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Bendito Amiens

Se escribirán libros, también filmarán películas y toda una épica alrededor del Amiens. Y no es para menos, no todos los días se hace historia de esta manera

A veces da la sensación de que el destino está escrito. Un complejo guión en el que se mezclan drama y comedia, donde uno se adapta a ambos registros como si fuera Tom Hanks. Todo en manos de la providencia, quizá en agosto ya estaba plasmado que el Amiens ascendería por primera vez en su historia a Ligue 1. Simplemente se le quiso dar emoción para que así el éxito tuviera un aroma especial. Una tarde así no se olvida nunca, se recuerda con el paso de los años y los escalofríos vuelven al mismo lugar. Los aficionados se harán la misma pregunta cada 19 de mayo: ¿y tú qué hacías el día del agónico triunfo? Brillo en los ojos, sonrisa cómplice y a que vuele el imaginario.

Imaginad que sois Emmanuel Bourgaud. Habéis tenido la clásica carrera modesta por clubes sin mucho nombre, todo un obrero del balón. Allí atrás están aquellos años en el Angers, Creteril, Poire-sur-Vie o Colmar. Supongo que Bourgaud estaría nervioso las horas previas al partido ante el Reims, pese a conocer su suplencia eso no evita el cosquilleo en el estómago. Posiblemente se sufra más sentado que peleando sobre el verde, la impotencia es mayor. El 0-1 de Kamara templa un poco los nervios. Igual el milagro se da, al menos la conciencia de quien cumple su deber ya está tranquila. Cuando se cumple una hora de encuentro regresa la incertidumbre, empate del Reims. Joder, ¿de nuevo vamos a morir en la orilla? “Bourgaud, a calentar. Date prisa, coño”, diría Christophe Pelissier en tono agresivo. Son esos partidos en los que uno se ejercita poco, por no decir nada, en la banda, está más pendiente de lo que ocurre en el césped. Un par de carreras, algún estiramiento leve y a beber agua mientras anima a los compañeros. Es ya el minuto 83, el turno que tanto tiempo llevaba esperando. El último de los cambios, esa última bala de la que depende el Amiens. “¿Y si soy el héroe?”. Las pulsaciones se incrementan, los latidos van al compás del grito de los hinchas.

Es ya el descuento, el árbitro ha sido generoso con el tiempo añadido. Quién sabe si en esta última falta a favor puede llegar el gol… Balón largo al segundo palo, otro centro al área, peina un compañero. Aquí está, se acerca el balón. Un bote, dos, levanta la cabeza y tiro cruzado. Se acabó, adiós a la tensión. Es momento de correr como si no hubiera mañana, gritar por todo un pueblo que jamás vio a su equipo centenario jugar en la máxima categoría del fútbol francés. Adiós de un plumazo a todos los momentos duros, adiós a aquella final de copa perdida en 2001 y hasta luego a aquellos 69 puntos que dejaron al Amiens en segunda pese a hacer récord de puntuación. De un balón cruzado se despidieron muchas de esas maldiciones, de aquellos que tan solo recordaban Amiens por ser el lugar de nacimiento del presidente Macron. Una mañana se levantaron sextos en la clasificación y se acostaron segundos, como cuando te encuentras un billete de veinte euros en el pantalón del sábado anterior. Cuando pase la resaca, si es que pasa, se darán cuenta de todo, sobre todo un Bourgaud para el que la historia tenía guardada un momento así. Todos los 19 de mayo suena el teléfono de Emmanuel, la sonrisa aún no se le ha ido de la cara y recuerda con gusto la jugada que cambió su vida y la de tantas personas.