Tan legítimo es ser el jugador favorito de nuestros abuelos como convertirnos en unos locos a sus ojos por optar por hacer deporte. “Cuando era pequeño, cada vez que mi abuelo me subía a su falda me daba dos palmadas en las rodillas y me decía: ‘Tens cames de futbolista’”, escribía Marcel Beltran en Panenka. En otros casos, la frase de apoyo de nuestros mayores consiste en relacionar el fútbol con cualquier sinónimo de ‘barbaridad’. Una actividad que se aprobaba más por el amor familiar que no por el hecho de darle patadas a un balón. Los años de diferencia entre generaciones y la experiencia que ello conlleva hacen imposible dar lecciones a través del deporte rey a aquellas figuras que, en numerosas ocasiones, son segundos padres. Sin embargo, esos pases y chuts fallidos se convierten fácilmente en puentes de empatía.
Durante los años de modesta carrera futbolística existen los abuelos y abuelas que religiosamente acuden cada día a ver el partido de sus nietas y nietos. Ese era el caso de Araceli, como el de otras muchas abuelas, cuya convocatoria era todavía anterior a la de los propios jugadores en cuestión. En cambio, existen otros casos como el de Antonia, a quien ni está ni se le espera en un campo. Su amor hacia una de sus personas favoritas es tan pronunciado como la indiferencia que siente por la pelota. Ambas no se sitúan ni en el lado bueno ni en el lado malo de la historia, simplemente toman una decisión para disfrutar de su tiempo. Al fin y al cabo, disfrutar de la calma después de tantos años trabajados a las espaldas no sólo debería ser una opción, sino un deber.
Durante los años de modesta carrera futbolística existen los abuelos y abuelas que religiosamente acuden cada día a ver el partido de sus nietas y nietos
Entre partidos y llamadas por teléfono, siempre acuden con una palmada en la espalda para celebrar la victoria o suavizar la derrota. Para darle más brillo a una buena jornada o para soportar actitudes que rara vez se merecen. Con el consuelo y la empatía como argumento principal, especialmente cuando las cosas no van bien, independientemente de sus conocimientos futbolísticos. Intentan proyectar su experiencia sobre nosotros, que cada fin de semana recordamos aquello de que el fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes.
Esta afirmación de Arrigo Sacchi cobra especial sentido cuando nuestro fútbol empieza a ir cuesta abajo y sin frenos. Cuando las acciones que antes realizábamos con facilidad empiezan a flaquear. En el momento en el que el cerebro tiene una buena idea y las piernas son incapaces de ejecutarla. Existen muchas sensaciones desagradables que pueden experimentarse sobre el césped, pero ninguna como reconocer que la cabeza funciona a la perfección y es el cuerpo el que falla. Ahí el mundo empieza a pesar tanto como nuestros gemelos. Estamos recibiendo un mensaje indirecto de que, tarde o temprano, eso de jugar con el balón a cierto nivel quedará a un lado. Que tocará conformarse con poder celebrar pachangas en un futuro no muy lejano.
Nuestros abuelos no tienen por qué saber de fútbol. Pero se ven condenados a esa misma sensación, la de no responder físicamente cuando su cabeza sí lo hace. Es ahí donde el fútbol vuelve a aparecer como profesor
Nuestros mayores no tienen por qué saber de desmarques, de tipos de golpeo o de filigranas. Pero se ven condenados a esa misma sensación, la de no responder físicamente cuando su cabeza sí lo hace. Es ahí donde el fútbol vuelve a aparecer como profesor justo donde no llegan ellos, el resto de familiares o los profesores que nos educan a lo largo de la vida. Porque ese juego de la pelota, amado y odiado a partes iguales, se endereza como una base de empatía para tener mayor tacto con los abuelos y las abuelas. En ningún momento estaremos en la posición de darles ninguna lección, aunque sí en la de tener que comprender mejor su situación vital. Ser capaces de tener el corazón más blando cuando dejan de depender de sí mismos y se frustran porque no pueden ser independientes con su rutina. Transformar un posible enfado en sensibilidad cuando su estado físico les impide algo tan sencillo como atarse los cordones de los zapatos o ir al baño solos.
Araceli y Antonia, como pasa en incontables casos, son personas completamente diferentes a las que les une un carácter trabajador. De todas maneras, aunque quizás no lo sepan, tienen en el fútbol un punto de apoyo. Porque gracias a la experiencia de ver cómo las piernas no transforman los creativos pases de nuestra imaginación, entendemos que debemos disfrutar de todos esos momentos porque no sabemos cuándo dejarán de existir. Comprendemos que debemos hacer todos los regates posibles y abrazar mejor siempre que se pueda. Nos enteramos de aquello de disfrutar de las cosas y las personas desde diferentes posiciones. Todo para, cuando llegue el momento, poder despedirnos con la conciencia tranquila. Eso, si es que no lo hemos hecho ya.
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Fotografía de Getty Images