Este artículo está extraído del interior del #Panenka120, un monográfico sobre los 2000 que sigue disponible aquí
En 2004 pensé que el fútbol estaba cambiando. El Oporto ganó la Champions, el Valencia se llevó su segunda liga española en tres años y Grecia se proclamó campeona de Europa. Fue el verano soñado para todos aquellos que, cuando vemos las competiciones de élite, tenemos como gran objetivo que no ganen siempre los mismos. Es probable que, ingenuamente, incluso pensara que mi llegada al periodismo deportivo había tenido algo que ver: habíamos llegado la generación que se iba a tomar en serio a todos los equipos, que no reduciría su atención a los gigantes, y, en justa correspondencia, los pequeños habían decidido recompensarnos llevándose los mejores torneos.
Pero no. 2004 fue la excepción. Observándolo desde 20 años después, parece imposible que sucediera.
Especialmente Grecia. La vida ha vuelto a su curso. Grecia ya no va a los Mundiales ni a las Eurocopas, pese a que ahora se clasifican hasta 24 selecciones. Grecia vuelve a ser Grecia, un equipo de media tabla en la larga lista de 55 federaciones europeas. Grecia es hoy tan mediocre como antes de 2004. La mera posibilidad de plantear que pueda ganar un título suena a utopía, a sueño irrealizable. Lo que era a principios de siglo. Y sin embargo se dio.
Nadie contaba con Grecia en un 2004 en el que los grandes torneos dieron la espalda a los de siempre. Pudo parecer un punto de inflexión, pero realmente fue la excepción
Es verdad que aquel equipo de Otto Rehhagel había dado un par de avisos sobre su competitividad. El primero, en Wembley. En la última jornada de la fase de clasificación para el Mundial de Corea y Japón de 2002. Inglaterra y Alemania llegaron a la última jornada empatadas a puntos. Solo el primero podía sacar el billete directo. El segundo iría a la repesca. Los británicos tenían el goal-average ganado, por lo que una victoria les aseguraba el pasaporte hacia Asia. Se medían a Grecia en Londres. Los helenos no tenían ya ninguna posibilidad, pero su entrenador germano había llegado pocos meses antes al cargo y quería iniciar un proceso de reestructuración. Incluso Finlandia estaba por encima de ellos en el grupo. Su puesta en escena fue magnífica. Supieron jugar con la ansiedad de los ingleses, que eran muy favoritos y tenían toda la presión. Se adelantaron dos veces en el marcador y solo un golazo de David Beckham de falta directa en el tiempo de descuento evitó la victoria griega. Ese tanto, uno de los más icónicos en la carrera del ‘Spice Boy‘, se llevó todos los titulares el día después. Alemania también había empatado en casa ante Finlandia, por lo que el punto le bastó a Inglaterra para conseguir su objetivo. Pero quien quisiera hacer una lectura más profunda y sacar conclusiones también del adversario pudo percatarse de que Rehhagel contaba con un bloque preparado para progresar.
Había tenido contra las cuerdas a un conjunto plagado de estrellas jugándose la vida. Sin duda, habría que seguirlos en el siguiente ciclo.
El segundo aviso griego llegó ya en la fase de clasificación para la Eurocopa que acabaría ganando. Fue un triunfo muy meritorio y totalmente inesperado en La Romareda de Zaragoza. España era la favorita evidente del grupo, pero ese 0-1 en la capital de Aragón ejerció de punto de inflexión y empezó a dibujar el panorama que le permitió al cuadro de Rehhagel acabar en primera posición y mandar a los de Iñaki Sáez a disputar una repesca frente a Noruega. Un solitario gol de Stelios Giannakopoulos puso patas arriba una liguilla en la que también estaban Ucrania, Armenia e Irlanda del Norte. Las críticas al cuadro español fueron furibundas, y no se le dio demasiado mérito al partido de un rival al que se consideró muy menor. Una vez en cabeza, Grecia resistió la presión de forma admirable: ganó sus tres últimos partidos por 1-0 pese a estar obligada a llevar la iniciativa y pese a no disponer, en principio, de un gran talento ofensivo.
Pero maticemos esa frase. Grecia disponía de un jugador superlativo en el golpeo de balón. Un artista que la ponía donde quería. Vassilis Tsartas, a sus 31 años, había regresado ya a su país tras mostrar su calidad en la liga española con la camiseta del Sevilla. Había vuelto al AEK Atenas y parecía estar más cerca del retiro que de la gloria. Jugaba casi caminando, y a Rehhagel, que exigía mucho trabajo defensivo incluso a sus atacantes, le descuadraba el sistema. Así que le ponía solo cuando lo necesitaba. De esta manera, Tsartas escribió a base de cameos determinantes una de las participaciones más decisivas de un no titular en un campeón de Europa.
Aunque el mundo no haya cambiado, aunque en el fútbol sigan ganando casi siempre los mismos, ese 2004 sigue representando la demostración empírica de que nada puede ser descartado. Servirá como ejemplo e inspiración para el resto de la eternidad
La crítica valoró el triunfo griego en Portugal como un milagro basado en la resistencia defensiva, pero lo cierto es que los helenos disponían de un centro del campo muy equilibrado (Katsouranis-Bassinas-Zagorakis) al que a menudo se juntaba Karagounis como cuarto hombre. Todos ellos sabían qué hacer con la pelota. Eran combativos y trabajaban, pero también jugaban con sentido. E hicieron saltar la banca desde el primer día. A Portugal la ganaron en el encuentro inaugural y repitieron luego en la final. Dos veces. En dos intentos. A Francia, que era la vigente campeona, la derrotaron en cuartos. A la República Checa, que era el equipo que mejor jugaba, la apearon en la semifinal (centrito de Tsartas). Y a España, que estaba sobre aviso tras lo ocurrido en la previa, la frustraron en la fase de grupos con un empate a uno (¡vaya pase de Tsartas!) que mandó a los de Iñaki Sáez a un duelo infernal a cara o cruz ante Portugal. Todas las favoritas se midieron a ellos, y ninguna pudo ganarles. Solo lo hizo una Rusia ya eliminada en la jornada 3: pese al tropiezo, los helenos progresaron y ya no se volverían a equivocar.
Angelos Charisteas, con su cabezazo ganador anticipándose a Ricardo, se convirtió en el héroe de una final que dejó las lágrimas de un Cristiano Ronaldo adolescente como imagen para la posteridad.
Pero fue Zagorakis, el MVP del torneo, quien escondió la pelota en el tramo final para que Grecia casi ni sufriera. Su Eurocopa estuvo muy por encima de su carrera. Ni en el Leicester City primero, antes de la Euro, ni en la oportunidad en Bolonia que le regaló su nueva fama después, rindió al nivel de una figura. Su verano de 2004 fue un poco como el de Grecia: una excepción maravillosa, una explosión insospechada, un oasis de grandeza en medio de una carrera de actor secundario. Y aunque el mundo no haya cambiado, aunque en el fútbol sigan ganando casi siempre los mismos, ese 2004 sigue representando la demostración empírica de que nada puede ser descartado. Servirá como ejemplo e inspiración para el resto de la eternidad. Será el modelo de los sueños. Si Grecia pudo, si Grecia lo logró, ¿a quién se le puede negar la intención secreta de desafiar todos los pronósticos? ¿Quién se atreverá a decirle que es imposible?
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Ilustración de Sr. García.