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Un ratito y adiós

Nos gusta pensar que hemos descubierto al próximo Balón de Oro. Sólo necesitamos un partido para dar rienda suelta a la imaginación. Aunque el efecto es efímero

Somos unos cazarrecompensas. Nos creemos unos cazatalentos. Saltamos de barco en barco y nos emocionamos rápido. A veces, sólo nos hace falta un partido. Uno y adiós. El tiempo suficiente para que alguien llegue, nos dé un apretón de manos y nos deje una nota en el bolsillo. Sólo necesitamos una jugada messiánica, una sonrisa vacilona al marcar un gol. Un peinado fuera de la norma. Nos basta poco para imaginarnos que hemos descubierto al nuevo Zidane. El genio del que nadie habla. Pero que no supere los 90 minutos. Es mejor así. Que todo se quede en la imaginación del momento. Continuamos con nuestra vida, y ellos con la suya.

Como un amor de verano, seguir sería ir a peor. Descubriríamos que el hat-trick fue fruto de una casualidad o que la inspiración que tuvo en el regate fue alegría de un solo día. Descubriríamos que, pasados los años, dejó el fútbol y que el tiempo y la realidad se lo engulleron tanto a él como a nosotros. Descubriríamos que se hizo carpintero o acomodador en un cine. Descubriríamos que no sabemos nada de fútbol realmente.

 

Al final, todo se quedó en nada, pero lo importante es que durante unos minutos pudieron cumplirlo todo en nuestra imaginación, y con eso ya es suficiente

 

A veces, sin embargo, se nos cruzan por el camino. Como una novela que dejamos a medias y un día, limpiando la estantería, nos la encontramos de frente. Es como si nos reencontráramos con un viejo amigo con el que sólo tuviéramos recuerdos de noche, en uno de los antros a los que íbamos juntos, pero ahora le viésemos las canas. Es raro. El otro día, descubrí que Patrick Roberts está ahora en el Sunderland, en Championship. Tan sólo ha jugado seis partidos en la Premier League en toda su carrera y apenas suma 19 en la liga española durante el Erasmus que vivió en Girona, donde rara vez fue titular. El futbolista inglés tiene ya 26 años, y su carrera no parece que vaya a despuntar, pero hubo un verano en el que creí que sería el mejor extremo del mundo, incluso algo más. En realidad, tan sólo fue la estrella de una selección inglesa juvenil que ganó el Europeo Sub-17. Me equivoqué. En mi imaginación, sin embargo, continuaba teniendo un futuro maravilloso.

Nos gusta despilfarrar adjetivos. Dar rienda suelta a nuestra imaginación y lanzar apuestas sin pensar. Y, a veces, sólo nos basta una jugada para hacerlo. Un partido. Suficiente. No necesitamos más, al menos, para no romper la magia. Para seguir pensando que André Silva, en efecto, se comió el mundo, o que el nombre de Pavel Kadeřábek no es el de ningún desconocido, más bien al contrario. Al final, todo se quedó en nada, pero lo importante es que durante unos minutos pudieron cumplirlo todo en nuestra imaginación, y con eso ya es suficiente.

 


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Fotografía de Getty Images.