Heysel, 1985.
Hillsborough, 1989.
Cualquier aficionado al fútbol de cierta edad recuerda a la perfección qué ocurrió en Bruselas y en Sheffield en los años 80: dos estadios de fútbol marcados por la tragedia en forma de avalancha humana que dejaron 39 muertes en Heysel (en la final de la Copa de Europa de 1985) y 97 en Sheffield, durante un partido de la FA Cup entre el Notthingham Forest y el Liverpool.
Sin embargo, en los inicios de la década, otra tragedia de dimensiones similares y por motivos siniestramente parecidos tuvo lugar en Moscú. A diferencia de Heysel o Hillsborough, apenas tuvo repercusión en los medios de comunicación.
¿Qué sucedió realmente el 20 de octubre de 1982 en el estadio Luzhniki de Moscú?
Spartak y Haarlem jugaban el partido de ida de los 1/16 de final de la Copa de la UEFA en el estadio de Luzhniki, con una capacidad para casi 100.000 espectadores.
Sin embargo, las duras condiciones climáticas –temperaturas de diez grados bajo cero ya a mediados de octubre- y el escaso tirón del rival (en el Haarlem jugaba un tal Ruud Gullit, futura estrella pero todavía un desconocido) hicieron que solo 17.000 personas acudiesen al estadio.
Por ello, las autoridades decidieron abrir solo dos sectores, el A y el C, donde se juntaron todos los espectadores.
Todo transcurría con normalidad hasta los últimos instantes del partido: el Spartak ganaba 1-0 y cuando faltaban pocos minutos para el pitido final, muchos espectadores comenzaron a abandonar el estadio.
Fue entonces, ya en tiempo añadido, cuando Serguéi Shvetsov anotó el 2-0. El gol más triste de su carrera. Los que se habían ido del estadio regresaron rápidamente al oír la celebración del gol, y los que habían visto el partido completo ya salían del campo, porque de hecho, el gol de Shvetsov fue literalmente la última acción del partido. Ni siquiera se llegó a sacar de centro.
El choque entre los que salían del estadio y los que intentaban regresar provocó aglomeraciones imposibles de controlar por la policía: masas de gente se empotraban contra masas de gente en un estadio gigantesco
El choque entre los que salían del estadio y los que intentaban regresar provocó aglomeraciones imposibles de controlar por la policía: masas de gente se empotraban contra masas de gente en un estadio gigantesco, pero inutilizado en su mayor parte. Los escasos pasillos abiertos no daban abasto para evacuar a tanta gente.
Las evacuaciones fueron lentas y los hospitales no pudieron atender a todos los heridos. La tragedia se saldó oficialmente con 62 víctimas, posteriormente elevadas a 66, y las autoridades hicieron todo lo posible por minimizar los ecos del desastre. La noticia apenas traspasó las fronteras de la Unión Soviética.
Se cerró el estadio durante dos partidos como parte del luto oficial.
Internamente, los dirigentes soviéticos intentaron esclarecer la tragedia, pero de manera muy particular. El ministro del interior, Nikolai Shcholokov, fue despedido por corrupción (se suicidó posteriormente, cuando comprobó que le iban a retirar todas sus condecoraciones, y su cuerpo fue enterrado con la máxima celeridad para evitar preguntas) y se encausó a cuatro funcionarios, que serían amnistiados al cumplirse el 60º aniversario de la fundación de la Unión Soviética.
Solo la llegada de la ‘glasnost’ (transparencia) de Gorbachov permitió saber más detalles de lo sucedido en Luzhniki el 20 de octubre de 1982. Se abrieron los archivos oficiales y se descubrió que la cifra de muertos ascendía a 340 personas.
Cuando se supo la verdad, los periodistas buscaron a Serguéi Shvetsov, el autor del fatídico 2-0. Solo acertó a decir cinco palabras. “Nunca debí marcar ese gol”.
Una estatua en la que nunca faltan flores recuerda a los fallecidos en la tragedia, en los aledaños del estadio de Luzhniki, escenario de la final del Mundial de 2018.
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Fotografía del twitter de Steve Wilson.