Un futbolista profesional tiene la obligación de salir concentrado a cualquier partido. Empecemos por ahí. Pero está claro, ahora esto ya lo puedo decir: un encuentro de Champions siempre es diferente. Porque no es lo mismo jugar un martes que un jueves. Y porque esa música que suena antes de que el balón eche a rodar no se parece a ninguna otra. Lógicamente, poder competir en Europa, sea cual sea el torneo, ya es increíble, pero en la Real Sociedad hemos dado ese saltito más, y eso se nota, por todo lo que supone para cada jugador y para el club. Pero cuidado: lo sientes tanto para bien como para mal. La exigencia es mucho más grande, y el efecto negativo que puede comportar hacerlo mal, también. “No estáis preparados”, “os queda grande”, “no valéis para esto”… Os suena, ¿no? Todos sabemos qué cosas pueden decirse si no estamos finos en un partido de esas dimensiones. Lo malo siempre va a estar ahí. Eso ya lo asumes. Pero no puedes pensar en eso. Tienes que coger lo bueno, mascarlo y saborearlo.
Pero es cierto. Un partido como el de este miércoles, contra el PSG, la ida de unos octavos de Champions, te toca más. A los jugadores nos pasa como a los espectadores. Hay días en los que tienes que poner más de tu parte para enfocarte al máximo y dar tu mejor nivel. Y otros, como cuando te mides a uno de los que están arriba en la Liga, o afrontas una eliminatoria avanzada de Copa, o un cruce europeo, en los que, solo por el envoltorio que te rodea, ya estás concentrado de natural. Solo con el contexto, ya te metes en el partido. Pero por eso creo que tiene más mérito llegar motivado a los primeros. Todo el mundo quiere jugar contra el Madrid o contra el Barça, hacer los máximos esfuerzos, intentar los mejores regates, que se le vea… Vale, muy bien. Pero eso hay que hacerlo todos los días. Y ahí está la dificultad, lo que nos convierte en profesionales. Yo lo he aprendido con la experiencia.
No siento nervios antes de un partido grande. Y, si los siento, no son nervios que vengan de las dudas o el miedo, sino ganas de que llegue el encuentro
No siento nervios antes de un partido grande. Y, si los siento, no son nervios que vengan de las dudas o el miedo, sino ganas de que llegue el partido. Son nervios de desear que llegue la hora, de querer estar en el once, de querer hacerlo bien, de querer disfrutar ese momento. Me conozco de sobra, y en eso he tenido suerte, porque soy un tipo muy tranquilo. Esa tranquilidad la necesitas más que muchas otras cosas. Porque si no la élite te penaliza. Y te saca de la rueda. Es la realidad. La gestión de la presión es un factor más de tu trabajo. Tan importante como el propio rendimiento. Yo quizá estoy más inquieto o pensativo durante la semana que el día del partido. Cuando llega, si he hecho todo lo que estaba en mi mano en las sesiones, me siento seguro, cómodo. Es un día más. Lo vivo con naturalidad.
Aunque tampoco me parece malo tener un punto de tensión cuando vas a jugar un partido así. A veces es mejor pensar que algo puede salir mal, sobre todo si juegas en posiciones defensivas. Imaginar que el de al lado se va a resbalar o fallar un despeje, que va a chocar contra alguien y se va a caer. Así estás más preparado para lo que pueda suceder. Es mejor eso que confiar demasiado.
Esa tranquilidad la necesitas más que muchas otras cosas. Porque si no la élite te penaliza. Y te saca de la rueda. Es la realidad. La gestión de la presión es un factor más de tu trabajo
Tengo que reconocer que no hago nada especial para mentalizarme antes de un encuentro. Por más trascendente que sea. Como mucho, ponerme mi lista de canciones, o mirar fotos de mis perros y pensar en ellos. Para mí, la clave es vivir lo que haces, aprovechar cada momento, disfrutar del equipo y de tus sensaciones. En el segundo año en la Real, cuando ya empecé a dominar un poco más las situaciones del juego, recuerdo que vi una entrevista en la que Cañizares decía algo como: ‘Remiro muy bien, pero debería gustarle un poco más el fútbol’. No lo entendía. Pensaba: ‘Joder, ¿por qué dice esto de mí?’. Luego lo pillé. Yo había hecho algunas declaraciones diciendo que me gustaban otras cosas además de mi trabajo o que prefería desconectar siempre que pudiese. Pero ahora reconozco que es mejor estar metido siempre, fijarte en todos los detalles, intentar copiar a los que lo hacen bien… Ese plus de estar pendiente todo el tiempo es lo que marca la diferencia.
Y ya no sé vivirlo de otra forma. Cuando por fin estoy en el césped, debajo de la portería, me gusta aprovechar las pausas del partido para disfrutar del escenario en el que estoy. Sienta bien: ser consciente de lo que estás haciendo, de quién eres, del ambiente de tu alrededor… También para recordar todo lo que te está pasando y darle el valor que merece. Pero siempre, siempre hay un momento en el que me acabo metiendo en el juego, y eso lo absorbe todo.
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Fotografía de Velezito.