15 años tenía Gustavo Bou cuando el cáncer se llevó por delante la vida de su madre. Ocho fueron los hermanos que, como él, lloraron la pérdida de su figura materna. Y doce meses antes del desastre, uno de los máximos goleadores de la liga argentina se había mudado a Buenos Aires para recalar en los filiales de River Plate. Aquel suceso fatídico paró el reloj de los Bou. Especialmente el de Gustavo, al que el drama sacudió de tal manera que incluso se planteó abandonar su sueño de ser futbolista. Hoy, ese tipo que se está acostumbrando a fintar los flashes de la fama con la misma pillería con la que de niño esquivaba las aulas para poderse quedar un rato más en el potrero, mira al pasado con orgullo. Fue su propia madre, horas antes de fallecer, la que le pidió que no desistiera en su empeño. El chaval recapacitó con el tiempo, recuperó el hábito balompédico y, tras una trayectoria llena de vaivenes, estos días acaricia la cima, individual y colectiva, con el Racing Club de Avellaneda.
[quote]River Plate, el mismo club que le abrió la puerta de la despensa en 2012, es actualmente el equipo que más está sufriendo la explosión goleadora de este tipo del barrio de Nebel[/quote]Es imposible no sentir algo de lástima cuando uno repasa los detalles de la trayectoria futbolística de Gustavo Bou. Sobre todo por los muchos percances que le acompañaron durante su adolescencia. A su desgraciada fortuna familiar, hay que añadirle lo muy despiadado que fue el azar con el chico cuando éste apenas iniciaba su andadura en el fútbol profesional. Tras destacar en una selección de jóvenes valores que se reclutó en Concordia, su ciudad natal, y después de ganarse a base de goles su billete de entrada a una de las mejores canteras de Argentina, Bou fue llamado en 2007 por el combinado nacional para participar en el Mundial sub-17 que iba a jugarse en Corea. Pero lo que en principio se presentó como una oportunidad inmejorable de mostrarse por primera vez ante el panorama internacional, acabó siendo un absoluto calvario para Bou. El delantero se rompió los ligamentos en uno de los entrenamientos previos a la gran cita y acabó cayendo de la convocatoria. Un golpe de difícil digestión.Tampoco tuvo mejor suerte cuando, después de muchos años despuntando en sus categorías inferiores, emprendió el asalto al primer equipo de River Plate. Y eso que en el 2008 todo parecía precipitarse, cuando un tal Diego Pablo Simeone, atraído por la codicia en el área y el portentoso remate del chico -condiciones del delantero de raza que tanto le gusta al Cholo-, le ofreció su primer contrato como profesional. Poco le duró la alegría al veinteañero, que solo necesita una mano para contar las veces que vio puerta en sus tres primeras temporadas en la élite. Bou no consiguió quitarse nunca la presión de encima y tampoco logró ganarse los corazones del Monumental. En la temporada 2010/2011, curso del apoteósico resbalón millonario que llevó a la entidad a la Nacional B, el ariete apenas apareció en dos encuentros. Ese fue el empujón final que lo condujo a enfilar el rumbo hacia otra parte.
SU LLEGADA A RACING, CLAVE
Es curioso lo caprichoso que puede llegar a ser el destino. La escalada de Gustavo Bou hacia la fama es sin duda otro claro ejemplo de ello. River Plate, el mismo club que le abrió la puerta de la despensa en 2012 cansado de esperar que se confirmase su proyección, es actualmente el equipo que más está sufriendo la explosión goleadora de este tipo criado en las calles sin asfaltar del barrio de Nebel. A dos jornadas para el final del Torneo de Transición, los de “La Barra” cruzan los dedos desde el segundo escalón para que tanto Bou como Racing, actual líder de la clasificación, se deshinchen en el último sprint por el campeonato. Los de La Academia, por su parte, viven bajo la tensión que tiene aquel que sabe que depende de él mismo para recuperar un trono que se le resiste desde 2001.
Aunque antes de pararnos ante la instantánea que los medios bonaerenses ofrecen hoy de Gustavo Bou, la de un anotador ‘top’, fiable y contrastado, conviene hacer hincapié sobre algunos otros obstáculos de más que tuvo que superar antes de alcanzar el reconocimiento unánime que hoy le rodea. Sus primeros paraderos tras abandonar River, quién todavía tenía sus derechos, fueron breves y descafeinados: primero probó suerte en Olimpo, más tarde le acogió el Liga de Quito y la última cesión le envió a Gimnasia La Plata. Tres escenarios para retomar el vuelo pero la misma sensación al despedirse de todos ellos: la de no haber destacado lo suficiente. Finalmente, este verano, Racing Club decidió arriesgar y contratarle. Aunque su llegada al estadio Presidente Perón tampoco estuvo exenta de polémica, pues su nueva afición lo cuestionó desde el primer día por sus pobres números en el pasado y, sobre todo, por compartir representante con el discutido técnico del club, Diego Cocca. Trece partidos después, ya no hay quién se acuerde de dicha porfía diplomática. Bou aprovechó las inoportunas lesiones de los atacantes titulares del equipo, se hizo un hueco en el césped y empezó a labrarse su nuevo status de pieza incuestionable.
“Cada vez que marco, miro ahí arriba y se lo agradezco a mi vieja”, aclara ‘La Pantera’ cuando le preguntan por el matiz de sus dedicatorias. Ya lleva diez celebraciones. Las suficientes como para haber incluso ensombrecido algo la figura de Diego Milito, el hijo pródigo que volvió este año al club con el sueño de ayudarle a levantar de nuevo un título. Durante estas dos próximas semanas, seguro, toda Avellaneda estará más pendiente de Bou que de su eterno príncipe. Racing necesita que su ‘9’ de moda lance una última mirada al cielo.