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El milagro de Bobby Charlton

Para comprender la grandeza de Sir Bobby Charlton hay que tener en consideración el lugar que ocupa en el panteón de los nombres que más han brillado a lo largo de los ricos 145 años de historia del Manchester United. 50 temporadas después de su última actuación con el club con más ligas del país, el de Ashington, una localidad del noreste de Inglaterra, sigue sin tener parangón como jugador. Así lo cree Sir Alex Ferguson, el mejor entrenador de la historia del club, y los 758 partidos y los 249 goles que marcó con el United jugando como segundo delantero son un indicador, aunque no el único, de por qué.

Todos y cada uno de sus formidables números se mantuvieron como récords hasta la llegada del nuevo milenio. Ryan Giggs superó la marca de partidos disputados en el triunfo ante el Chelsea en la final de la Champions League de 2008. Wayne Rooney, por su parte, marcó el tanto número 250 con el United en enero de 2017. En ese universo estadístico, Charlton también ha sido hasta hace poco preeminente para Inglaterra: su registro de 46 tantos en 106 partidos lo batió, de nuevo, Rooney, en septiembre de 2015, 45 años después de que Charlton se retirara del fútbol internacional, tras la Copa del Mundo de 1970. Los números, sin embargo, solo son un componente impresionante de un jugador -y de un hombre- que es algo así como un Monte Rushmore andante del fútbol inglés. Si Charlton es el corazón y el alma, el latido, el estilo y la belleza del Manchester United, también encarna todos esos elementos en un sentido más amplio del deporte en el país; un estatus que ha amplificado al fútbol inglés, incrementando su resonancia en el mundo.

En el club de Billy Liddell, Duncan Edwards, George Best, Denis Law, Brian Robson, Roy Keane, Éric Cantona, Cristiano Ronaldo y Wayne Rooney, Charlton sigue siendo el futbolista alfa -y omega-. Y en cualquier votación del hombre más simpático y más referenciado que nunca se haya puesto la camiseta roja, probablemente también saldría como ganador. En su presencia, Charlton te atrapa con su gentileza y su agudeza. Su humildad y su mirada sagaz. Una habilidad instintiva para encontrar el registro y el tono adecuados. Características que aseguran que cualquier compañía -la mayoría, impresionadas- se sienta a gusto con él. Habla con honestidad y con una franqueza que te desarma, consecuencia natural de su gran prestigio, del respeto incondicional del que goza.

Cuando habló con Charlton en 2012, este escritor recibió la respuesta más clara posible cuando le preguntó sobre la posibilidad de que José Mourinho fuera el próximo entrenador del United y sobre si a Ferguson le gustaba el portugués como sucesor. “No le gusta demasiado”, dijo, a sus entonces 75 años, y habló sobre la acción infame, un año antes, en la que Mourinho le había metido un dedo en el ojo al segundo técnico del Barcelona, Tito Vilanova: “Un entrenador del United no haría eso”.

Charlton lo sabe todo sobre lo que se necesita para ocupar el asiento más caliente del fútbol inglés. Él, por supuesto, se convirtió en el talismán de Matt Busby sobre el terreno de juego después de los horrores del desastre aéreo de Múnich, en 1958. Y, como directivo del United, fue clave en la elección de Ferguson, en noviembre de 1986, que llevaría al escocés a convertirse en el tercer gran técnico del club, tras Busby y Ernest Magnall: se unió a ellos como los únicos que habían sido capaces de ganar la liga con el equipo. Charlton llegó al United en enero de 1953 y, después de su debut, tres años después, ganaría tres ligas (1956-57, 1964-65 y 1966-67), la FA Cup (1962-63) y la Copa de Europa, en la 1967-68. Aunque falta añadir al currículum el evento que lo definió: el desastre aéreo de Múnich, el 6 de febrero de 1958. En aquel entonces, era un joven de 20 años que vivía la segunda temporada de su carrera. Hoy, 65 años después, no pasaba un solo día en el que no recuerdase a los ocho compañeros y a los 17 empleados y pasajeros que forman la lista de 23 fallecidos en el accidente del vuelo 609 de British European Airways, que despegó de una pista helada en el aeropuerto de Múnich-Reim.

 

Charlton hacía que el juego se desarrollara a su alrededor, dándole la forma deseada, a su antojo, y no a la inversa, como suele ocurrir con la mayoría de los que se ganan la vida como jugadores profesionales

 

Con Edwards, el niño prodigio del equipo de Busby que había ganado el campeonato en las dos temporadas anteriores, entre los muertos, el foco principal se giró hacia Charlton para que sustituyera a ese futbolista de 21 años que aún hoy está considerado uno de los mejores de la historia del Manchester United e Inglaterra. Edwards había sido la estrella de los ‘Busby Babes

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‘, por lo que, tras su muerte y la de otros siete compañeros, la opción de convertirse en el tercer club de la historia que ganaba tres ligas consecutivas se tambaleó, con el United estando seis puntos por debajo del Wolverhampton en el momento del accidente, con 14 partidos por disputarse. En primera instancia, Charlton se sintió incómodo al verse empujado a ocupar el rol de salvador del United post-Múnich. El desastre había diezmado con crueldad a un equipo que se había asentado como la primera dinastía de la posguerra en el fútbol inglés. Sin embargo, la figura de Charlton creció, al aceptar, primero, y al hacer prosperar, después, la responsabilidad como una manera de honrar a los compañeros caídos en la tragedia.

Unas cuatro semanas después -el 1 de marzo de 1958-, Charlton volvió, en una eliminatoria de FA Cup en la que el United eliminó al West Bromwich Albion en su camino hacia su inesperada presencia en la final. Ese encuentro, sin embargo, lo perdió 2-0 contra el Bolton Wanderers, el 3 de mayo de 1958, en Wembley, con Charlton alineado junto a los otros supervivientes de Múnich Harry Gregg, Bill Foulkes y Dennis Viollet, mientras Busby regresaba por primera vez después de su larga convalecencia. Once días más tarde, el United quedó eliminado de la Copa de Europa a manos del Milan (5-2 en el global), en las segundas semifinales que jugaban: otra marca que había alcanzado el equipo de Busby, que, con la progresión cortada, necesitaría una década entera para volver a construir un once tan extraordinario. En esa tarea, Charlton ocuparía el primer plano.

La temporada siguiente, la 1958-59, anotó 29 goles en 38 apariciones en liga, su mejor registro en la vieja Division One, mientras se consolidaba en el United y en la selección inglesa. Tras formar parte de la plantilla, aunque sin llegar a jugar, del Mundial de 1958 en Suecia, Charlton empezó una racha goleadora que, en ocho años, lo dejaría con 41 tantos en 76 partidos con la selección nacional. Para entonces -a finales de 1966- era el líder espiritual de Inglaterra y del United, un delantero que se había convertido en un centrocampista ofensivo que controlaba el juego, tenía un disparo potente con cualquiera de las dos piernas y hacía que jugar al fútbol pareciera, a ojos del espectador, un trabajo fácil y natural, tal y como lo él lo sentía.

Para alguien con un talento tan prodigioso como el suyo, el deporte era, de hecho, simple. Verlo a pleno rendimiento era contemplar una fuerza que operaba en un plano distinto al de aquellos con los que compartía el césped; un jugador cuya superioridad técnica estaba en dulce simbiosis con su visión magistral. Charlton hacía que el juego se desarrollara a su alrededor, dándole la forma deseada, a su antojo, y no a la inversa, que es la experiencia de la mayoría de los que se ganan la vida como jugadores profesionales.

Charlton, desde sus inicios como estrella en edad escolar hasta el día en el que dejó el United, en mayo de 1973, siempre estuvo bendecido con un talento natural lo suficientemente generoso como para haber dado a dos jugadores de máximo nivel en lugar de a un único futbolista estelar que sería nombrado caballero por la reina Isabel II en 1994.

DE MÚNICH A WEMBLEY

A finales de 1966, solo estaba a ocho tantos con Inglaterra de la marca de 49 con la que se retiraría. Aquel verano, la Copa del Mundo se había cerrado de forma gloriosa, en el que Charlton considera su momento más feliz en el fútbol.

A los 28 años, y en su punto de máximo esplendor, marcó tres tantos en el camino del equipo de Alf Ramsey a la final contra Alemania Occidental. Dos de ellos llegaron en la victoria en la semifinal, ante Portugal, mientras que el gol que marcó en la fase de grupos, ante México, fue un magnífico disparo desde 22 metros que vino acompañado de un ligero salto hacia adelante, con el que parecía levitar sobre el césped antes de atravesar la meta de un indefenso Ignacio Calderón. Sobre el hecho de pertenecer a ese once que derrotó a Alemania Occidental por 4-2 en la final disputada en Wembley, en aquel dulce 30 de julio, Charlton recordaba en su libro My England Years: “El sentimiento más extraño y más grande que he tenido nunca como futbolista es que, por lo menos un día, tuve todo lo que necesitaba para dar lo mejor de mí mismo”.

Se trata de un sentimiento revelador dada la carrera estelar de la que Charlton disfrutó. Por aquel entonces, el United ya había sido campeón de liga por primera vez desde Múnich, alzándose con la corona en la 1964-65, con Charlton contribuyendo con diez goles en 41 encuentros, y había ganado también la FA Cup dos años antes. Pero en aquella tarde, en el norte de Londres, Charlton experimentó una alegría mezclada con una serenidad al estilo zen gracias a la épica y al espíritu del equipo, un grupo en perfecto concierto bajo Ramsey. Sobre todo, no había rastro de Múnich, el espectro que, consiguiera lo que consiguiera Charlton con el United, siempre sentía presente.

Así ocurrió en aquel 29 de mayo de 1968, cuando derrotaron al Benfica por 4-1 en Wembley para ganar la Copa de Europa -con dos goles de Charlton- y no pudo olvidar ni borrar el sentimiento de culpa por haber sobrevivido al accidente mientras los demás habían muerto. Charlton se sentía en conflicto, deseando honrarles pero viéndose perseguido por el pasado; queriendo quedar liberado de alguna manera. No hubo, en cambio, emociones encontradas con el triunfo en la Copa del Mundo. Cualquier decepción -como la que experimentó Jimmy Greaves al quedarse fuera de la final en favor de Geoff Hurst- se limitaba a lo que cualquier futbolista de élite acepta como parte de la vida del atleta.

 

Derrotaron al Benfica por 4-1 en Wembley para ganar la Copa de Europa -con dos goles de Charlton- y no pudo olvidar ni borrar el sentimiento de culpa por haber sobrevivido al accidente mientras los demás habían muerto

 

Como Múnich, la victoria en la Copa del Mundo es un momento que Charlton recordaba cada día de su vida. Una existencia que, desde que lo fotografiaron por primera vez, junto a su madre, Cissie, cuando era un escolar, siempre ha estado bajo la mirada pública. Una vida atravesada por la más laureada de las carreras: en 1966, Charlton fue elegido Jugador Europeo del Año; ya había sido el Futbolista del Año según los periodistas en 1965 y el Balón de Oro del Mundial de 1966. Una vida que él mismo define como “un milagro”, que sigue siendo determinante para el United y su hogar, Old Trafford. En el 60 aniversario del Desastre de Múnich, Charlton estaba en el estadio para mostrar sus respetos, tras haber asistido a la comida previa. Pese a tener 80 años y no gozar de una salud óptima, estuvo impecable, como siempre, saludando afectuosamente, posando en fotografías, feliz de intercambiar algunas palabras pese a los insondables recuerdos que el día evocaba.

BOBBY DE LA GENTE

Su espíritu desinteresado hizo que, pese a la larga disputa que mantuvo con su hermano mayor, viera con buenos ojos la decisión de la BBC de designar a Jack como el encargado de entregarle el Premio a la Trayectoria de la Personalidad Deportiva del Año, en diciembre de 2008. “No habría querido que nadie más me lo entregara. Me parecía lo correcto”, dijo, lidiando con amabilidad con un conflicto que derivaba de la actitud de su madre respecto a su mujer, Norma, y el posterior impedimento que puso Jack en que Charlton visitara a su progenitora antes de la muerte de esta, en 1996.

El premio de la BBC reconocía todas las vidas que Charlton ha marcado, tanto como jugador como una vez retirado. Sus escuelas de fútbol (Bobby Charlton Soccer Schools) continúan siendo populares, gracias a que su historia de amor con el juego se mantiene viva. A menudo, Charlton aparecía personalmente en esas escuelas, en las que dejaba a los niños con la boca abierta: había un héroe casi mítico, que ya estaba ahí antes de que nacieran, y que parecía haber saltado, de forma mágica, directamente desde resúmenes de mejores jugadas o de viejos álbumes de fútbol, preparado para transmitirles su entusiasmo sin límites. Eso hizo, de hecho, en el verano de 1982, en el Lancaster & Morecambe College, cuando el que aquí escribe acudió a una de sus escuelas. De repente, ahí estaba él, bajo la lluvia, en una tarde gris: Bobby Charlton, como una figura un tanto irreal, dando consejos sobre cómo tirar faltas y penaltis, exponiendo su visión sobre ese deporte que tanto ama. Es un recuerdo que permanece vivo y cercano. Su deseo de hacer un viaje de 60 millas, desde la sede de la Bobby Charlton Soccer School, en Mánchester, hizo que aquella fuera una experiencia que permanece imborrable.

 

Tras el accidente de Múnich, Bobby Charlton asumió el reto de honrar a los caídos, hasta ser el mejor jugador inglés de siempre

 

Aunque este antiguo alumno de Charlton nunca logró triunfar, uno de los que sí que lo hizo fue David Beckham, el chaval del East End de Londres que se convirtió en una pieza fundamental en el equipo que logró el histórico triplete del United y en Inglaterra, con la que fue capitán. Del mismo modo que Ferguson tendría que agradecerle a Charlton su contribución al desarrollo de Beckham, el club debería agradecerle el crucial papel que jugó en el fichaje del escocés, en 1986.

Fue Martin Edwards, el director ejecutivo del club, quien fue lo suficientemente astuto como para recoger el consejo de Charlton en lo referente a Ferguson. Su currículum como entrenador del Aberdeen era asombroso: había roto la hegemonía del ‘Old Firm’, del Celtic y el Rangers, en Escocia, llevando a los ‘Dons’ a conseguir tres ligas (1979-80, 1983-84 y 1984-85), cuatro Copas (1982, 1983, 1984 y 1986) y una Copa de la Liga (1986), además de la extraordinaria proeza de derrotar al Real Madrid en la final de la Recopa de 1983. La carrera de Charlton después del United lo llevó hasta el Preston North End, al que también entrenó, el Waterford irlandés y el Newcastle KB United, el Perth Azzurri y el Blacktown City australianos. Hasta que en 1984 lo invitaron a formar parte de la directiva del United, habiendo ocupado un puesto similar en el Wigan Athletic, donde también tuvo una breve etapa como entrenador interino. Charlton podría usar la valiosa experiencia que supuso haber jugado para Matt Busby. Su relación con uno de los grandes entrenadores del United le permitió comprender que había otro en ciernes. Percibió que Ferguson poseía cualidades similares, y que podría, y así lo haría, proporcionarle al club beneficios de lo más sustanciosos.

La estima es general en el caso de Charlton: la del club de sus amores y, es bien sabido, la de todos los aficionados al fútbol, sean estos del United, de Inglaterra o de más allá.

 


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Fotografía de Cordon Press.

Jamie Jackson

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