PUBLICIDAD

Dani Alves, una criatura del fútbol

Pertenece a una estirpe de futbolista en extinción: el típico brasileño mágico y rebelde de sonrisa perenne que nos obligaba a ir con Brasil en los mundiales

En Mis almuerzos con Orson Welles, Henry Jaglom y el director de Ciudadano Kane se refieren a los legendarios Gary Cooper y Humphrey Bogart no como actores, sino como criaturas del cine de las que nos enamoramos, surgidas de la idea que tenemos sobre lo que significa ser un héroe. De alguna manera, mis sensaciones respecto al fichaje de Dani Alves por Pumas, el equipo de la Universidad Nacional Autónoma de México, comparten ese mismo territorio: no se trata de un jugador de fútbol, sino de una creación del fútbol a partir de lo que suponemos que significa el fútbol.

Lo primero que pensé fue que el solo hecho de fantasear con el internacional brasileño trotando al mediodía, bajo el sol africano del Estadio Olímpico Universitario, era todo lo que necesitábamos para reengancharnos con el fútbol que la irrupción de las plataformas de streaming, la publicidad invasiva de las televisoras, las mesas de debate en decadencia y los influencers con carnet de prensa nos quitaron. Fue una imagen bien recibida por varios tuiteros, aunque tachada de romántica por otros tantos. Yo, por lo menos, defiendo una idea de romanticismo con la que me siento bastante cómodo, heredada del escritor y poeta Julián Herbert: ‘no hay promesa sin resaca’. 

Resulta cuando menos curioso que Alves, un teórico lateral diestro que revolucionó el fútbol en la élite, se haya decantado por afrontar el penúltimo reto en su carrera, a seis meses del Mundial de Qatar, en un equipo cuyas señas de identidad son tan ambiguas como radicales: la cantera y la mística universitaria —que también puede ser conocida en su versión de cantina como ‘garra unamita’—. Imaginen haber pasado tanto tiempo en Barcelona, mamando una ideología y determinados valores que se transmiten de generación en generación, como el café con leche o el periódico bajo el brazo, y de pronto ser increpado por no poner los suficientes huevos en un partido absolutamente caótico.

 

El solo hecho de fantasear con el internacional brasileño trotando al mediodía, bajo el sol africano del Estadio Olímpico Universitario, era todo lo que necesitábamos para reengancharnos con el fútbol

 

Pero vamos, no todo tiene que ver con el ineludible choque de culturas. Me siento listo para recuperar esos paseos matinales —o nocturnos, según el apetito comercial de la televisora de turno— desde Plaza Loreto hasta el estadio, bajo el manto de mi padre, un aficionado al fútbol que no necesita carta de presentación, salvo la siguiente: es mi viejo, el tipo que me heredó la pasión por Pumas y el hombre de bigote semiprusiano que me ha consolado durante mis horas más bajas en una cancha, como por ejemplo aquella semifinal frente a América en el Torneo Verano de 2002, cuando me dijo con desbordante sabiduría: “Qué pendejos. Ya ni la chingan. Ni modo, Golito. Nos toca el próximo año”.

Con su arribo a México, Dani Alves se ubica por delante de cromos mitológicos de mi formación sentimental del calado de Cristian Domizzi, Gonzo González —con quien compartí después un doble pivote contracultural en una liga amateur—, Victor Carucha Muller, Diego Alonso, Ignacio Scocco, Luis García Sanz o Marcelo Díaz. Por no hablar de mi mayor placer culposo como feligrés del Pedregal: Cristian Zermatten, un jugador de último pase recordado únicamente por haberle propinado un cabezazo a un árbitro en un partido de Jornada 5. Todo esto se debe a que, sencillamente, pertenece a otro universo, a una estirpe de futbolista en extinción: el típico brasileño mágico y rebelde de sonrisa perenne que nos obligaba a ir con Brasil en los mundiales y en los partidillos del patio del colegio. 

Siento decepcionar a los que esperaban un análisis más sesudo del posible encaje de Dani Alves en el sistema de Pumas, especialmente tras el naufragio universitario en el Camp Nou frente al primer Barcelona post-palancas. Últimamente he dado muchos bandazos en términos de identidad.  Son cosas de la edad, supongo. Lo único que puedo decir es que me encantaría que el interior diestro en 4-3-3  —con su variante de mediocentro organizador en 4-2-3-1— tenga continuidad, aunque existe la posibilidad de que eventualmente se asome el lateral al uso para detener el sangrado que provocaron las recepciones de Pedri y Gavi a la espalda de la línea de centrocampistas. Lo que sí sé es que, pese al bochorno del Gamper, me siento capaz de desprenderme del aburrido traje que me ha acompañado durante, por lo menos, la última década de mi vida: el del puma sin ganas. 

 


SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA


Fotografía de Getty Images.