clasificados. Esta misma temporada, además, el Salford dio la campanada en la FA Cup eliminando al Notts County, que compite tres categorías por encima. La gesta, precalentada por el exitoso documental que realizó la BBC sobre la nueva locura de los ‘Fergiebabes’ en el amateurismo, fue emitida en directo por Sky Sports y la siguieron miles de curiosos de todas las Islas.
Pero pese a la línea ascendente de los resultados del combinado y su creciente impacto en la agenda mediática inglesa, no todo reluce en Moor Lane. El propio Gary Neville admitió en uno de los artículos que escribía para el Daily Telegraph que tanto él como sus compañeros se equivocaron tratando de darle un vuelco completo al Salford de un día para otro. “Cesamos al entrenador, cambiamos los colores del equipo, ofrecimos a nuestros jugadores sueldos desproporcionados, prescindimos de parte de los voluntarios…”. Los nuevos dueños, nada más quitarle el envoltorio al juguete, sacaron el machete para aclarar el panorama, con tanta ambición que se les fue las manos. Y a cambio de obtener un proyecto más potente y atractivo sobre el césped, mancillaron los lazos que este pudiera tejer con la masa social que siempre había permanecido junto al club.
Aunque el riesgo del desapego tampoco acabó ahí. Todo lo contrario: la hinchada del Salford, a medida que avanza el calendario, cada vez tiene menos claro por dónde irán los tiros. Su desconcierto está justificado, puesto que los últimos movimientos han ensanchado la grieta. Los nuevos patronos, poco a poco, se han ido alejando de la institución que compraron hace solo un par de telediarios. Peter Lim y los hermanos Neville se han mudado a Valencia con el ánimo de levantar otro proyecto, aunque en este caso iniciando la hazaña desde un escalón más suculento, la Primera División española. Ryan Giggs ya hace tiempo que es la mano derecha de Louis Van Gaal en el banquillo Manchester United, y aunque lo de trabajar con el holandés no tiene pinta de ser la faena más cómoda del mundo, está decidido a aguantar el tirón, consciente que en poco tiempo podría presentársele la anhelada oportunidad de entrenar al equipo de sus amores. De llegar a ese futurible escenario, además, nadie duda que Nicky Butt pasaría a ser su ayudante en Old Trafford. Y por último está Paul Scholes, el único que no se ha enrolado en nuevos retos, aunque el periodista Guillem Balagué comentó recientemente que el pelirrojo “dijo que no sabe muy bien cómo demonios acabó convertido en propietario de un club, así que es evidente que sus intereses también van por otro lado”.
A todo eso, hace unos pocos días saltó la noticia de que la BBC ya prepara la segunda temporada del documental que durante el otoño pasado retrató las peripecias que vivieron las leyendas ‘red devil’ desde que se pusieron a los mandos del Salford City. La primera entrega fue un éxito de audiencia, así que nadie dudaba que la cadena televisiva trataría de repetir la fórmula. Pero vista la espantada general que se ha producido estos últimos meses, con casi todos los dueños esparcidos hoy por distintos puntos del mapa, nadie sabe muy bien quiénes aparecerán en esas nuevas imágenes de la serie, quiénes pasaran a ser los protagonistas de la historia.
Si la gran lección que nos dejaron los primeros capítulos del documental giraba en torno a lo difícil que resulta empaparse de la filosofía de un club singular partiendo de cero y trabajando con él desde dentro, no queremos ni imaginar cómo será eso de seguir intentándolo ahora a miles y miles de kilómetros de distancia.