La ‘Ley Beckham’ en el fútbol estadounidense provocó la llegada en masa de jugadores extranjeros con más fama que rendimiento, y provocó que se generara una opinión negativa de la MLS en el resto del planeta. Pero algo ha cambiado. La evolución competitiva de los clubes norteamericanos que estos años han cambiado su política de fichajes ya es una realidad. Una transformación que asienta sus bases en Atlanta, epicentro de una nueva identidad para afrontar refuerzos que sí aporten al crecimiento global del soccer.
Es posible que el primer recuerdo que la mayoría de habitantes del planeta fútbol tenga sobre la MLS sea la aparición del eternamente afamado David Beckham en Los Ángeles. Impacto por dejar el Real Madrid. Impacto por ser una oferta multimillonaria. Impacto porque parecía que iba a cambiar para siempre el soccer estadounidense. Cientos de argumentos impactantes para el punto álgido (insisto que quizás pionero para la gran mayoría), como pistoletazo de salida del fútbol allí donde apenas los más intrépidos ya nos habíamos asomado como fruto del interés levantado tras el Mundial de USA 94. Con el inglés, todo cambió. Se empezó a emitir la señal de sus partidos en Europa, se conoció a fondo cada detalle de Los Ángeles Galaxy y se consagró con varios títulos este considerado como proyecto global de llamamiento internacional de la MLS. Una táctica, la de contratar grandes futbolistas europeos en sus últimos años de disfrute en las canchas, que le hizo ganar notoriedad mediática pero, por desgracia, no desde luego ganar respeto mundial. Aquella línea de fichajes comerciales que parecían entenderse más desde una vertiente financiera y de imagen que de una realmente asentada en planificaciones deportivas, ha acompañado desde entonces a la liga, considerada para los más escépticos (y negativamente críticos por su enorme ignorancia del global del campeonato) como un perfecto “cementerio de elefantes”.
En aquellos años donde el inglés logró, al menos, que sus ‘highlights’ llegaran a cualquier esquina del mundo, la MLS reforzó aquella idea de contratación de extranjeros con muchas horas de vuelo y pocas de aterrizaje (entiéndase como tener la cabeza en las nubes porque el rendimiento iba a ser pobre y, sin embargo, mantener la capacidad para llenar los bolsillos con buenas sumas de dinero). Tanto creyó en esa idea el torneo, que creó la Ley del Jugador Franquicia (conocida coloquialmente como la ‘Ley Beckham’), que regulaba las cifras desde aquella campaña 2006 y que permitía a cada franquicia fichar 2 jugadores que estuvieran excluidos del tope salarial del equipo, lo que, evidentemente, permitía incorporar jugadores estelares de ligas extranjeras.
Aunque esa regla se fue adaptando poco a poco, sobre todo para ampliar las cifras de cada temporada aplicadas a los traspasos, con ella llegaron futbolistas famosos como Henry, Cahill, Márquez, Kaká, Martins, Gio Dos Santos, Wright-Phillips, Gerrard, Pirlo, Lampard, Defoe, Schweinsteiger, David Villa, Rooney o algunos de los que siguen dando un notabilísimo nivel como Giovinco, Federico Higuaín, Piatti, Valeri, Blanco o Wright-Phillips. De los primeros, muchos quedaron retratados en esa vertiente que asume que quien va a la MLS lo hace para terminar su carrera con calma, sin presiones, sin forzar lo más mínimo y cobrando una buena suma de dinero. Esa línea originó que, durante algunos años, el sentimiento patriótico y un arreón de moral nacional llevara a varios clubes a armar esos desembolsos financieros con sus propias estrellas nacionales. Seattle fichó a Dempsey para acabar siendo campeón. Toronto fichó a Bradley-Altidore y acabó siendo campeón. No fueron ganadores pero sí evidenciaron ese arraigo momentáneo por el producto ‘Made in USA’, el protagonismo tomado de otros como Zusi, Howard, Bedoya, Kljestan, Edu, Donovan, Wondolowski o Jermaine Jones. Salvo minutos concretos o partidos muy esporádicos, ninguno de ellos ha estado al nivel de quien pretende asomarse al mundo de la élite con su campeonato nacional. Los experimentos y vacilaciones dubitativas a la hora de afrontar el mercado de fichajes han sido la constante, pero en los últimos años, sobre todo con la propulsión deportiva de Seattle, Toronto, Portland y ahora Atlanta, la MLS ha iniciado el definitivo despegue con otra línea que une directamente sus millonarios cheques a la necesidad de rápida venta que anhela el fútbol sudamericano.
La expresión más drástica, realista y actual del cambio en esa política de refuerzos que, contrariamente a lo ocurrido en el pasado, sí está generando un crecimiento exponencial de las plantillas del fútbol estadounidense, es Atlanta United. El staff del ‘Tata’ Martino se creó incluso antes que la propia franquicia, demostrando que las bases iban a ser diferentes en el estado de Georgia que, por qué no decirlo, supo interpretar la larga lista de experimentos fallidos de sus competidores en casi tres décadas de campeonato profesional estadounidense. La elección de un técnico experimentado, con aventuras contrastadas en diferentes niveles y con un poso pacificador que respetan los futbolistas, era el primer paso. El segundo, permitirle que no sólo fuera su presencia quien diera alas al proyecto, sino que se involucrara de verdad en la vida diaria del club, siendo parte muy activa de los fichajes. Así se explica la llegada de muchos de sus compatriotas pero, sobre todo, así se explica que hayan llegado a tener relevancia plena con tanta celeridad desde su llegada. Rendimiento rápido, impacto inmediato, éxito asegurado. 13 de los 26 futbolistas que participaron en la última final de la MLS, este pasado sábado, eran sudamericanos y los dos entrenadores son sudamericanos (Martino y Savarese). El campeón, Atlanta, ha logrado en tiempo record, generar una nueva línea de mercado que encontró el éxito con los argentinos Gonzalez Pírez-Escobar-Remedi-Barco, con el paraguayo Almirón-Villalba y con el venezolano Josef Martínez.
El título de Atlanta (todavía más drástico en este aspecto que clubes de nueva mentalidad como Toronto-Portland-Seattle-Kansas), es el reflejo del cambio ideológico de ese mercado. No hay lugar para extranjeros veteranos que vienen a retirarse. No hay presencia de futbolistas nacionales que regresen a ‘casa’ para poner decir adiós entre su público. Sólo hay espacio para quienes vengan a aportar a la franquicia desde el estudio previo de las necesidades básicas de un club a lo largo de la temporada. Y eso, que puede parecer elemental en otros contextos futbolísticos, es nuevo en la cultura estadounidense porque, por vez primera, han logrado convivir la competitividad con el negocio, que es la base de todo deporte y, desde luego, lo es en una franquicia del soccer (llegué fácil a esta conclusión cuando un periodista americano me explicó que no pueden existir liturgias románticas como en Europa en USA y que, una de ellas, el ascenso y descenso prototípico y culturas de nuestro fútbol, es inviable en Estados Unidos porque ningún millonario va a poner de su bolsillo cientos de millones de dólares si hay la mínima opción de perderlo todo con algo que no depende de su gestión sino de la de otros).
Por todo ello, porque este fútbol no se entiende sin dólares invertidos y, sobre todo, recuperados, para mi, la necesidad global de la MLS es ahora Europa. Ya han logrado la atracción de los mejores futbolistas actuales de campeonatos necesitados como el argentino (donde suelen llegar los mejores de Sudamérica) y hasta compiten con el mexicano (donde, por dinero, acaban muchos de los mejores del continente), pero aun no lograron esa atracción hacia futbolistas de buen nivel dentro del fútbol europeo lo que, a su vez, atraería a medios, marcas y plataformas de emisión de sus partidos en el ‘Viejo Continente’ (una de sus misiones pendientes porque es difícil, muy difícil, estar bien informado desde Europa). Ese suculento tentáculo de expansión global de su marca, su negocio y su soccer, debe ser, en mi opinión, el siguiente paso si de verdad la MLS quiere ser referencial.
En esa misión, parece ya enteramente ocupado el comisionado, pues Don Garber (jefe supremo de la MLS), apuntaba el pasado viernes en la previa de la finalísima que una de las metas del soccer es “ser un campeonato vendedor”. Resulta curioso porque jamás ha sido así, aunque entendible si tenemos en cuenta que, con ventas superiores, no sólo demostrarían que son capaces de fabricar futbolistas de nivel para cualquier torneo del planeta, sino que se embolsarían cifras que, hasta ahora, la propia MLS sólo obtiene de sus propios patrocinios y actividades internas (ya que no llega dinero exterior). En esa línea, claramente se han dado pasos pues sólo en estos últimos meses se han vendido a jóvenes perlas del campeonato como Tyler Adams (del NYRB al RB Leipzig), Alphonso Davies (del Vancouver Whitecaps al Bayern Munich) o la recientemente concretada del meta Zack Steffen (del Columbus al Manchester City). Es la muestra real del avance de la cantera (la MLS obliga a cada franquicia a tener su ‘equipo filial’ y unas instalaciones de nivel para el mismo) y un impulso para que su selección nacional obtenga más calidad con aprendizaje europeo de sus jóvenes estrellas. Y es que hoy, la selección USA tiene en las ligas más potentes a la base de su presente y futuro, el que responde al nombre de Pulisic (Dortmund), McKennie (Schalke), Yedlin (Newcastle), Brooks (Wolsfburg), Miazga (Nantes), Sargent (Bremen) o Weah (PSG). Ellos, y los que están al llegar, son la evidencia de una nuevo camino del soccer que, por vez primera en su historia, ha modificado su planteamiento en el mercado de fichajes para buscar nuevos horizontes.