Hay algo entre magnético y perturbador cuando la ficción anticipa la realidad. En Minority Report, Steven Spielberg escenificó un tiempo que miramos fascinados sin saber si todas aquellas imágenes correspondían a uno futurista, más propio de aquel movimiento artístico de principios del siglo XX, o una promesa visionaria de una realidad cercana. Los gadgets o pantallas táctiles que John Anderton (Tom Cruise) utilizaba cada vez que una bola descendía por el tobogán del crimen han terminado siendo verdad: así son nuestros dispositivos móviles y táctiles o las videollamadas por Zoom. La realidad, además de superar a la ficción, muchas veces va después de ella, a su rebufo, nutriéndose de su imaginación. Algo parecido sucede entre el relato y la identidad.
Cuando Florentino Pérez comenzó a decirle al mundo que cada estrella que llegaba a Chamartín había nacido para jugar en el Real Madrid estaba, de algún modo, contándole al madridismo, o sea, contándose a sí mismo, la historia que le gustaría contarse para siempre. Ahora, todos comprobamos como, efectivamente, entre el gran número de futbolistas que existen con enorme talento, los que escoge el Real Madrid terminan por adoptar, lo tengan de serie o lo asuman por contacto, una suerte de carácter específico que podemos llamar ‘grandeza’. Había algo de cierto entre la narrativa y los hechos: habían nacido para jugar en el Real Madrid. No pocos de los jugadores jóvenes con potencial para ser titulares en el Santiago Bernabéu disponen de esa extraña cualidad intrínseca que también pertenece a objetos tan enigmáticos como las piscinas: evocan recuerdos. En este caso de sus antecesores, protagonistas de la historia ‘vikinga’.
A diferencia de otros grandes clubes que atienden a particularidades más específicas y encajables con un entrenador o un tiempo concretos, el Real Madrid ha logrado convertir en verdad su relato sobre el talento, que es también su identidad. El último de los llegados se llama Jude Bellingham, objetivo cumplido que representa fidedignamente el libro blanco de estilo y legado del 14 veces campeón de Europa; un jugador que rememora la máxima expresión de lo individual, el arquetipo de talento físico, técnico y pasional que surge de la emoción, que soluciona las interioridades del juego y la competición por instinto, como lo hace el protagonista de un videojuego que remedia todo lo que va surgiendo a su paso a base de habilidades propias o espíritu de enmienda. La resolución de lo inesperado a través de la calma y la determinación.
Bellingham tiene algo de jugador de baloncesto cuando penetra a canasta, mezclando habilidad, cintura y envergadura para chocar y encontrar soluciones al tiempo que está avanzando
El inglés simboliza mucho antes la ya mencionada individualidad instintiva que su posición en el campo, un rasgo futbolístico concreto, un talento específico o alguna otra virtud que lo alinee con su homólogo del Manchester United, el Bayern de Múnich o el Paris Saint-Germain. Si repasamos mentalmente qué le hace y le hará tan bueno para fundirse con su presente inmediato a las órdenes de Ancelotti caemos en la cuenta de que marca enormes diferencias reaccionando a un error propio como antesala de uno del rival: es un futbolista impresionante en todas las variantes del duelo individual. Regate, duelo aéreo, balón dividido o tackle. Tiene algo de jugador de baloncesto cuando penetra a canasta, mezclando habilidad, cintura y envergadura para chocar y encontrar soluciones al tiempo que está avanzando. Entre tantas soluciones físicas, técnicas y contundentes de las que servirse, es muy común que después de un primer regate o de un duelo exitoso, continúe la arrancada y resuelva adversidades de varias formas. Puede girarse, chocar en plena carrera, frenar rápido, combinar acciones de recorte y disparo con las dos piernas o ceder a un compañero con delicadeza. Todas esas cualidades para actuar desde la intuición y averiguarlo todo después dan con la combinación de talento y personalidad. Sí, no es un jugador perfecto en lo referente al pase, la precisión o la organización, así que tendrá que convivir con ciertas situaciones donde su incipiente talento se atasca, pero su singularidad ya se percibe y se hará evidente. Cuando aparezcan el miedo y la incertidumbre, Bellingham será su gondolero.
Entre tanto, el fútbol actual pretende ir de la mano de la ciencia mientras vive de los milagros, una ecuación no del todo redonda, y también contradictoria, que deja lugar a muchas interpretaciones y disfrutes. En la élite del fútbol ya son demasiados los clubes que pueden y tratan de hacerse con aquellos que aseguran el éxito y certifican un final, no sólo para sus aficionados sino también para sus rivales. Y hay pocas dudas para confirmar que Jude Bellingham es una de las próximas bolas rojas del fútbol europeo, inevitables para un mundo que es real, donde, lamentablemente, el crimen no se puede anticipar.
SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA
Fotografía de Getty Images.