En el libro de memorias del controversial Morrissey, radical del Manchester United donde los haya, se asoma una maravillosa reflexión sobre lo que distanciaba a Bobby Charlton, hijo de un minero, de George Best, el primer futbolista pop de la historia: “Bobby Charlton mostraba su desaprobación respecto a George Best porque Best es la impactante novedad frente a la disciplina, tan años cincuenta, de Charlton fumando pipa”.
Es casi una norma que los chicos malos se salgan con la suya: se sientan al final del bus, se roban a la chica, conducen con una sola mano e insisten cuando les dicen que no. Por eso el triunfo de Charlton, nativo del nebuloso municipio de Ashington, en los confines de la isla, es el triunfo de todos los que no tenemos tatuajes, los que no cruzamos el semáforo en rojo y los que pedimos los besos en lugar de robarlos.
Su reputación de gentleman jamás corrió tanto riesgo como en aquella gira por Colombia. A Charlton lo acusaron de haber sido cómplice del robo de un brazalete de diamantes orquestado por el capitán Bobby Moore
La segunda vida de Charlton, tras sobrevivir a la tragedia de Munich que cobró la vida de ocho jugadores de los ‘Busby Babes‘, la generación dorada del fútbol inglés, estuvo marcada por su rol protagónico dentro de la Santísima Trinidad del Manchester United, el inigualable tridente que formó junto a Denis Law y George Best. Pero sobre todo por haber sido un hombre incorruptible dentro y fuera de la cancha. Cuenta la leyenda, que de las estadísticas es mejor no fiarse demasiado, que nunca vio una tarjeta roja como profesional.
Su reputación de gentleman jamás corrió tanto riesgo como en aquella gira por Colombia, en la víspera del Mundial de México’70, donde la selección inglesa se preparaba para revalidar el título conseguido cuatro año antes en casa ante Alemania Federal. A Charlton lo acusaron de haber sido cómplice del robo de un brazalete de diamantes orquestado por el capitán Bobby Moore, en una incursión por una joyería bogotana. Para cualquier cinéfilo, el disparate tenía los condimentos necesarios para evocar a Robert Redford y Paul Newman a punto de asestar el gran golpe. El legendario Alf Ramsey, entonces entrenador del representativo nacional, reaccionó como quien no vivió lo suficiente para ver a Boris Johnson de Primer Ministro: “Todo aquello parece surrealista. El capitán de Inglaterra, acusado de robar una pulsera, cuando podría permitirse comprar la tienda entera. No tenía sentido desde el principio”. Charlton salió limpio del enredo, cosa que nunca pudo presumir del todo Moore, ante la temprana intervención de las fuerzas diplomáticas de su país.
“A Bobby la muerte lo soltó, para que un obrero de las minas pudiera seguir regalando a la gente la alta nobleza de su fútbol. La pelota le obedecía. Ella recorría la cancha siguiendo sus instrucciones y se metía en el arco antes de que él la pateara”
Con un legado a cuestas que incluía haber sido una pieza capital para la consecución de la Copa del Mundo con Inglaterra en 1966 y la Copa de Europa con el Manchester United en la 67-68 —los dos logros con más lustre en la historia del fútbol inglés—, además de una trayectoria intachable como embajador internacional de su país, fue convertido en Sir por la Reina Isabel II en 1994. El escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano, por su parte, le dedicó unas sentidas líneas en su obra cumbre, El fútbol a sol y sombra: “Él era un sobreviviente. Casi todos los jugadores de su equipo, el Manchester United, habían quedado atrapados entre los hierros retorcidos de un avión en llamas. A Bobby la muerte lo soltó, para que un obrero de las minas pudiera seguir regalando a la gente la alta nobleza de su fútbol. La pelota le obedecía. Ella recorría la cancha siguiendo sus instrucciones y se metía en el arco antes de que él la pateara”.
No hay duda de que Bobby Charlton era un hombre encantador, como el sujeto de la canción de los Smiths. Pero no de la manera en que suelen ser encantadores los prohombres británicos, sino con la autenticidad que solo te da el haber sobrevivido a un accidente de avión y haber crecido en el seno de una familia de clase trabajadora lo suficientemente lejos de Londres y lo suficientemente cerca de las tierras bajas escocesas.
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Fotografía de Getty Images.