PUBLICIDAD

Enzo Fernández, el centrocampista que no existe

Está llamado a trascender, después de que su talento haya dado muestras de estar por encima de cualquier estilo, cultura, patrón, ritmo, plan del rival o perfil de compañeros

Vivimos un momento único en el fútbol, que es el nuestro, y a la vez uno que es eterno, pues este ya ha pasado y volverá a pasar. Lo creemos único porque no vivimos otros anteriores y contamos lo que pasa como si todo fuera descubierto y no cíclico. Hablamos de ese momento, espacio y tiempo concretos donde chocan dos mundos: aquel donde es el jugador el que potencia la idea de juego frente a otro donde es la idea de juego la que potencia al jugador. Dos mundos que son caras de la misma moneda dentro de un juego infinito, como lo llamó Valdano, y donde solo los buenos, buenos, buenos de verdad viven ajenos a esa disputa. Este es un concepto que se desvanece cuando proliferan jugadores especiales, llamados a prevalecer sobre todas las narrativas tácticas del momento. Los que perdurarán. Los que todo equipo aspirante desea.

Enzo Jeremías Fernández, nacido en San Martín, Argentina, el 17 de enero de 2001, necesitó únicamente 32 partidos como cedido en Defensa y Justicia para volver como titular al River Plate de Marcelo Gallardo a sus 18 años; 53 partidos en ese mismo River Plate para marcharse al Benfica a sus 20; y poco más de 20 partidos en Da Luz, más seis apariciones con Argentina, todas ellas en el Mundial, para estar cerca de fichar, a sus 21, por uno de los mejores clubes del mundo, que será el que más lo desee y logre convencer al gigante portugués. Esta es la velocidad a la que discurre la carrera de un futbolista llamado a trascender sin prerrogativas, después de que su talento haya dado sobradas muestras de estar por encima de cualquier estilo, cultura, patrón metodológico, ritmo de juego, plan del rival o perfil de compañeros que lo rodean. Llamado a trascender, en definitiva, porque potencia cualquier idea de juego y cualquier idea es potenciada cuando él le da la forma.

El Mundial de Enzo con Argentina, el hecho más reciente, ha servido para constatar varios apuntes sobre su futuro. Entre los más importantes hay que citar su extraordinaria ductilidad, basada en una suma de talentos diferentes que cualquier momento de un partido y situación de juego específicos relucen más con él. Ningún reto hasta ahora ha condicionado su rendimiento porque, y aquí entra otra de las razones que ha desvelado Catar 2022 y que ya se ha avanzado en el texto, nunca queda comprimido o reducido por la falta de espacio y tiempo, la ausencia de ritmo o la aceleración del mismo. Tampoco cuando no dispone del balón si el rival se lo queda, siempre dispuesto a recuperarlo por compromiso, talento y temperamento, o incluso cuando no ha dispuesto de tiempo de adaptación al juego practicado por ese grupo de jugadores llamado ‘La Scaloneta’, que reivindicó y reivindica el más puro estilo criollo con el que han hecho bandera partido a partido y que requiere de sentir esa forma el juego que se practica.

Enzo, así, es y va a ser un tres en uno inagotable y extraño por infrecuente: contiene dentro un interior o pivote organizador en primera fase de inicio para salir y progresar ordenadamente ante presiones exigentes o para abrir defensas replegadas; por si eso fuera poco, le preocupa y le duele todo lo que ocurre, que es otra forma de definir la extrema competitividad, de ahí esa garra y quite de ganador ante el error o el azar que refuerza cualquier mediocampo; y por último, y seguro el colmo más importante, concede a su equipo la ventaja y el placer de poder crear algo inesperado en los últimos 30 metros, como si en lugar de un gran cerebro, su centrocampista más preciso y paciente fuera la estrella del conjunto. Dicha forma de influir, todo lo que queda fuera y dentro del paréntesis del juego, no existe y se apellida Fernández.

 

Esa rareza de balancearse, inventar y romper lo establecido sin trastocar la idea mayor de un entrenador es algo que cotiza como lo más preciado y que se ha dejado notar con el joven prodigio argentino

 

Esa rareza de balancearse, inventar y romper lo establecido sin trastocar la idea mayor de un entrenador es algo que cotiza como lo más preciado y que se ha dejado notar cuando, además de adoptar el paso táctico y más natural de la Argentina de Scaloni, sin pasarse de egolatría y subordinándose al plan de elevar a Messi real y figuradamente hacia la victoria, también ha logrado impregnar en sentido contrario al equipo con su fútbol, tanto desde la táctica, bajando a limpiar lo que el rival ensuciaba y subiendo con la ayuda de un pivote que lo mandaba más arriba a jugar, gambetear, tirar paredes y ver espacios, como desde la fotogenia, pisando el balón, atreviéndose a dibujar pases, amagos o acciones brillantes. Ese tres en uno que llegado el momento se convierte en un deus ex machina cuando la narración no tiene salida y alguien tiene que rematar el desenlace. Sin embargo, tras todo eso, sigue habiendo algo más latente en su potencial y que no se nos debe escapar.

Precisamente, en la película Ex machina, de Alex Garland, el personaje de Oscar Isaac, creador de una IA (Inteligencia Artificial) corpórea y con conciencia programada, acude a un ejemplo que de algún modo sirve para todos esos futbolistas y deportistas que fluyen sin aparente complejidad, y que ha llevado a Enzo a lo más alto incluso cuando un país agitado lo estaba necesitando. Y no es otro lugar que lo que queda entre lo premeditado y lo instintivo, que también hemos reconocido en otros grandes talentos precoces en estas mismas páginas. El reconocer el juego y todas sus particularidades desde lo innato, lo que viene dado, y lo que explica ese rendimiento fugaz sin experiencia en el currículum y un talento extraordinario para desentrañar el fútbol y convertir lo imposible o invisible en alcanzable. Ante uno de los cuadros más importantes del arte contemporáneo, Oscar Isaac pregunta a su interlocutor, Domnhall Gleeson, tras una acalorada conversación sobre las capacidades de la IA, protagonizada por Alicia Vikander:

—Conoces a quien hizo este cuadro, ¿verdad?

—Es Jackson Pollock.

—Correcto, Jackson Pollock. […] Él dejaba la mente en blanco y su mano iba donde quería, ni deliberada ni aleatoriamente, siempre en un lugar intermedio. Lo llamaban arte automático o intuitivo. Pero, ¿y si Pollock hubiera invertido el reto? ¿Y si en lugar de hacer arte sin pensar, hubiera dicho: ‘no puedo pintar a menos que sepa exactamente lo que estoy haciendo’?¿Qué habría pasado?

—…

– Que nunca hubiera pintado ni una sola raya.

– ¡Exacto! Que nunca hubiera pintado ni una sola raya.

 


SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA


Fotografía de Getty Images.