En 1997, cuando tenía 19 años, Gennaro Gattuso se escapó por la ventana de la residencia en la que vivía en Perugia para firmar un contrato con el Glasgow Rangers. Le ofrecían un millón de euros repartido en cuatro temporadas. Una cifra que, sin embargo, no era suficiente para calmar la angustia de Constanza, madre de Rino, que lamentaba profundamente desde la casa de la familia en Calabria que su hijo tuviese que irse tan lejos a patear el balón: “¿Pero dónde está esta Escocia? Si ya se me hacía lejana Perugia”. Al llegar a su nuevo club, al joven centrocampista le asignaron como padrino a Paul Gascoigne para que tutelara su aprendizaje y lo introdujera en el vestuario y la ciudad. Es fácil imaginar cómo acabó aquello. Lo más leve que salió a la luz fue que el astro inglés esperaba a que su nuevo amiguito se metiera en la ducha para defecar en sus calzoncillos limpios.
Todo eso, mucho más detallado, lo cuenta magistralmente Vicent Chilet en Maradona en Humahuaca y otros goles con historia, uno de los tres libros que componen La Caja del Fútbol (los otros dos volúmenes son la La muerte y el hincha, de Galder Reguera, y La religión esférica, de Enrique Carretero). También cómo Gattuso se convirtió en una estrella el día que le marcó al Estrasburgo, en Copa de la UEFA, y se fundió en un abrazo con los hinchas detrás de la portería. Solo unos meses después de aquel gol, heredaría el ‘8’ de Gazza en la camiseta del Rangers.
En la narración de Chilet, que es uno de esos periodistas que no se conoce por qué asombran más, si por lo que saben o por cómo te lo hacen saber, los tantos son la excusa para desarrollar aquello que realmente posee valor: el fútbol como inagotable surtidor de relatos, como modelador de personajes, tramas y decorados que más que con el propio deporte se solapan con la vida. Por eso el hecho que da nombre al libro, en realidad, nunca se dio. Porque más fuerte que cualquier registro o cualquier recorte de periódico es la imaginación de un pueblo andino que desde el invierno de 1986 hizo suya la leyenda de una visita de la selección argentina a los cerros que se cerró por todo lo alto, con la victoria del equipo local frente a un bloque a la postre campeón del mundo al que por una vez no le bastaron los goles de su diez. Qué más da que luego se demostrara que, por esas fechas, el Diego estaba compitiendo por Europa con el Nápoles; el orgullo de los seguidores del modesto Club Sportivo Humahuaca ni se inmutó. “El poder del fútbol se demuestra justo ahí, en hacer verídico lo imposible, en hacer alegre una vida triste”, resume el autor.
“El poder del fútbol se demuestra justo ahí, en hacer verídico lo imposible”
El gol, más que la recompensa práctica y moral a una buena acción en el campo, es el recuerdo real o inventado que nos queda de él. El surco emocional que nos deja su impacto.
Quizá por eso Chilet confiesa en el epílogo que le encanta recrearse en las fotografías de los tiros que acaban dentro de la portería. No por la jugada en sí, sino por esos instantes congelados en los dos segundos posteriores al tanto, con la marabunta alzándose tras las redes batidas. “En la primera reacción de los aficionados locales se refleja la verdad del gol. Antes de buscar el móvil para grabar el resto de la celebración, antes incluso de abrazar el compañero de butaca. Decenas de rostros aparecen sacudidos por una alegría pura, cada uno con una mueca distinta, pero todos espontáneos, sinceros, ufanos”. Tan real como la vida misma.