Hijo de futbolista, Raúl de Tomas (Madrid, 1994) retrata el perfeccionismo que nace de la pasión. La incapacidad de dar un balón por perdido y hasta de rehuir una conversación como ésta en la que no se trata de hablar del éxito sino del fútbol. Un deporte que no te garantiza nada como le preguntaba Raúl a su hermano pequeño, que juega en el juvenil B del Rayo Vallecano, la noche en la que veían en casa la final de la Copa de Europa y Karius, el portero del Liverpool, fracasaba clamorosamente: “Si algún día te pasa esto, ¿como actuarías?” Pero el hermano no supo responderle como Raúl nos responde ahora en esta conversación a corazón abierto, en el parque Juan Carlos I de Madrid, donde también regresamos a su infancia. “De mi padre aprendí que el fútbol, si eres responsable para administrar lo que ganas, siempre será un buen trabajo”, dice hoy él, a los 23 años, después de una gloriosa temporada en el Rayo que llevaba tres años persiguiendo. “Para llegar a lo bueno hay que pasar por lo malo”, insiste sin posibilidad de replicarle a él, un gran perfeccionista. Un futbolista que trata de atar hasta el último detalle. Vive con su entrenador personal y no perdona una sola tarde en el gimnasio. “Pero no para ponerme grande, sino para mejorar, para fortalecer y para no perder rapidez”.
Vine aquí para hablar del gol.
Uff, entonces tenemos para largo, porque el gol… No hay nada igual en el fútbol, pero es tan difícil…
El gol es muy perverso.
Sí, porque al final siempre se lleva noches sin dormir y detrás de él hay tanta liturgia, tanto trabajo o tantos años de trabajo… No se puede resumir en una sola cosa. Pero el problema está en lo que el gol significa para los demás. Si marcas has jugado bien y si no lo haces, porque el balón dio en el poste, entonces no. Ante eso, yo he aprendido a no dar importancia a lo que dicen los demás. No por desmerecerles a ellos, sino por centrarme en mí, en mi propia responsabilidad. La conozco y sé que no me va a engañar.
Fue usted hijo de futbolista.
Sí, mi padre jugó en el Yeclano, en el Tomelloso, en el Torrevieja… En Segunda B casi siempre.
Entonces no pudo hacerse millonario.
No, porque nunca cobró esas cantidades. Pero gracias al fútbol supo darnos una vida más o menos acomodada porque él es un señor de los pies a la cabeza que jamás pensó en comprarse un coche mejor si eso nos quitaba posibilidades a nosotros, que somos sus hijos. Por eso mi triunfo siempre será el de mi padre, de lo que he aprendido de él, de su forma de ir por la vida y de encontrar soluciones siempre. Cuando se retiró del fútbol abrió una autoescuela.
¿Fue una ventaja entonces tener un padre que ha sido futbolista?
No tiene por qué. El futbol es un reflejo de la vida. Cualquiera te puede dar consejos. De hecho, hay chavales que son futbolistas cuya familia no tenía ninguna vinculación con el fútbol. Pero es que en el fútbol de hoy no tienes más que abrir la puerta de un vestuario y verás siempre a gente muy madura… Ahora bien, si me pregunta a mí, en mi infancia sí es verdad que aprendí que el fútbol no era perfecto, porque mi padre alguna vez jugó en clubes que no pagaban al día y uno, aunque fuese un niño, se preguntaba cómo era posible eso de ir a trabajar y no cobrar a fin de mes… Recuerdo que alguna vez mi padre me ha contado que había compañeros suyos que proponían que, si no cobraban, tenían que dejar de ir a entrenar. Pero, claro, si lo hacían se arriesgaban a no volver a jugar al fútbol.
“Todavía recuerdo el día que me despedí de Zidane: ‘Eres un grandísimo jugador’, me dijo. ‘Céntrate y verás como sale bien’”
La memoria siempre sirve de ayuda.
Creo mucho en la memoria. Siempre la tengo presente. No quiero que desaparezca nunca de mi vida. Es más, me apena que en un año que te va mal la gente se olvide tan rápido de lo que hiciste el pasado, en el que a lo mejor marcaste 300 goles… Mire lo que ha pasado este año con Benzema cuando no ha encontrado el gol. En realidad, Benzema es un hombre que tiene todas las facetas del partido. Sabe jugar dentro y fuera del área, lo hace, incluso, mejor que muchos mediocentros… Pero a veces perdemos la memoria.
Es otra de las esclavitudes del gol. A veces, hasta le insultan a uno por fallar el gol que no quiere fallar.
Sí, a mí me han insultado mucho y ha habido insultos muy feos. Hay gente que no tiene escrúpulos y, aun sin conocerla, se acuerdan hasta de tu familia. Yo a veces, me pregunto, ‘Raúl, si tú estuvieras en la grada, ¿harías eso?’, y me veo incapaz de contestar que sí. Todos tenemos nuestra vida. Nadie merece esos insultos, pero…
¿No es parte de las emociones del fútbol?
No debería ser. Al menos, para mí. Pero, al final, entiendes que en un estadio en el que hay miles de personas nunca podrás controlar a todas y aprendes que este mundo que te toca vivir es así…
¿No es una pena que el mundo se deshumanice?
Sí, siempre, pero a partir de ahí depende de la cabeza de cada uno. Yo he tenido compañeros que te lo reconocen directamente. Para ellos, los insultos son una motivación. Yo no llego a tanto, pero ya no permito que ningún insulto me saque del partido. Quizá porque ya he pagado el precio. Mire, yo estuve un año en el Córdoba en el que salí pitando del estadio. Llegué a casa. Me metí en la habitación sin cenar. Me puse a llorar a solas y me acuerdo que Pablo, mi entrenador personal con el que vivía, me tocaba a la puerta. Pero yo no quería hablar con nadie. No sabía como hacerlo. No creía que el mundo pudiese ser así.
¿Y tampoco sonó el teléfono?
Mi padre me llamó, sí, pero tampoco cedí. Recuerdo que hablamos poco y por más que él me decía, ‘Raúl, tienes que acostumbrarte, el fútbol es así’, yo no quería escucharle. No quería escuchar a nadie hasta que me desperté a la mañana siguiente. Me levanté y me dije, ‘vamos a corregir cosas’, y entonces pensé en mi alimentación, en mis horas de descanso, en todo lo que se pudiese perfeccionar. Sin darme cuenta, ese día me iba a ayudar a cambiar mi vida.
¿Necesitaba cambiar tanto de su vida?
Cuando persigues la perfección siempre hay cosas que mejorar. Siempre. Cuando buscas culpas a todo te preguntas a ti mismo por qué das tantas vueltas a la cabeza al acostarte, ¿no te das cuenta de que eso complica tu descanso? No se adelanta nada. Si la cabeza no está saneada no hay nada que hacer en la élite. Pero de eso te das cuenta cuando estás tratando de dar una vuelta más a la tuerca y entonces te prometes a ti mismo que esto no puede volver a suceder. Y para que no suceda debes preguntarte por qué ha pasado.
¿Y con la alimentación sucedió igual?
Yo comía bien porque mi entrenador personal tiene la carrera de nutrición, pero entonces entendí que aún se podía comer mejor y, desde entonces, empecé a comer productos ecológicos y me encuentro mucho mejor. Por eso le decía en todo lo que ese día aportó a mi futuro.
Desaparecieron los pitos y volvieron los aplausos, como si fuese la letra de una canción de Serrat.
Sí, exactamente.
Las lágrimas pueden ser muy eficaces.
Lloramos muy poco en general. Pensamos que llorar está mal. Pero hay que elegir los momentos en los que llorar. Hay que buscar los momentos ideales para llorar, porque las lagrimas te recuerdan que para que pasen cosas buenas antes tienes que haber vivido cosas malas. No es fácil esto de vivir. No es fácil esto de ser futbolista. Pero esto lo vas viendo a medida que te haces mayor y, si tienes que llorar, llora. Las lágrimas también te convencerán de que no todo está perdido. Al menos, así ha sido mi caso.
Sin embargo, hoy llora de felicidad.
Sí, porque llevaba dos años buscando este ascenso a Primera en Córdoba, en Valladolid y, al final, lo he encontrado en el Rayo…
¿Se convirtió en un buscavidas?
No lo creo. Todavía es pronto. Sí es verdad que he estado en tres equipos diferentes. Pero eso me ha ayudado a crecer. Necesitaba salir del mundo no profesional que vivía en Valdebebas donde llevaba desde los ocho años y todo parece tan perfecto… Es más, todavía sigo pensando que es casi imposible encontrar algo mejor que todo eso que rodea al Real Madrid. Pero para comprobarlo tienes que salir y conocer otros mundos. Si por mí fuera jamás saldría de la Casa Blanca. Ahí está mi barrio, mi infancia, no puedes encontrar nada mejor.
Pero un día usted dijo que decepcionó a Zidane.
Siempre tendré esa sensación, sí. No puedo evitarla. Todavía recuerdo el día que me citó en su despacho cuando era entrenador del Castilla. Una de las ventanas daba al campo de entrenamiento del primer equipo y él me señalaba esa ventana. Me decía, ‘Raúl, yo te quiero ver ahí abajo’. Y me metí mucho en ese papel para sorprenderle a él y para sorprenderme a mí mismo, que también es importante, porque, al final, nuestro principal rival somos nosotros mismos. Pero ese año no salió bien y me dio pena. Todavía recuerdo el día que me despedí de Zidane: ‘Eres un grandísimo jugador’, me dijo. ‘Céntrate y verás como sale bien’.
¿Y le ha hecho caso?
Creo que sí. Hay gente que me puede juzgar por mi timidez y, como no ofrezco demasiada confianza, a veces parece que estoy crecido. Pero no es así. Para nada. Sé de donde vengo. No lo olvido nunca. De hecho, uno de mis tatuajes dice, ‘hay que saber de donde se viene’ y el hecho de que conduzca un buen coche no implica que me olvide de la humildad porque entonces me olvidaría de mi familia, de mi vida, de mi infancia, de lo que decía mi padre, ‘cuanto menos tienes eres más feliz’ o, sin ir más lejos, de todos esos veranos que íbamos de vacaciones a Torrevieja a casa de mi abuelo y éramos los más felices del mundo…
¿Y este año donde va a irse vacaciones?
No lo sé, porque estamos con tantas reuniones… Pero le puedo asegurar que a Torrevieja sí iré para revivir esos años en los que fuimos tan felices y de los que no me voy a olvidar nunca por muy lejos que pueda llegar en el fútbol.
“He tenido compañeros que te reconocen que, para ellos, los insultos son una motivación. Yo no llego a tanto, pero ya no permito que ningún insulto me saque del partido”
Iniesta refleja ese papel como ningún otro futbolista. El éxito no cambió ni una coma del hombre.
Para mí es el mejor futbolista español. No he visto a nadie mejor y pienso que ha marcado un antes y un después.
¿Y cómo fue en la cercanía? ¿lo ha tratado alguna vez?
No lo sé. No lo he tratado nunca. De Iniesta sólo puedo decir que el primer coche que iba a comprar se lo iba a comprar a él, un Audi A-5. Me enteré en el concesionario que lo vendía a través suya. Pero, al final, no se lo compré a él y compré otro también de segunda mano.
Es un buen coche. ¿Algún cargo de conciencia el día que se lo compró?
No, no, para nada. Sólo es una manera de disfrutar de mi vida y de lo que yo mismo me ha ganado. Hay gente que tiene la suerte de que su primer coche se lo pueden regalar sus padres. Yo no he tenido esa suerte o esa posibilidad. Pero no pasa nada. Mi padre me preparó para buscarla.
Así es el día a día.
Sí, son vivencias en las que, si uno se fija en los demás, siempre va a aprender. Pero soy de los que opina que, al final, de quien más aprendes es de ti mismo, de los desafíos que te planteas y eres capaz de cumplir. Antes le hablaba de la alimentación y es tan difícil cumplir con todas las tentaciones que hay en el mundo de hoy… El mero hecho de abrir la nevera… Pero entonces yo siempre me recuerdo que el 90% del triunfo del futbolista está en la alimentación y el otro 10% se reparten entre el talento y el trabajo… Pero es que si no te cuidas bien, si no alimentas bien a tu cuerpo, no hay nada que hacer, porque la alimentación es el día a día. Por eso soy tan estricto.
¿Se puede vivir así toda la vida?
No lo sé. Pero hasta que me retire, sí. Sin ninguna duda. Tengo esa posibilidad. Tengo que aprovecharla porque esto me puede hacer mejor futbolista. Mi padre, por ejemplo, nunca tuvo un nutricionista y yo, sin embargo, convivo con un entrenador personal porque lo intento atar todo, hasta el último detalle. Antes le hablaba de la perfección y sólo intento acercarme a ella…
¿Qué desayuna a diario?
Fajitas con huevos para empezar el día fuerte. Luego, hago cuatro comidas y la cena siempre es muy suave para quedarme con hambre y empezar el día siguiente con esa sensación de hambre.
La clave es ganar músculo y perder peso. ¿Se puede lograr?
Si comes sano, si empleas bien el gimnasio, yo voy todos los días al gimnasio excepto los lunes… Y lo he conseguido. He llenado mi cuerpo de músculo sin perder rapidez. Al contrario. He ganado rapidez porque uno necesita esos dos o tres metros que, al final, marcan las diferencias. Son los que te dan la vida en el área rival. No se pueden perder nunca. Por eso vivo dedicado todo el día al fútbol.
¿Sería capaz de bajar de los once segundos en los 100 metros?
No sabría decir, porque no he corrido nunca en una pista de atletismo y mire que me gusta el atletismo y ahora que me lo pregunta… Me encanta la rapidez, porque en buena medida en mi trabajo vivo de la rapidez. Hay posiciones como la mía en las que tiene que ser así. No puedo perder un átomo de rapidez. Quiero vivir cosas aún mejores de las que he vivido.
¿Y le compensaría volver al Madrid y jugar tan poco como Borja Mayoral este año?
No lo sé. Yo no soy Borja Mayoral. A lo mejor, voy y opto a más minutos. A lo mejor, sí, o a lo mejor, no. Pero sólo sé que no hay un jugador en el mundo que esté obligado a jugar todos los minutos. Yo no he vivido la época de mi padre cuando por lo visto se recitaban los onces de memoria y no había tantas rotaciones como ahora… De hecho, reconozco que a veces uno ya no se sabe ni el nombre de los rivales a los que se enfrenta como los rivales pueden no saberse el mío, ¿por qué?, porque hoy en día yo creo que ya no nos preocupamos tanto por los rivales.