Hace poco más de un año, Juanma Lillo escribió una tribuna en The Athletic tras la disputa del último Mundial. En ella dejó de lado cualquier aproximación y se lanzó de lleno a la yugular para analizar el momento que vive el fútbol como industria y, también, el que vive, o más bien lleva viviendo eternamente, como juego de interacciones. Con su habitual lucidez cruyffista para explicar las cosas y el añadido de mecharla con ejemplos tan dispares como las setas, los cactus o los garajes, Lillo sacó del zurrón varias ideas que se daban la mano. Algunas ya nos sonaban porque se vienen diciendo desde el inicio de los tiempos pero en otras habitaban los matices Lillo, marca de la casa: los entrenadores y las ideas han causado un destrozo, el dostoquismo o jugar a dos toques ha matado al diferente y un noruego entrena y juega igual que un sudafricano como síntoma de un globalismo que aborrecer. Se siente en todo el texto al genio preclaro, también atrabiliario y cascarrabias, del que uno aprende irremediablemente. Léanla una vez al año.
Malmö, extremo sur de Suecia, frente a Copenhague, en algún momento de 2023.
Lillo utilizó dos latitudes contrapuestas -Escandinavia y Sudáfrica- para hacer entender que es lógico, positivo y provechoso que haya importantes diferencias a nivel cultural entre las personas que practican el fútbol. Este matiz, que es consecuencia de lo geográfico y lo climático, marca la disposición y la naturaleza con la que una persona ejerce el juego. Y Lillo mencionó esos dos lugares, muy probablemente, con cierto conocimiento de causa, puesto que hay dos equipos, Mamelodi Sundowns, en Pretoria, y Malmö FF, en la ciudad homónima, que están subordinados a la misma idea. Igual que el uso de la tecnología como motor de cambio en el comportamiento social, las ideas en el fútbol se expanden, sobre todo cuando ganan, logrando que ninguna cultura futbolística quede a salvo de su influencia. Es el caso de Henrik Rydström, un atípico entrenador sueco, autodidacta, que se formó sin apenas contacto con cursos profesionales o metodologías y que ha llevado la última de las corrientes futbolísticas a Malmö, donde ha logrado que sus futbolistas adopten un lenguaje que ya hemos visto, en otras épocas y en la actualidad, en lugares tan diferentes como Brasil, Argentina, España, Italia o Países Bajos.
Los equipos empezaron a presionar muy arriba y de forma precisa e intelectual. Volvimos al principio: surgirá otra idea que la contrarrestará. El relacionismo o fútbol funcional. Acercar las piezas abajo para auxiliar al jugador presionado
Si entendemos que esta nueva forma de pensar el juego ya se vio de forma cíclica en décadas pasadas, y antes incluso del éxito con el que Fernando Diniz se convirtió en la figura desde la que el relacionismo o fútbol funcional se contrapone a la gran corriente previa y dominante, el juego de posición, fue quizás el Ajax de Ten Hag el equipo que más se ha despegado en primera instancia y con tanta intensidad de la lógica imperante. Sí, Ancelotti antes que él, y Spalleti o Scaloni después, han construido equipos formalmente muy parecidos, pero aquel Ajax significó un antes y un después para Rysdtrom. Por aquel entonces, en 2020, Henrik entrenaba al Sirius, y como ocurre con todas las tendencias futbolísticas que se elevan por encima del juego para entablar un debate moral, la forma de relatarlo es igual de importante que el valor intrínseco de la idea. Como siempre ha defendido el gran Eduardo José Ustariz, el periodismo y los comunicadores han tenido una gran relevancia en que el fútbol y sus ideas sean los que son y fuesen los que fueron.
Este tema es interesante porque los debates más recientes se enfrascan precisamente en distanciar ambos modelos, y en verdad son diferentes, pero los argumentos para explicarlos son parecidos. Como por suerte hemos podido vivir aquellos tiempos y no leerlos, uno recuerda perfectamente que el juego de posición que después se propagaría por todo el mundo, desde Europa hasta Sudamérica, como ahora el relacionismo ha viajado desde Sudamérica hasta Europa y resto del mundo, se describía como una relación a través del pase donde los jugadores hablaban un mismo idioma, el cual permitía interacciones y sinergias de gran calidad. Pase, pase, pase, pase. Paredes, superioridades, descargas, diagonales. Después, esa idea de que un jugador esperara quieto en su posición como forma de organización cambió: de ser un canon que venerar a una suerte de prisión que impide que los jugadores se relacionen.
Como cada idea que brota exitosa y gana sufre una respuesta que la desinfla, en el guion tomó parte la cultura de la contrapresión, a lomos de caballos germanos. Los equipos empezaron a presionar muy arriba y de forma precisa e intelectual. Se libró una batalla que ganaron los segundos, así que les tocaba defender lo ganado. Volvimos al principio: surgirá otra idea que la contrarrestará. El relacionismo. Acercar las piezas abajo para auxiliar al jugador presionado, olvidarse de conquistar el campo contrario, olvidarse de la estructura y olvidarse del momento posterior para centrarse en el momento en el que está el poseedor de balón para escapar de la presión. Si en el juego de posición se procura la ocupación racional del espacio para encontrar puntos de apoyo constantes a lo largo y ancho del terreno, esta última idea incide en la creación de vínculos asociativos muy cercanos como forma de organización, logrando que el jugador se olvide de la sensación de estructura que domina la lógica del juego. Lo que se ha trasladado al aficionado mediante la narración de la idea es que el jugador tiene más libertad. Y tiene más libertad, pero también bajo unos principios.
El paso de los años continúa dejando en evidencia a aquellos que ponen colores, pegatinas y valores a las ideas. En el juego no existe el cielo y el infierno. Sólo el tiempo y el espacio
“Cuando me hice cargo de Kalmar en 2021”, relata Henrik Rydstrom en una entrevista con L’Ultimo Uomo, “los jugadores venían de un tipo de juego en el que, desde hacía un par de años, estaban acostumbrados a patear el balón lo más lejos posible. Así que comencé con un modelo casi estrictamente posicional, para tener una base desde la cual empezar. Es como aprender un idioma: probablemente primero necesites conocer el alfabeto y las reglas gramaticales, pero luego, cuando hayas aprendido estas cosas, podrás romper las reglas establecidas, casi crear tus propias palabras, oraciones y significados. Por supuesto, sin puntos en común todo se convierte en anarquía. Pero me gusta el relacionacismo como concepto porque me hace pensar que hay algo más. Como dijo mi capitán Anders Christiansen, compartamos la pelota, como cuando se comparte el pan y el vino con el prójimo”.
Si uno observa toda esta sucesión de imperios del juego y se aleja todo lo posible en lugar de verlo desde dentro de forma intensa, se dará cuenta de que todas las formas de entender el fútbol se legitiman por ser la consecuencia de otra anterior que se vio como lo adecuado y la causa de otra posterior que vendrá para derrotarla. Es decir, son producto del tiempo que les toca entender y contrarrestar. No sabemos si Lillo, quien se considera en aquel texto suyo de 2022 como un “padre arrepentido” por la forma en la que los entrenadores han robado el juego a los futbolistas, podrá ver algo diferente a lo que ya es un hecho, pero el paso de los años continúa dejando en evidencia a aquellos que ponen colores, pegatinas y valores a las ideas. En el juego no existe el cielo y el infierno. Sólo el tiempo y el espacio.