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¿Quién recuerda a Jordi Culé?

El dibujo animado diseñado por Óscar Nebreda se convirtió en un icono para los aficionados del Barça durante las retransmisiones televisivas de los años 90

jordi culé

Esto será complicado de explicar. Allá en los años 90, en los tiempos de gloria del Barça de Cruyff, irrumpió en las pantallas de televisión, lejos de ser planas todavía, una extraña criatura que, con el paso del tiempo, se fue convirtiendo en símbolo, tocapelotas, icono y mosca cojonera. Se llamaba Jordi Culé y era un dibujo animado que aparecía de vez en cuando, siempre en el momento oportuno, durante las retransmisiones futboleras de TV3, la televisión pública catalana. Fue diseñado por Óscar Nebreda, uno de los dibujantes más populares de la revista El Jueves. Jordi Culé era la viva imagen del típico tribunero del Camp Nou, camisa blanca remangada, pantalón ombliguero, corbata blaugrana al cuello, de la gloria al desastre en un santiamén y con un sempiterno grito de burru, con todas las erres que hicieran falta, asomando en su boca.

Una de las primeras apariciones marianas de Jordi Culé condensó todo lo que su creador soñó para él: ironía, descojone y, sobre todo, provocación. No fue ni tan siquiera en un partido del Barça, sino durante uno del Madrid, el 8 de septiembre de 1990. Echemos un poco la vista atrás. Eran años de travesía del desierto para los barcelonistas, con las cinco ligas seguidas de la Quinta. El puesto de Cruyff, después de dos años, pendía siempre de un hilo y las esperanzas eran casi nulas entre la afición. Entonces, en la segunda jornada de aquella temporada, Hugo Sánchez falló un penalti contra el Sevilla. Y ahí mismo fue que brotó, como por generación espontánea, aquel muñeco en la parte inferior de los televisores. Casi lo primero que hizo Jordi Culé en su vida fue burlarse y lanzar una sonora pedorreta al delantero mexicano, tal vez el más odiado de los ‘merengues’. No hace falta decir que, desde ese mismo momento, el dibujo animado se ganó un lugar en el santoral y el corazón de los suyos.   

 

Jordi Culé era la viva imagen del típico tribunero del Camp Nou, camisa blanca remangada, pantalón ombliguero, corbata blaugrana al cuello, de la gloria al desastre en un santiamén

 

La polémica tardó muy poco en desatarse. La directiva madridista puso el grito en el cielo y algunos jugadores, desde Gordillo a Míchel, hablaron de “payasada”, “falta de respeto” o “síntoma de envidia”. No dejaba de ser una televisión pública la que, más allá de posicionarse, menospreciaba a los aficionados catalanes de otros equipos. Jordi Culé ocupó portadas en la prensa de la época, hasta que finalmente TV3 se vio obligada a pedir disculpas. Eso sí, era evidente que el dibujo había calado en el imaginario. Aunque en el futuro tocara moderarse un poco, tampoco en demasía, el éxito de Jordi Culé había sido inmediato y nada lo podría detener. Por si fuera poco, el Barcelona empezó a ganar y, desde aquella segunda jornada de liga, no abandonaría el liderato. Más allá de la coña marinera y las ganas de fastidiar al prójimo, Jordi Culé se había elevado a la condición de fetiche del barcelonismo sociológico.

Jordi Culé

Todavía conservo en casa un VHS que sacó El Periódico llamado La lliga d’en Jordi Culé. Ni la liga de Stoichkov, Laudrup, Goiko, Txiki, Zubi o tan siquiera Cruyff, qué va, nada de eso, la temporada 1990-91 fue la liga de Jordi Culé. Es fácil encontrar el vídeo en YouTube. Una compilación de las mejores jugadas y los mejores goles del Barça narrados con la voz de pito del hincha de dos dimensiones. En la memoria de muchos seguro se cruzan todavía la penúltima camiseta Meyba con las celebraciones de caliqueño, cigaló y butifarra del dibujo animado. El ‘Dream Team‘ no había nacido, tocaría esperar a los Juegos del 92 para tomarle prestado el nombre a los Magic, Bird, Jordan y compañía; pero el hincha del Barça volvía a ser feliz, aprendía a sacudirse poco a poco sus complejos, de la mano de aquel equipo y aquella criatura irreverente, incorrecta y orgullosamente cutre.

 

Para los niños catalanes que crecieron viendo fútbol en los 90, aquella criatura se convirtió en una presencia constante. Encarnó como pocas el espíritu de la época. El esperpento y la crítica convivían de manera natural

 

El merchandising llegó pronto en forma de llaveros, pines, figuritas, pegatinas y peluches. El personaje de Jordi Culé estaba en toda parte y quizá algunos lo sigan recordando. Las colecciones de los niños de entonces se han convertido en la memorabilia de los adultos contemporáneos de hoy en día. Muchos disfrutaban con el juego de aquel equipo, pero gozaban aún más esperando la aparición del dibujo en las retransmisiones de TV3. En mi cabeza, la voz de Jordi Culé convive con las de Lluís Canut o Pere Escobar. Ser de otro equipo en Catalunya era algo parecido a un acto de resistencia. Fueron casi diez años en antena. Lo recuerdo dando volteretas sobre el césped, enmarcando una falta de Koeman como una obra de arte o pasando la fregona para limpiar los litros de baba después del gol de Ronaldo al Compostela. Recuerdo también sus lágrimas, el acto cotidiano a partir de 1995 de cerrarse la boca y tancar la paradeta. Pero si hay un momento icónico, un momento que nos habla como ningún otro de aquel tiempo de incorrección política y fútbol gamberro, fueron las celebraciones de Jordi Culé tras los goles de Romário. Sonaba la samba, la batucada, salía el soci desatado y, tras él, tres mamachichos de generosa estampa al son de: “Venga, nenas, al escenario que ha marcado Romariuuuu”. El jugador de dibujos animados se confundía con el dibujo animado en sí. El círculo estaba cerrado.

Para los niños catalanes que crecieron viendo fútbol en los 90, aquella criatura se convirtió en una presencia constante. La figura de Jordi Culé encarnó como pocas el espíritu de la época. El esperpento y la crítica convivían de la manera más natural del mundo. Eran los años del ‘Dream Team‘, cierto, pero también eran los años de Di y Mon, Nuñito y las viñetas que publicaba el mismo Óscar en la prensa tras cada partido del Barça. Pienso en el gol de Spasic, en los pases hacia atrás de Bakero, también en el quinto de Iván Iglesias; y todas aquellas imágenes se confunden en mi mente con el quicir de Núñez, los vídeos patrocinados por Banca Catalana y, claro, la silueta animada de un señor fondón de la segunda gradería asomando en la televisión de casa. Aquella era nuestra realidad aumentada: bizarra, sandunguera y tenaz. En un momento dado, Jordi Culé fue un retrato, más o menos fiel, de cada uno de nosotros.

 


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