1999. La televisión encendida. Aparecen Emilio Aragón y Britney Spears sacando dos latas de Coca-Cola de una máquina expendedora. No te lo crees. Aumenta el delirio cuando, un rato después, ocurre algo todavía más increíble. Marcial ha sufrido un accidente de coche y su vida está en peligro. Lo peor de todo es que no vas a saber si sobrevive hasta después de la publicidad. Quince minutos de impaciencia para ti y de agonía para él. Lo mismo ocurría con las galas de Operación Triunfo. Carlos Lozano daba paso a los anuncios justo en el momento que más esperabas. Y así pasaban cinco horas en las que tanta cámara podía chupar Chenoa como el nuevo Citroën Xsara.
Ahora devoras las temporadas de Black Mirror como si fueran tubos de Pringles. Lo único que puede interrumpirte son los ronquidos de tu pareja. Tuvimos que rascarnos el bolsillo para eliminar los tiempos de espera. Pelis, series y música sin publicidad. Los nuevos y dorados años 20. Dorados más por el coste que por el gozo. Eso sí. Existe, sin embargo, un contenido que todavía no admite cuenta Premium: el fútbol. El más caro y, a su vez, el que más se detiene de todos. No has tenido tiempo de saborear los nuevos fichajes, de enganchar los primeros cromos, que Infantino decide apagar el televisor.
Eres tú quien de verdad padece el virus FIFA. No hay peor lesión que la desaparición del fútbol en tus planes. Dos semanas sin Lamine Yamal. Sin Mbappé. Sin tus colegas en casa. Sin excusa para ir al bar un domingo por la noche. Estás condenado a aceptar el efecto placebo que suponen las selecciones nacionales. También lo están los futbolistas, siendo para ellos, el parón de selecciones, un túnel largo y oscuro en el que hace falta afinar mucho la vista para salir ileso de él. Cinco ventanas en diez meses. Septiembre, octubre, noviembre, marzo y junio. El fútbol, que tantos ahorros te quita, se para, de media, una vez cada dos meses. Y durante quince días. Tan locos están los que lo promueven como los que lo aceptamos.
Eres tú quien de verdad padece el virus FIFA. No hay peor lesión que la desaparición del fútbol en tus planes. Dos semanas sin Lamine Yamal. Sin Bellingham. Sin tus colegas en casa. Sin excusa para ir al bar un domingo por la noche
Aunque las culpas deben siempre dirigirse a lo más alto de la pirámide. Allí donde se ignoran las peticiones de las asociaciones de futbolistas. Allí donde se desoyen las ruedas de prensa de técnicos que arremeten contra el calendario. Allí donde se inventan nuevas competiciones para oficializar los partidos amistosos. Allí donde se apuesta por un Mundial cada dos años. Todavía no te has enterado que Arsène Wenger tiene un cargo en la FIFA -Jefe de Desarrollo Global- que el tipo ya ha impulsado, de la mano de su jefe, el golpe definitivo al calendario. Duplicar la frecuencia del Mundial atentaría contra las competiciones de clubes, que se verían obligadas a establecer pausas todavía más largas. La peor de tus pesadillas. ¿No es horrible que el organismo madre del fútbol se cubra de dinero a costa de tu espera y desesperación?
Si por una cosa nos gusta esperar es precisamente por el Mundial. Esos cuatro años le conceden un valor especial. Suponen un paréntesis romántico y necesario que divide las etapas del fútbol, clave para contar la historia de los que se fueron y después llegaron. Al fútbol le queda de romántico lo que tú te propongas. La ritualización que le des al salón de tu casa. La forma en la que se lo expliques a tus hijos. La FIFA te quita más que te da, Arabia te amenaza con llevarse a tu ídolo, mientras tú esperas con enfado a que regrese La Liga. El mismo que te cogías cuando se cortaba el capítulo de Médico de Familia. Será que el fútbol está tomando el mismo camino que Marcial. Terrible.
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Fotografía de Getty Images