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El partido del siglo

El 30 de mayo de 1971, la selección española se enfrentó al combinado de la URSS en el Estadio Lenin de Moscú, en un duelo con una inmensa carga política

Le pese a quien le pese, el fútbol y la política han sido siempre una misma cosa. Resulta innegable cuando uno revisa el caso del Mundial de Italia’34 o el del de Argentina’78, en los que los regímenes dictatoriales que gobernaban ambos países utilizaron el balompié para limpiar su cuestionada imagen, para desviar la atención del exterior. De la misma forma, sirven también de ejemplo dos de los duelos que enfrentaron a las selecciones de España y de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) entre 1960 y 1971, cuando el franquismo y el comunismo aún regían el día a día de dos estados diametralmente opuestos.

De hecho, el primero de estos históricos encuentros ni siquiera llegó a disputarse. El destino, siempre tan caprichoso, hizo que los caminos de ambas selecciones se cruzaran en los cuartos de final de la primera Eurocopa (1960). Después de superar a Polonia de forma contundente en octavos (2-4 en Chorzów y 3-0 en el Santiago Bernabéu), el combinado de Helenio Herrera quedó emparejado con el de la URSS, algo intolerable para una dictadura franquista que no podía permitir que la simbología soviética se mostrara en pleno corazón de España.

“El régimen decide que, si acaso, se puede jugar en Moscú; así que lanza una triple propuesta a la UEFA: jugar los dos partidos en Moscú, jugar el partido de ida en Moscú y el de vuelta en terreno neutral y repartir la taquilla, o jugar los dos partidos en campo neutral. El asunto es censurado en la prensa española y se llega al punto de prohibir por unos días la entrada en España de L’Équipe, que trata el caso”, relata el periodista Alfredo Relaño en 366 historias sobre el fútbol mundial que deberías saber. Y añade: “La UEFA rechaza las tres propuestas, da a España por eliminada pero no toma ninguna represalia contra nuestros equipos [que en aquella época dominaban las competiciones internacionales, con el Real Madrid como flamante campeón de la Copa de Europa y el Barcelona, de la Copa de Ferias], en atención a que España estaba dispuesta a jugar, aunque no a recibir en su suelo a los rivales. La Eurocopa seguirá su curso y la acabará ganando precisamente la URSS”.

Según cuenta el general Franco Salgado-Araujo (primo y secretario particular de Francisco Franco, y más conocido popularmente como ‘Pacón’) en el libro ¡Que vienen los rusos!, del periodista Ramón Ramos, el dictador llegó a asegurar que “fue motivado por la campaña que se ha venido haciendo en las radios rojas anunciando el recibimiento monstruo que en el Bernabéu se iba a hacer al equipo de Moscú, demostrando así la repulsa del pueblo español hacia mí. Todo ello unido a la actitud de Nikita Kruschev al exigir que se tocase el himno comunista y se izase la bandera con la hoz y el martillo, lo que daría lugar a incidentes que explotarían los comunistas de España y los agentes que vendrían con el equipo ruso”.

“Nosotros estábamos seguros de que les podíamos ganar y ser campeones de Europa, pero nos dijeron que eran órdenes de arriba, de Franco, y que no había nada que hacer”, admitía hace unos años en Marca el exfutbolista del Barcelona y del Inter de Milán Luis Suárez, una de las grandes estrellas de una selección española que en la final de la siguiente Eurocopa (1964) se cobraría su venganza al derrotar al combinado de la Unión Soviética por un ajustado 2-1 en el Santiago Bernabéu, con tantos de Chus Pereda y Marcelino Martínez.

Siete años después de aquella primera noche gloriosa del fútbol español, La Roja se volvió a encontrar con el conjunto de la Unión Soviética. Fue en el marco de la fase de clasificación para la Eurocopa de 1972, en la que el equipo nacional quedó encuadrado en el mismo grupo que las selecciones de Chipre, Irlanda del Norte y la URSS; un país que continuaba siendo enormemente lejano, incluso más en materia ideológica que en lo geográfico. Con todo, a pesar de que Franco todavía permanecía aferrado al poder y de que las relaciones diplomáticas con el gobierno de Moscú aún eran inexistentes, en aquella ocasión nadie se atrevió a plantear la controvertida opción que se había adoptado en 1960.

Así pues, a finales del mes de mayo de 1971, tras derrotar a Irlanda del Norte (3-0 en el Ramón Sánchez Pizjuán, con goles de Carles Rexach, Pirri y Luis Aragonés) y a Chipre (0-2 en Nicosia, con tantos de Pirri y José Luis Violeta) en las dos primeras jornadas del clasificatorio, el combinado español, entrenado por aquel entonces por Ladislao Kubala, viajó por primera vez en su historia hacia territorio ruso para enfrentarse al conjunto local en el majestuoso Estadio Lenin, rebautizado como Estadio Olímpico Luzhnikí tras el colapso de la Unión Soviética.

Portada de Mundo Deportivo del domingo 30 de mayo de 1971.

Por su inmensa carga política, el encuentro, que fue calificado como ‘El partido del siglo’ por algunos periódicos como Mundo Deportivo y que fue uno de los primeros en ser retransmitidos por Televisión Española, provocó “una expectación jamás igualada” en España, según aseguraban por aquellas fechas las páginas de Mundo Deportivo. Y es que lo que estaba en liza no solo eran los tres puntos; sino que lo más importante era vencer al bando contrario en el terreno de juego para, después, utilizar ese triunfo en el ámbito de la propaganda política. “El KGB hizo todo lo posible para concienciar a sus futbolistas”, enfatiza un reportaje de la Agencia EFE en el que se recogen las sensaciones sobre aquel partido de dos de los futbolistas titulares en la selección de Valentin Nikolaev: el central Revaz Dzodzuashvili, del Dinamo Tbilisi, y el centrocampista Iozhef Sabo, una leyenda del Dinamo de Kíev.

“Para muchos futbolistas soviéticos los partidos ante España tenían una importancia vital, ya que una derrota significaba la salida del equipo. Por eso, como se dice comúnmente, luchábamos a vida o muerte. Aunque en caso de derrota no nos detenían o fusilaban y tampoco disolvían el equipo, como en tiempos de Stalin, el precio político era muy alto. Todos lo entendíamos a la perfección”, reconoce Dzodzuashvili. Y Sabo, tras rememorar que los agentes del KGB nunca les perdían la pista, sentencia: “Nos adoctrinaban todo el tiempo. Repetían que teníamos que ganar fuese como fuese, más aún contra España”.

 

“Para muchos futbolistas soviéticos los partidos ante España tenían una importancia vital. Como se dice comúnmente, luchábamos a vida o muerte”

 

Tal fue el interés que provocó el encuentro que las autoridades soviéticas recibieron un millón de peticiones de entradas (“hasta de Petropávlovsk, en la península de Kamchatka”) y que, en España, alrededor de 5.000 aficionados acompañaron a los Kubala Boys (el apelativo con el que se conocía a aquella selección) hasta Moscú. “El que cinco mil españoles de todas las regiones, hasta canarios hemos visto, hayan hecho el viaje a Rusia tras el poder mágico y abre-telones de una pelota de fútbol, y el que a las pocas horas, pese a las dificultades del idioma, se encuentren aquí como un su propia casa (hasta el punto de que la célebre Plaza Roja bien parecía la Puerta del Sol o la Plaza de Catalunya), me parece un contacto importante con un pueblo que se ha mostrado muy simpático desde el primer momento”, remarcaba Mundo Deportivo, enfatizando la “aventura insólita” de aquellos “compatriotas” que habían aprovechado “el fútbol para cruzar a través del cada día más inexistente telón de acero, tan bajo que como ven lo salta un balón”. “Un balón que nos parece brillar en el cielo azul y claro de Moscú, como estas cúpulas bizantinas, maravillosas, que son el signo eterno de la ciudad que nos acoge”, concluía Carlos Pardo en una crónica de ambiente que relataba la exhibición con la que los bailarines de la compañía estatal de ballet clásico recibieron a la numerosa comitiva española “en la vasta y maravillosa sala del Palacio de Congresos del Partido Comunista Soviético, situada en el mismo Kremlin”. También disfrutaron de la primera parte del espectáculo, “el mejor que tiene Rusia”, los futbolistas y el propio Kubala, que en la previa del encuentro fue informado de que tendría que seguir el duelo desde “un palco de la tribuna, a unos cien metros del campo, sin posibilidad material de dar ninguna instrucción a lo largo de todo el partido”. “Han dicho que este es el reglamento y cuando los rusos dicen que el técnico debe estar en la tribuna… En la tribuna se queda”.

Con todo, la enorme ilusión que rodeaba aquel histórico partido contra la URSS generó un clima desmesuradamente optimista. “Los teóricos de la mesa de café, que no han ganado un partido importante en la vida, con la astuta táctica de decir que ‘los rusos son malos’, ponen un buen pedrusco en el camino de nuestra selección. Es absurdo minimizar de entrada la importancia del choque. Ganar en Moscú sería, en todos los sentidos, mucho más importante que la victoria de Madrid del año 1964. Tal vez, el triunfo más importante de toda la historia de nuestra selección”, afirmaban las páginas de Mundo Deportivo. Y es que, ciertamente, los soviéticos no eran un rival nada fácil. No en vano, el equipo de la URSS, que hasta la fecha no había perdido ningún encuentro oficial dentro de sus fronteras, atesoraba por aquel entonces un brillante currículum en la Eurocopa: campeón en 1960, subcampeón en 1964 y semifinalista en 1968. Además, los periodistas de la época también subrayaban la desventaja que suponía el hecho de que “el monolítico deporte soviético controla dos millones de futbolistas frente a los escasos 100.000 federados de España”, hasta el punto de aseverar (de forma exagerada, seguramente) que “el partido de Moscú es un poco la lucha de David contra Goliat”. “¿Es posible admitir que hay una igualdad en la confrontación? Uno diría que no. Pero contra el sentido lógico que dice que la URSS es la favorita, que debe ganar en su terreno y ante sus 103.000 seguidores, se alza la voz de la calle: ‘No perderemos'”, sentenciaba el exdirector de Mundo Deportivo Juan José Castillo.

Nikolaev formó con Rudakov, Dzodzuashvili, Shesternev, Zykov, Kaplychniy, Kolotov, Muntyan (Nodia, m. 76), Sabo, Banishevski (Fedotov, m. 80), Shevchenko y Evryuzhikhin.

Llegaron finalmente las 18:30 (hora local) del 30 de mayo de 1971, la hora fijada para el inicio del encuentro. Sin embargo, los aficionados españoles, nerviosos, no pudieron empezar a disfrutar del partido en sus pantallas hasta al cabo de unos minutos por culpa de un inoportuno despiste de la televisión alemana, la responsable de ofrecer las imágenes. Una vez subsanado el error, los telespectadores se sorprendieron al ver a los futbolistas de la URSS vistiendo de blanco y a los españoles, de azul eléctrico. “Lo de la vestimenta tuvo su miga. Molestos con la calidad del alojamiento ofrecido en territorio soviético, y al parecer con el trato dispensado, nuestros federativos se empeñaron en lucir la clásica camiseta roja y pantalón azul. Una manera tonta de incordiar, ya que la URSS jugaba con una primera indumentaria igualmente roja, sirviendo de fondo a las iniciales C.C.C.P. Como era lógico, los soviéticos exigieron que el equipo visitante respetara sus colores. Algo de todo punto incuestionable. Pero a la postre, luego de varios dimes y diretes, la cerrazón hispana los hizo saltar de blanco”, narra José Ignacio Corcuera en un reportaje publicado por el Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español (CIHEFE).

Alentados por los 5.000 hinchas españoles que, “curiosamente reunidos bajo una inscripción rusa: ‘Viva el trabajo'”, rompieron “la tarde plácida moscovita” al grito de “España, España, España ganará” y que ayudaron a abarrotar las 105.000 localidades del “óvalo perfecto azul y verde del magnífico Estadio Lenin”; los futbolistas españoles (José Ángel Iribar; Juan Sol (Antón, m. 65), Francisco Gallego, Tonono, Gregorio Benito; José Luis Violeta (Enrique Lora, m. 65), José Claramunt, Fidel Uriarte; Amancio Amaro, Carles Rexach y José Ignacio Churruca), imbatidos hasta la fecha bajo las órdenes de Ladislao Kubala, intentaron sobreponerse a las significativas ausencias de los lesionados José Eulogio Gárate y Pirri, “el auténtico motor de nuestra selección”, y al irregular estado del césped (“El terreno de juego está ondulado, la pelota da siempre unos saltitos raros y controlarla no es fácil”) para competir de tú a tú contra el combinado soviético.

Viñeta de Mundo Deportivo del domingo 30 de mayo de 1971.

El duelo estuvo completamente dominado por las defensas, por un fútbol lento e impreciso. La mayoría de las (pocas) ocasiones claras que se registraron fueron para el conjunto local, que en el minuto 79 consiguió romper el equilibrio gracias a un “disparo terrible desde seis metros” de Viktor Kolotov, gracias a “un tiro de abajo arriba que deja a Iribar planchado” que culminó “un hábil contraataque trenzado al primer toque”. “Si el ataque soviético, basado ante todo en la fuerza y en la velocidad más que en el mismo fútbol, fue tenaz y machacón a lo largo de todo el encuentro, el asalto final a la fortaleza española se transformó en demoledor. Fue una verdadera carga de caballería, de cosacos enfebrecidos por el alcohol de la victoria y el deseo de éxito capitaneado por el sable fulgurante de Kolotov, atravesando con un gol de bandera el corazón de un valiente llamado Iribar”, relató el periodista de Mundo Deportivo Carlos Pardo en una preciosa (e imprescindible) contra crónica del choque.

Portada de Mundo Deportivo del lunes 31 de mayo de 1971.

En el 83′, tan solo cuatro minutos después de la preciosa diana del centrocampista del Dinamo de Kíev, Vitali Shevchenko aprovechó un “absurdo” e incomprensible despiste de la zaga española en un saque de esquina para zafarse del férreo marcaje individual del madridista Gregorio Benito y anotar el segundo tanto de la tarde “con un tiro raso, durísimo, junto a un poste, que hace inútil el esfuerzo de Iribar”. Dos chuts lo habían “barrido todo”, cuatro minutos habían bastado “para desvanecer las aspiraciones españolas de lograr un empate que hubiese resultado, indudablemente, un éxito”. Pero entonces, cuando todo parecía perdido para los Kubala Boys, apareció Carles Rexach para anotar el 1-2 definitivo en el minuto 88. “Lora controla el balón en el centro del terreno, lo envía a Claramunt en posición de extremo derecha quien se interna, corre la banda y centra templado para que Rexach, de bolea impresionante desde casi fuera del área, bata irremisiblemente a Rudakov (1-2). Renace la esperanza”. La URSS se había impuesto de forma totalmente justa y merecida gracias a su incontestable superioridad atlética, pero el tanto de Rexach supuso el broche de oro a un encuentro en el que el equipo español había mostrado “un entusiasmo y un coraje dignos de elogio” al levantarse de la lona para recortar distancias tras recibir dos fuertes reveses casi consecutivos. Y, aún más, la diana del atacante del Futbol Club Barcelona dejaba la puerta abierta a la esperanza de que La Roja pudiera recuperar el goal average contra los soviéticos en el encuentro de vuelta del miércoles 27 de octubre de 1971 del Ramón Sánchez Pizjuán y de que pudiera mantener intactas sus posibilidades de terminar en la primera posición del grupo, la única que daba acceso a la fase final de aquella Eurocopa.

Pese a completar un gran encuentro en el estadio sevillista, los futbolistas de la selección española (Miguel Reina, Sol, Gallego, Tonono, Antón (Marcial Pina, m. 78); Claramunt, Lora; Amancio, Quino, Quini y Churruca) se estrellaron una y otra vez contra un heroico Yevhen Rudakov (“altísimo, sobrio y sin aspavientos, fue inexpugnable por alto y agilísimo a ras de césped. Probablemente, el más destacado de los 25”, afirma José Ignacio Corcuera en CIHEFE) y no pudieron pasar del empate (0-0). Así pues, los pupilos de Ladislao Kubala, que avasallaron a Chipre (7-0) y empataron con Irlanda del Norte (1-1) en las dos últimas jornadas del clasificatorio, quedaron eliminados al acabar justo por detrás del combinado de la URSS, que en la final del torneo caería ante la Alemania Federal por un inapelable 3-0.

Con todo, a pesar de caer por un ajustado 2-1, el 30 de mayo de 1971 los Kubala Boys entraron la historia del balompié español al convertirse en los primeros futbolistas del país en pisar el Estadio Lenin; el mismo que el 1 de julio, gracias a un precioso guiño del destino, fue el escenario del encuentro de octavos de final entre las selecciones de Rusia y España.