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Celebrar la pertenencia

No necesitan grandes éxitos ni títulos, basta con poder mirarse los unos a los otros mientras cantan para saber que el Leeds United son ellos

Frankie llega del trabajo cansado, besa a su mujer y se pone un disco de los Abrasive Wheels. La música le lleva a tiempos mejores y tararear When the punks go marchin in le deja en la boca un dulce sabor a triunfos pasados. Recuerda sus primeras visitas a Elland Road, cuando era un niño feliz creciendo en una pequeña casa entre Burley Road y Kirskall Road, al oeste de Leeds. No tenían demasiado, pero lo compartían todo, incluido el amor por el Leeds United. Era el equipo de su ciudad, el que Frankie había heredado de su padre, que había recibido el testigo del abuelo Jim.

Era un canijo con el pelo castaño ondulado y las mejillas sonrosadas. Se metía en algún lío, pero siempre sabía escapar de las consecuencias. Era un enano con suerte, cuya mayor ventura fue hacerse mayor mientras su equipo vivía la época más dorada de su historia. Frankie sacaba pecho por ser del Leeds United y, como toda la ciudad, estaba orgulloso de los chicos de Don Revie. El capitán de aquel equipo de ensueño, el escocés Billy Bremner, era el ídolo de Frankie y podría decirse que se convirtió en un modelo a seguir para el pequeño.

Frankie fue creciendo y los éxitos del Leeds disminuyendo. Tras los años gloriosos llega, en una relación matrimonial como la que implica ser de un equipo, el momento de afianzar la fidelidad. Frankie nunca ha dejado de ir a Elland Road con la misma ilusión que el primer día. Además, con la mayoría de edad llegaron los primeros desplazamientos para apoyar al Leeds allí donde defendiera su camiseta.

 

Vendrán tiempos mejores -al menos eso esperan-, mientras tanto nada hay que pueda impedir que cada fin de semana Frankie y los suyos se reúnan a celebrar el simple y complejo hecho de la pertenencia

 

Así, temporada tras temporada, Frankie fue guardando en su retina momentos que nunca olvidará. El Frankie adulto y padre de familia tiene la virtud de recordar todo con una exactitud que deja pasmado a quien le escucha. Relata cada instante y cada sensación con una cantidad de detalles que convierten sus historias en algo apasionante para una niña de ocho años. Quien escucha boquiabierta aquello que él apasionadamente le cuenta es Cecile, su única hija, su tesoro más preciado. Títulos, viajes, temporadas mediocres, grandes victorias, dolorosas derrotas e insípidos empates llenan la cabeza de Cecile.

El Leeds está en mitad de la tabla y trata de afianzarse en la zona cómoda para no pasar apuros y mantenerse en Championship. Lejos quedan los días de ligas conquistadas y semifinales europeas. Hace un par de horas los ‘Whites‘ han empatado a cero contra el Nottingham Forest y The Old Peacock todavía está lleno de aficionados del Leeds bebiendo pintas y cantando viejas melodías de amor. De ánimo, de aliento, de amor incondicional a los colores.

Frankie brinda con sus colegas, bebe cerveza Pale Ale, sonríe y corea los cánticos. No han ganado, las cosas no van bien pero siguen vivos. Elland Road continúa apareciendo majestuoso cuando coge la A58 en dirección a Bradford. Vendrán tiempos mejores -al menos eso esperan-, mientras tanto nada hay que pueda impedir que cada fin de semana Frankie y los suyos se reúnan a celebrar el simple y complejo hecho de la pertenencia. No necesitan grandes éxitos, basta con poder mirarse los unos a los otros mientras cantan para saber que el Leeds United son ellos.

 


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Fotografía de Getty Images.