Nos hemos hecho grandes y, sin quererlo, hemos descubierto que los Reyes no existen, que hay más monstruos en las calles que debajo de la cama… y que el fútbol ha cambiado tanto que quizás ya no se parece en nada a aquel juego inocente que aprendimos en los patios de los colegios, mientras jugábamos a ser grandes estrellas con nuestros amigos.
Igual que un sueño, aquel fútbol se ha desvanecido y no ha dejado nada más que la nostalgia. Precisamente, esta sensación de nostalgia es la que se te queda en el cuerpo cuando cuelgas el teléfono después de hablar durante una hora con Ramon Usall (Barcelona, 1977), un profesor de historia que ha publicado dos libros sobre el deporte rey: Futbol per la llibertat (Pagès Editors, 2011) y Futbolítica. Històries de clubs políticament singulars (Ara Llibres, 2017).
“Son dos libros repletos de historias curiosas”, explica el propio autor, que en 2015 fue elegido como diputado por el Parlamento de Catalunya y que se autodefine como un apasionado de la novela negra y del fútbol. Y la pasión se contagia, porque no hacen falta más que unos segundos para darse cuenta de que Usall es una de aquellas personas ve “el mundo como una pelota”, pero que, como los románticos, añora un tiempo pasado que considera mejor.
Porque la realidad es la que es. Y, llegados a este punto, todos hemos aceptado que el fútbol se ha convertido en un negocio y los clubes, en multinacionales. Pero lejos de resignarse, en Futbol per la llibertat y en Futbolítica, el objetivo de Usall, aquel chico que creció en Lleida mientras idolatraba a Terry Venables y Hristo Stoichkov, es alumbrar los casos de aquellos pequeños rebeldes que se empeñan en nadar a contracorriente. Al loro, que no estamos tan mal. O sí…
Hace unas semanas vivimos el enésimo caso de intolerancia en el mundo del fútbol: los ultras de extrema derecha de la Lazio pegaron adhesivos de Ana Frank vestida con la camiseta de la Roma en el estadio que comparten los dos grandes equipos de la capital de Italia. Una mala noticia más para este deporte…
Sí… Y constata lo que hemos tenido que sufrir en las últimas décadas: en muchos casos, ante una permisividad que es alarmante, las gradas de muchos estadios de Europa se han convertido en un campo de cultivo de la extrema derecha. El racismo, la xenofobia y la homofobia son ideas que en otros ámbitos es muy difícil que se expresen porque contravienen los principios fundamentales de los derechos humanos, pero que encuentran su espacio en los estadios. Es una situación muy preocupante.
En Futbol per la llibertat afirmas que este deporte es “el espejo de nuestra sociedad”. Entonces, quiere decir que esta extrema derecha también existe en nuestra sociedad…
Por desgracia, sí. Las gradas de muchos estadios europeos reflejan que las ideas de extrema derecha están muy presentes en esta Europa que, teóricamente, se había cimentado en el respeto a las libertades y a los derechos humanos. Y es que, como se ha demostrado últimamente, quizás el respeto a estas libertades y a estos derechos ya no es la principal preocupación del continente. Afloran viejos fantasmas del pasado que parecían olvidados…
Esto nos lleva a una pregunta clave: ¿el fútbol y la política pueden entenderse como dos cosas separadas?
Precisamente, una de las ideas básicas de Futbolítica es contradecir esta idea tan extendida de que el fútbol y la política no tienen nada que ver. Sigo el principio que establecía Ignacio Ramonet cuando alguien le cuestionaba que hablara de este deporte en las páginas de una publicación de culto como Le Monde Diplomatique. Él argumentaba que el fútbol se había convertido en un hecho social total y en un espejo de nuestro mundo y de nuestro tiempo.
Partiendo de esta base, el objetivo de Futbolítica es demostrar que los clubes sirven como herramientas para explicar la historia de los últimos 150 años. Quien lo lea, encontrará en él lo que yo he denominado “historias de equipos políticamente singulares”. Entre ellos, se incluyen clubs más conocidos, como el Barça, el Madrid o el Celtic de Glasgow, y otros que lo son menos, como el Qarabag de Azerbayán, que este año compite en la Liga de Campeones. Todas ellas son historias que pretenden evidenciar que el fútbol y la política tienen una relación muy estrecha. De hecho, creo que hay que desconfiar de aquellos que dicen que fútbol y política no tienen que mezclarse, porque seguramente son los que más interés tienen en hacerlo.
¿Los que defienden que el fútbol y la política no pueden mezclarse son los mismos que dominan la escena pública y el estatus quo?
Si vamos al concepto convencional y al origen etimológico de la palabra “política”, seguramente hay pocos hechos más políticos que el fútbol en nuestro tiempo: interpela los asuntos públicos, es relativo a los ciudadanos y muchas veces nos habla de relaciones sociales que involucran autoridad y poder. Es innegable que el fútbol es un fenómeno político, pero yo no le atribuiría a ello una connotación peyorativa.
Lo que pasa es que desde los estamentos que representan al poder solo se insiste en que las dos cosas no se pueden mezclar cuando el fútbol se vincula a políticas contestatarias. Es decir, la vinculación del fútbol con la política tan solo se denuncia cuando compromete el estatus quo. Por ejemplo, a mí me provoca una ligera sonrisa socarrona ver como, a veces, quien cuestiona que el Futbol Club Barcelona se adhiera al Pacto Nacional por el Derecho a Decidir lo hace mientras lleva una bufanda de un equipo que tiene la corona borbónica en su escudo. Como si llevar una corona borbónica en el escudo no fuera un acto de naturaleza política… O como si recibir a una selección o a un equipo en La Moncloa tampoco lo fuera.
¿Qué es lo que convierte al fútbol en un “hecho social total”?
Cuando nacen los primeros clubes de fútbol, lo hacen en la Inglaterra industrial de la segunda mitad del siglo XIX y con un fuerte arraigo comunitario. Representan a un pueblo, a una ciudad, a una comunidad religiosa o política, a un movimiento sindical… Por ejemplo, un caso muy curioso es el del Manchester City, que nació como un club parroquial anglicano que quería alejar a las clases populares de la tentación de las bandas, de la violencia y del alcoholismo. Lo que se pretendía era controlar a los obreros con una actividad deportiva que les permitiera llevar una vida saludable y que les acercara a los principios religiosos de la iglesia anglicana.
Con el tiempo, el City ha terminado en manos de los petrodólares emiratíes, en una clara metáfora de cómo ha cambiado este deporte a lo largo de su historia; pero aquella identificación de la comunidad con el club es lo que fue convirtiendo a los clubes de fúbol en agentes de representación social y política. Además, también han sido importantes el origen británico del juego, la facilidad de su práctica, la organización de torneos internacionales y su adaptación a los territorios coloniales, donde sustituyó a las prácticas deportivas nativas y permitió que los colonizados tuvieran un espacio competitivo en el que desafiar al colonizador.
Estos ingredientes son los que hicieron del fútbol el deporte más popular del planeta. Y en consecuencia con el papel que el deporte juega en nuestro mundo, el fútbol se convirtió en un hecho que trasciende el ámbito deportivo y que tiene implicaciones de carácter social y político que no pueden ser puestas en cuestión.
Manchester City, Manchester United, Paris Saint-Germain… Son clubes que a muchos les despiertan una gran animadversión hacia el fútbol moderno, el fútbol mercantilizado. En este deporte, ¿cualquier tiempo pasado fue mejor?
Yo soy un apasionado de la historia, por lo que esta idea la tengo bastanta interiorizada. Aun así, creo que hay argumentos en un sentido y en el otro. Lo que pasa es que sí que es verdad que la compra de grandes equipos por parte de capital extranjero es una evidencia. Y hay dos casos flagrantes: el City y el PSG, dos clubes que son dos de los grandes favoritos a ganar la Liga de Campeones, pero que están absolutamente desconectados de sus raíces.
Sin duda, vamos hacia un modelo deportivo a la americana: más show-bussiness que deporte, más negocio que identificación con los orígenes de los clubes. Que en su pasado más reciente el Manchester City haya jugado sin ningún futbolista inglés… Antes, quien vestía la camiseta sentía los colores porque era originario del mismo sitio que el que lo animaba desde la gradas, y la comunión público-jugador era mucho más evidente que ahora.
No obstante, también hay otros equipos que intentan regresar a sus raíces. Por este motivo prefiero el término “fútbol negocio” al de “fútbol moderno”, porque hay expresiones que continúan dignifiando este deporte. El ejemplo más conocido es el Sankt Pauli, pero hay multitud de clubes que mantienen su identidad y que tienen políticas de respeto con su pasado.
¿La idea de escribir Futbol per la llibertat nace del descontento ante el “fútbol negocio” y de la necesidad de destacar este grupo de jugadores y clubes que nadan a contracorriente?
Exacto. El objetivo era cuestionar aquel discurso que sostiene que el fútbol es el opio del pueblo y que, como sucedía con los circos romanos, sirve para alinear a los sectores populares y distraerlos de los verdaderos problemas. Creo que esta percepción es bastante injusta porque, aunque el fútbol haya sido utilizado por el poder para justificar dictaduras y para legitimar situaciones injustas, la historia nos enseña que también tiene otra vertiente. El fútbol es como la música: no todo son marchas militares, también hay cantautores que hacen canción protesta.
Entonces, lo que intenté hacer fue mostrar que este deporte también ha servido para defender causas justas: para luchar contra el colonialismo y el racismo y a favor de la libertad de los pueblos y del reconocimiento de los derechos sociales. Busqué una serie de ejemplos que muestran esta otra cara del fútbol y que merecían ser puestos en relieve. En definitiva, la idea del libro era decir: “Sí, ha habido un fútbol para la represión, pero cuidado… también ha habido un fútbol que ha servido para defender las libertades”.
Entre tantas historias, ¿cuál es la que te gusta más?
Tengo especial debilidad por una historia que es la que me ha llevado hasta aquí. En plena guerra por la independencia algeriana, el Frente de Liberación Nacional decide articular un gobierno provisional de la república con sede en Túnez. Acto seguido, en el marco de su actividad diplomática, este gobierno constituye una selección de la Algeria combatiente para que vaya a disputar partidos por todo el mundo defendiendo la causa. Se llama a filas a todos los jugadores algerianos que juegan en los principales clubes franceses de Primera división, y éstos, de manera clandestina, llegan a Túnez, sacrificando su carrera futbolística. En algunos casos, eran jugadores que iban a ser titulares con la selección francesa en el Mundial’58 de Suecia. Hicieron un sacrificio admirable, que rompe con la idea que defiende que, a lo largo de la historia, los futbolistas han sido individualistas y han pasado absolutamente de todo. Hubo un tiempo en el que el compromiso estaba a la orden del día.
¿Es ingenuo pensar que puede volver a ser así? ¿Hay que creer en la posibilidad de que los futbolistas modernos puedan alejarse algún día del estereotipo de personajes apolíticos?
Lo veo complicado, porque los jugadores de primer nivel sufren lo mismo que los grandes clubes europeos. Se han querido convertir en elementos neutros sin excesivas consideraciones, porque sinó se corre el riesgo de frenar la expansión de su marca. Pero lo que ha pasado es que el futbolista se ha despersonalizado. Las marcas comerciales y los clubes han tendido a convertirlo en alguien que está desconectado de la realidad social y política del lugar en el que desarrolla su actividad o en el que ha crecido. Hay algunas excepciones, pero tengo pocas esperanzas…
En los últimos tiempos, muchas voces se han alzado para denunciar el periodismo deportivo actual. En medio de este periodismo, ¿qué espacio tienen Futbol per la llibertat o Futbolítica?
El periodismo deportivo ha ido ganando diversidad y amplitud en los últimos tiempos. Ha permitido el desarrollo de un enfoque más pausado, que tiene más en cuenta la memoria histórica, que pretende reflexionar antes que especular, que no busca tanto la inmediatez y que utiliza el fútbol para intentar entender nuestro mundo. Creo que hoy no se puede poner en el mismo saco a todos los que escriben sobre futbol, porque lo cierto es que hay auténticas joyas que dignifican esta profesión.
Cambiemos de tercio. Desde la CUP, el Parlament de Catalunya se ha definido muchas veces como Matrix, porque se dice que está muy alejado de la realidad de las calles. ¿Crees que esta comparación también es válida para el caso del fútbol moderno?
A nivel de elite sí, porque quien lo practica vive en otro mundo. Pero también creo que el campo continúa siendo un punto de encuentro, un espacio de socialización con cierta tradición. No obstante, es verdad que últimamente hay una voluntad de cambiar el perfil del público de los estadios, especialmente en el caso del Barça. En el Camp Nou, los turistas han ganado mucha presencia en detrimiento del público que configuraba tradicionalmente la afición del club. Y todo esto refuerza aquella nostalgia por el fútbol de otro tiempo, en el que nos reconocíamos entre iguales cuando compartíamos grada en un estadio.
Desde hace años eres socio del Barça, el club que históricamente ha actuado como “actor político que ha expresado los deseos de la comunidad catalana”, según afirmas en Futbolítica. ¿Cómo valoras el papel que ha adoptado su directiva ante los recientes acontecimientos políticos vividos en Catalunya?
Creo que los dirigentes son excesivamente tibios en la defensa de posicionamientos que el club ha sostenido de manera muy clara a lo largo de su historia. Antes, el Barça era “més que un club” porque representaba el catalanismo popular, porque representaba a un país que estaba mancado de libertades y que veía el fútbol como una herramienta para expresar sus deseos. Ahora, tan solo es “més que un club” en el ámbito global, y esto nos hace perder la identidad y las raíces.
Si se hubiera perdido la liga de este año por culpa de la sanción de seis puntos con la que la LFP amenazaba si no se jugaba el partido contra Las Palmas del 1 de octubre; con los años, los aficionados la recordarían más que si el Barça termina ganándola. Hubiera sido la liga que se perdió por aquella decisión noble de decir: “mientras Catalunya vive un estado de excepción, mientras nuestra gente está siendo golpeada de forma salvaje por defender los colegios electorales, nostros no podemos jugar con normalidad”. Lo que pasa es que el fútbol de nuestros días se mueve por parámetros que no son la nostalgia. Lo que prevalece es el dinero, y esto rebaja la representitividad y el simbolismo de los clubes. Hoy, el Barça es lo que es gracias a su afición, no gracias a su directiva o a los integrantes de su plantilla.
También eres socio del Lleida, aquel equipo humilde que en 1994 se impuso al Real Madrid. Ahora el Girona ha conseguido lo mismo. En el fútbol, el débil puede imponerse al fuerte…
Creo que parte de la grandeza de este deporte es exactamente esto. De hecho, hasta que no se introdujo la Ley Bosman el fútbol era mucho más justo. Yo era jovencito cuando el Barça vivió aquel drama de perder la final de Sevilla contra el Steaua de Bucarest… pero, visto des de la perspectiva de nuestros tiempos, me alegro de que un equipo como el Steaua pudiera ganar la Copa de Europa, porque esto demuestra que antes este deporte no estaba tan pervertido por el mercantilismo y que cualquier equipo que jugaba una competición europea podía aspirar a hacer un papel digno. En la actualidad, estos torneos son espacios privados de los grandes clubes del continente, y la finalidad no es otra que generar más y más dinero.
Por esto, cuando cualquier afcionado al fútbol ve gestas como la del Girona contra el Madrid dice: “Hostia, por esto me gusta este deporte”. Creo que incluso gente que está a las antípodas políticas de mí se alegra de este resultado, porque nos devuelve a aquel fútbol de la infancia en el que prácticamente todo era posible.