De pequeño, ya ganaba en el mano a mano. El padre de Emiliano Martínez, apodado el ‘Dibu’ por el parecido con un personaje de dibujos animados, contó que, en la familia, de origen humilde, a veces solo podían comprar un par de medias. Para transformar las dificultades económicas en diversión, eso que hace también bien la clase trabajadora, el padre se escondía las medias en la espalda y le preguntaba a sus hijos en qué mano estaban. El que acertara, se quedaría con las medias. “No sé cómo hacía Emi, pero siempre ganaba”, contó el padre de ese portero argentino que, años después, hizo de la elección su arte. En penaltis o en el mano a mano, como cuando sacó el pie de Dios, el ‘Dibu’ casi siempre acierta.
Su única elección pendiente es la de escoger entre el bien y el mal. A veces polémico, como en sus tácticas para despistar a los lanzadores o cuando con el Guante de Oro, premio del Mundial, hizo un gesto obsceno, el portero del Aston Villa despierta emociones contrarias: o le amas o le odias. Es un malote con corazón o un bonachón con ramalazos. Hasta Aleksandr Ceferin, presidente de la UEFA, afeó en un libro sobre Messi el comportamiento de Emiliano Martínez. Ceferin seguramente sea uno de esos que no saben que la personalidad de un jugador siempre va a acorde con su juego. Nos lo enseñó Cristiano Ronaldo. Es un pack. Jorge Valdano lo resumió a la perfección hace poco, cuando dijo de Vinicius: “Es imposible jugar así al fútbol y después ayudar a las viejecitas a cruzar la calle”. Si el ‘Dibu’ no fuera así, no habría ganado el Mundial, no sería el The Best de los guardametas y no sería uno de los artífices del gran momento del Aston Villa. Emery le ha cambiado la cara a un equipo que peleaba por no descender y ahora mira a Europa. Y el cancerbero argentino, con cinco partidos de los últimos siete sin recibir gol, es la caja fuerte que necesita.
Si Messi se ganó aún más estima después de su “andá pashá bobo” es porque nos gustan que los ídolos sean dioses, pero todavía nos gusta más que sean imperfectos, que sean como nosotros
Quizás por estar en Birmingham, el ‘Dibu’ parece un miembro de los Peaky Blinders. Thomas Shelby, otro antihéroe de la factoría de los Tony Soprano o Jimmy McNulty, era un personaje imperfecto, contradictorio y complejo. Un hijo de puta, pero nuestro hijo de puta. Igual que se puede querer a un personaje de ficción que comete crímenes, se puede querer a un jugador que no respeta los cánones modélicos. La vida va enseñando que hay que huir de los personajes claros, demasiado buenos. Los yernos perfectos suelen ser los peores novios. Como escribió el otro día Enrique Ballester, es fácil cogerle tirria a esos jugadores que, pasados de tribuneros y populistas, parecen preferir el Nobel de la Paz antes que la Champions. Ni un matón ni un monje. Queremos cerca a personajes con grises. Que sean fuertes con los fuertes y débiles con los débiles. Ni el bueno, ni el feo, ni el malo. Si Messi se ganó aún más estima después de su “andá pashá bobo” es porque nos gusta que los ídolos sean dioses, pero todavía nos gusta más que sean imperfectos, que sean como nosotros. O, mejor dicho, que nosotros seamos como ellos.
Eso representa el ‘Dibu’, un futbolista que parece que tenga una mentalidad de hierro. Por eso aún tiene más mérito que no tenga problema en reconocer que trabaja con un psicólogo antes de cada partido. También confesó que lo de hablar a los rivales no es el ejemplo que quiere dar a los jóvenes, pero es lo que le sale en el momento. Ese es el ‘Dibu’. Alguien que no elige entre el bien y el mal. Alguien que confesó haberse alegrado más por Messi que por él mismo. Alguien que en una gala de premios declaró que él no tenía ídolos futbolísticos ni admiraba a ningún portero. “Admiro a mi mamá y a mi papá”, dijo cuando recogió el The Best. La mamá que limpiaba edificios y el papá que escondía las medias. Pero él ya acertaba cuando era un niño.
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Fotografía de Getty Images.