Eran jóvenes, unos niños entrando en la adolescencia. No habían perdido ningún partido, y jugaban con la alegría que da el liberarse de la rutina, los deberes y los libros. Además, eran muy buenos, de los mejores de su edad. Sin embargo, su entrenador les ataba siempre en corto, no dejaba que se fueran por las ramas: “Sólo uno o dos lo conseguiréis”. Se refería a llegar algún día al primer equipo del club, el Arsenal; a formar parte de la hilera de nombres que todos ellos cantaban de carrerilla, sin tener que pensar tampoco demasiado. Los jugadores se miraban unos a otros. “Sólo uno o dos”. ¿Pero quién?
Una pregunta sencilla, de tan sólo dos palabras, pero tan difícil de responder como de adivinar cada uno de los números del Euromillón. Convertirse en el ídolo del club de tu infancia es parecido a ir amontonando boletos y boletos de lotería y tener que ir desechándolos uno a uno. Aunque conserves alguna esperanza, y aprendas a ubicar bien el empeine. Aunque marques un par de goles, y tengas tantos boletos en la cartera como imaginaciones futuras. Aunque comentes ya cómo repartirás el premio. La vida siempre te devuelve a la casilla de partida. No aciertas ni un número del Euromillón; y nunca serás ‘Titi’. Nadie hará juegos con tu nombre. Pero sí con los de otros. Porque hay niños que nacen con una bolsa llena de números, sabiendo ubicar el empeine, el tacón y hasta el dedo meñique en el balón. Como tú, ellos también empiezan en el recreo y luego continúan en el equipo del barrio, pero después acaban en la academia del club de su infancia, no en el sofá. Incluso, una vez ahí dentro, no titubean, y ya mayores, eluden el vértigo y sortean la cantinela siempre punzante en el oído: “Sólo uno o dos”.
¿Pero quién?
Bukayo Saka se repetía la misma pregunta.
El Emirates corea su nombre cada dos fines de semana, el equipo funciona, gana, y Arteta lo cuida como la pieza más personal de su proyecto
Ian Wright, la leyenda ‘gunner’, lo tenía algo más claro. Tardó lo que dura un partido en adivinar el número del gordo y saber a quién le había tocado. Cuando Saka aún tenía 15 años, fue a verle jugar, y quedó entusiasmado. De haberse atrevido entonces, podría habernos hecho un spoiler de lo que estaba por venir. Podría habernos dicho que Saka debutaría con el primer equipo del club sin ser mayor de edad. Que se consolidaría en la cima del fútbol inglés poco después. Que, con 21 años recién cumplidos, tendría ya una final de una Eurocopa y otra participación en un Mundial en su currículum. Tan sólo a modo de cortesía para el resto de los niños a los que nunca nos tocó la lotería. Nos hubiésemos ahorrado bastantes preguntas y quebraderos de cabeza.
Lo único que Wright no podía imaginar era su imagen en televisión con la figura de Bukayo Saka en bañador, montado en un flotador en forma de reno, sobre el pecho. Una imagen que representa bastante bien la persona que es Bukayo: alguien alegre, que sonríe hasta cuando una profesora le exige los deberes, y que responde sobre el campo con genio, con chispa e imaginación. Empieza las jugadas serio y las termina sonriendo. Y no es para menos. El Emirates corea su nombre cada dos fines de semana, el equipo funciona, gana, y Arteta lo cuida como la pieza más personal de su proyecto. En parte, porque le ha hecho jugar de todo y en todos lados en los últimos tres años. Extremo izquierdo, derecho, interior, carrilero y hasta de lateral. En todo este tiempo, a Saka también le ha dado tiempo a sufrir la tristeza de fallar un penalti decisivo en una final, y a sobreponerse de los vomitivos insultos racistas que recibió después. Su historia no ha sido sencilla tampoco. Una entre un millón. Pero ahora, con los ‘Gunners’ en lo más alto de la clasificación, y él brillando como pez en el agua, podemos decirlo: le ha tocado el gordo. Ya es uno de los ídolos del club de su infancia. Y todos, todos, corean el origen y el significado de su nombre.
Bukayo, ‘God has added joy to my life’.
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Fotografía de Getty Images.