Publicamos como adelanto el editorial del nuevo #Panenka119, dedicado a la Euro femenina de este verano
El 27 de mayo de 1984, 2.567 personas acudieron a Kenilworth Road, en Luton, para ver cómo se resolvía un torneo distinto de un deporte distinto.
Sin una sede fija, y después de dos años de fase previa, Suecia e Inglaterra iban a decidir el primer Campeonato Europeo. Presuponiendo falta de fuerza, el balón era de una talla menor que el de los hombres. Presuponiendo falta de resistencia, el encuentro duraba 20 minutos menos que los de los hombres.
En la ida, las suecas habían ganado con un gol de Pia Sundhage, cuando el nombre de Pia Sundhage todavía no nos sonaba de nada porque, en fin, no era un nombre de jugador, sino de jugadora. 15 días después, en ese modesto campo al norte de Londres, Linda Curl igualó la final para las inglesas, que llevaron el duelo decisivo a los penaltis: por supuesto, no les iban a hacer jugar una prórroga. En la tanda, fue de nuevo Sundhage quien transformó el lanzamiento que hacía campeonas a las nórdicas.
Tuvo que ser en Inglaterra. Un país en el que, 64 años antes, un equipo de mujeres metió a 53.000 espectadores en Goodison Park. La atracción que el público y las cámaras de los noticiarios sentían por las Dick, Kerr’s Ladies confirmaba ya en 1920 que no existía eso a lo que llamamos fútbol femenino: hasta donde alcanzaba la vista, ahí abajo solo había fútbol. Tuvo que ser en Inglaterra, también, donde solo un año después se prohibía a las mujeres pisar el césped de corto. La evolución había sido natural; la involución, forzada. Tan fulminante, que hoy regresamos con nostalgia hasta 1984, al puñado de espectadores donde un día se contaron por decenas de miles, a futbolistas sin voz donde antes hubo estrellas de la radio. Y escribimos esto como si siempre hubiéramos estado allí.
Pero no, la novedad no son ellas, sino la mayoría de nosotros, los que hemos aparecido de la nada. Esta vez, al menos, procuremos no hacerlas retroceder otro siglo. Para ellas (tuvo que ser en Inglaterra), lo que cantaba Jarvis Cocker: “Don’t let him waste your time”. No dejes que él, pronombre personal masculino, te haga perder el tiempo.
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Fotografía de Getty Images.