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Sinisa Mihajlovic: “Fallé más penaltis que faltas”

En 2022 nos dejó Siniša Mihajlović, víctima de leucemia. Siempre le gustaron las parábolas. Pero en esta entrevista del #Panenka02 sacó a pasear su zurdazo más seco

GENOA, ITALY - MAY 21: Sinisa Mihajlovic head coach of Bologna looks on prior to kick-off in the Serie A match between Genoa CFC and Bologna Fc at Stadio Luigi Ferraris on May 21, 2022 in Genoa, Italy. (Photo by Getty Images)

Pasaban los años y Sinisa Mihajlovic (1969-2022) no perdía ni un ápice de su vehemencia. Él asociaba tal ímpetu a sus orígenes. Serbia era su patria y serbios sus impulsos. Zurda pérfida e irredenta, en el segundo número de Panenka (2011) enumeró, al unísono y superpuestos, los momentos álgidos de su carrera y del conflicto de los Balcanes.


 

El mundo le descubrió en la final de la Copa de Europa de 1991 entre el Estrella Roja y el Olympique de Marsella en Bari. ¿Qué recuerda de ese partido?

Creo que fue la final más fea de la historia de las competiciones europeas. Una semana antes del partido ya habíamos llegado a Bari y nos pusimos a ver vídeos del OM. Petrovich, nuestro entrenador, nos dijo: ”Tenemos un problema si queremos tener la pelota. Si intentamos atacar, nos la robaran y marcarán”. ”¿Y qué hacemos entonces?”, preguntamos. ”Pues cuando tengáis el balón, se lo dais”, nos conminó. Eso hicimos. En cuanto teníamos la pelota se la regalábamos. Nos pasamos 120 minutos sin tirar a puerta y cuando llegamos a los penaltis, aquello ya era una derrota para el Marsella. Amoros falló el primero y nosotros metimos todos los nuestros.

¿Buscaron los penaltis desde el inicio?

No, el objetivo era no encajar y quizá marcar algún gol de rebote o que yo metiera una falta. Si hubiésemos salido a jugar normalmente hubiésemos perdido. Y no porque fueran mejores, si no porque estaban más acostumbrados a jugar ese tipo de partidos. Éramos muy jóvenes y no tuvimos otra elección.

¿Qué reacción tuvo como jugador cuando Petrovich les dijo aquello?

No fue sencillo, pero es un tema cultural. Como buen jugador del Este, si mi míster me dice algo, yo estaré convencido de que es verdad y haré lo que me mande. Nosotros crecimos bajo ese sistema, al contrario que en España o Italia donde tienes derecho a opinar. Por aquel entonces, solo conocíamos una manera de hacer las cosas y los jugadores éramos como soldados.

¿Como entrenador, le daría alguna vez una consigna similar a sus jugadores?

A algunos jugadores les cuesta más que a otros acatar órdenes, pero tienen que hacer lo que yo diga. Si no, fuera.

¿Se enfada a menudo con sus jugadores?

Acabaríamos antes si enumerase las pocas veces que no me enfado con ellos… [sonríe].

 

“Sacchi fue quien lo revolucionó todo. A su lado, el resto no somos ni personas”

 

Como técnico, no tiene una formación clásica, ¿cuál ha sido su fuente de inspiración?

He jugado 20 años al más alto nivel, con entrenadores como Eriksson, Zaccheroni, Zoff, Boskov, Mancini… De algunos he aprendido cosas sobre la gestión del grupo, de otros sobre táctica. Aún hoy, los llamo a menudo y comparo sus métodos con los míos. Además, vivo muy cerca de Coverciano, donde está el centro técnico de la Federación Italiana y la oficina de Arrigo Sacchi. Cada quince días le voy a ver. Me habla de su Milan, de sus equipos, de lo que él hacía, de la gestión de los egos. Él fue quien lo revolucionó todo. A su lado, el resto no somos ni personas.

Fue un gran jugador, ¿es sencillo entrenar a futbolistas menos buenos que usted?

Es complicado. Cuando estaba de segundo entrenador con el ‘Mancio’ [Roberto Mancini], él se enfadaba muchísimo porque los jugadores eran incapaces de hacer ciertas cosas, sobre todo detalles técnicos como un taconazo. Mancini era el maestro de los taconazos y no entendía como no podían ejecutarlo bien. ”Para ti era fácil, pero para ellos no lo es tanto”, le insistía. Ahora me toca a mí cabrearme. Cuando desperdician una falta me pregunto: ”¿pero cómo es posible?”. Es normal, no todo el mundo puede tener mi pie.

¿Qué le convertía en un lanzador tan eficaz?

No lo sé, siempre he marcado goles. Crecí muy tarde. Hasta los 12 años era un enano, el más pequeño de todos, pero era el que más fuerte tiraba. Cuando era un niño, no me gustaba el fútbol como deporte, si no porque había faltas y córners que lanzar. De no ser por el balón parado, me hubiese decantado por el baloncesto o el tenis. Solo me gustaba tirar a portería y, sin eso, jamás hubiera sido futbolista.

¿Cuál era su secreto?

Cuando me retiré en el Inter, el portero era Julio César. Un día hicimos una apuesta: diez faltas con barrera. Por cada gol tenía que pagarme cien euros y por cada uno que fallara, yo le pagaba lo mismo a él. Le soplé 600 o 700 euros. Nunca más quiso volver a apostar. Durante una época, los Figo, Adriano, Recoba se ponían detrás de mí para analizar cómo golpeaba la bola y nunca llegaron a entenderlo. Lo fundamental para mí era tomar siempre la misma carrera. Cambiarla era darle una pista al portero. Luego, le observaba hasta el último momento, hasta el último paso. Eso es algo muy complicado. Siempre comento que fallé más penaltis que faltas, algo que, por otra parte, es bastante cierto.

 

“De no ser por el balón parado, me hubiese decantado por el baloncesto o el tenis. Solo me gustaba tirar a portería y, sin eso, jamás hubiera sido futbolista”

 

Llegó a Italia en el 92 dejando atrás una guerra. ¿Cómo valora la evolución de su país tras el conflicto yugoslavo?

Serbia fue destruida y estamos intentando reconstruirla de la mejor manera posible, pero hay tantos problemas… Se habla de la crisis en Europa, pero imaginen el nivel de la crisis en Serbia. Cuando era pequeño, mi padre me decía: ”mira, este es médico, este es arquitecto…”. Vivíamos mejor. Ahora eso es impensable. Un médico gana 200 euros al mes. Y a su lado ves a jóvenes con aires de mafioso que conducen coches de lujo y van rodeados de chicas. ¿Cómo haces para educar a tu hijo en semejante ambiente? ¿Qué sentido tiene ir a la escuela?

¿Echa de menos la Yugoslavia de Tito?

No sólo la de Tito, echo de menos Yugoslavia. Si no vuelvo a casa una vez cada tres meses me siento mal. Allí el aire es diferente. Estoy con mi gente, bebo, río, como… creo que esto alarga mi vida. Incluso durante la guerra iba a casa. Tenía que cruzar el Danubio en balsa, pero me encantaba.

¿Cómo explicaría lo que significó la Guerra de los Balcanes?

Es una larga historia [silencio]. Cuando un país no va bien, cuando la gente no tiene qué comer, cuando estás siempre mal, ¿qué haces? Estando en guerra no tienes tiempo para pensar en lo mal que estás. Todos los conflictos son algo feo, pero una guerra entre un mismo pueblo es lo más brutal que pueda existir. Amigos, vecinos, parientes se matan y eso es lo que nos pasó a nosotros, eso es lo que pasó en mi propia casa. Mi padre era serbio y la familia de mi madre, croata; todavía hoy no alcanzo a explicar qué fue lo que pasó.

¿La vio venir?

Antes de la guerra no sabías quién era serbio, bosnio o croata. Yo jugaba en Serbia, pero todas las semanas iba a mi casa a Vukovar, en Croacia. La primera vez que entendí que algo no iba bien fue cuando fui al bar de un amigo de la infancia. Fui a saludarlo y ni me miró a los ojos. Le pregunté qué pasaba y me dijo: ”Déjame en paz, tú eres serbio”. A continuación, todo estalló. Fue muy rápido. Me fui a Ibiza a pasar unos días con unos amigos y llamé a mi madre para saber cómo estaba. Solo escuchaba ráfagas de disparos y le dije que bajara la tele. Cuando me dijo que no era el sonido de ninguna película entendí que la guerra había empezado. Mi madre estaba estirada en el suelo para poder hablar conmigo.

 

“Todos los conflictos son algo feo, pero una guerra entre un mismo pueblo es lo más brutal que pueda existir. Amigos, vecinos, parientes se matan y eso es lo que nos pasó a nosotros”

 

¿Cómo reaccionó?

Lo primero que intenté fue llevar a mis padres a mi casa en Serbia. Ellos no querían irse. En el pueblo, yo tenía un amigo que era como mi hermano, un croata, siempre dormíamos el uno en la casa del otro. Al poco de estallar el conflicto, se presentó en mi casa. Les dijo a mis padres que iba a arrasar la casa si no se iban, pero ellos no le hicieron caso. Tres días más tarde, mi amigo volvió con dos personas más y una pistola. Empezó a disparar a mis fotos y solo así mis padres aceptaron marcharse. Mi amigo destruyó la casa. Eso fue en 1991.

¿Pudo hablar con él?

No lo volví a ver hasta el año 2000, en un Croacia-Serbia en Zagreb de clasificación para la Euro. Vino a verme al hotel y me explicó la historia: ”Tuve que destruir tu casa porque si no me mataban”. Era un pueblo pequeño, todo el mundo sabía que era mi mejor amigo. Para demostrar que era un buen croata debía tirar mi casa abajo. ”Preferí disparar sobre tus fotos para salvar a tus padres. Una casa, al menos, la puedes volver a levantar. Si fuera un bastardo hubiese puesto una bomba en tu casa con tus padres dentro”, me confesó. Le di las gracias, porque salvó a mis padres y se salvó a sí mismo. Eso es lo que significa vivir una guerra en primera persona.

 


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Fotografía de Getty Images.