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El ‘mesías gay’

Publicamos el editorial del #Panenka57, un número dedicado a la lucha contra la homofobia en el fútbol

Tras el #Panenka57, dedicado a la lucha contra la homofobia en el fútbol, hemos creado un brazalete con los colores del arcoíris. El mismo ya ha sido enviado a los clubes de Primera y Segunda. #PanenkaContraLaHomofobia surge para sumar un granito más de arena a la reivindicación que pretende acabar con un tabú que hace demasiado que dura.

 

Recordad las palabras de los que siguen diciendo que el fútbol es cosa de hombres y machos y con ello les niegan a hombres y machos gays el derecho de existir en el fútbol, porque se retractarán y se esconderán cuando en los vestuarios ya no haya armarios cerrados con candado. Quedaos con la postura de los dirigentes deportivos que aún insisten en negar que la homofobia existe en el fútbol, porque serán los primeros que abrirán sus bocazas y nos ofrecerán sus mejores ojos de cordero degollado cuando empiece la batalla mediática entre liberación e intolerancia, entre progreso y oscurantismo. No os olvidéis del ruido de ese hincha al que cada domingo escucháis llamar ‘maricón’ al primer futbolista bien peinado que se le acerca para sacar de banda, porque dejará de hacerlo como dejó de llamar ‘monos’ a los rivales negros cuando escuchó a la opinión pública y temió dejar de formar parte de la tribu.

 

La música, el arte, la moda, el cine, el teatro, pero también el balonmano, el rugby y hasta la Guardia Civil ya han empezado a romper un tabú que hace siglos que dura. ¿Qué pasa con el fútbol?

 

Canta el intérprete y compositor norteamericano Rufus Wainwright en su canción Gay Messiah que ‘mejor id rezando por vuestros pecados, porque el mesías gay va a llegar’. Una letra que, antes de su participación en el Festival de Sanremo, hizo que en Italia se montara un follón de proporciones vaticanas. Los ultras papales lo acusaron de blasfemo, de hacer ‘propaganda’ del matrimonio homosexual, e intentaron boicotear su actuación. Todavía hoy en sus recitales, Rufus, antes de revisitar por enésima vez Gay Messiah, recuerda la anécdota en tono burlón entre las carcajadas del público. Y cuando acaba la gira, vuelve a su casa californiana con su marido y la hija que adoptaron. Y a nadie en su sano juicio le parece escandaloso, extraño o antinatural. La música, el arte, la moda, el cine, el teatro, pero también el balonmano, el rugby y hasta la Guardia Civil ya han empezado a romper un tabú que hace siglos que dura. ¿Qué pasa con el fútbol? ¿Seguirá empeñado en ser el único elemento relevante de las sociedades laicas y modernas que rezará eternamente por sus pecados en silencio? ¿Cómo se justifica su ya enfermiza fijación de encerrar a sus estrellas gays, de propagar la ley del silencio en los vestuarios, de tapar los ojos de los aficionados y los oídos de los mandamases?

Recordadlos, recordad a los que aún se burlan, callan o insultan. No por venganza, no porque debáis retener sus caras. No son importantes. Lo relevante es el daño irreparable que le están infligiendo al fútbol. La historia contará cómo la sociedad se vio obligada a avanzar en materia de derechos e integración arrastrando un lastre con forma de balón de cuero y tan pesado como toda la burocracia de la FIFA, la RFEF y la LFP juntas. El fútbol, su asociacionismo, con su estructura formada por miles de futbolistas, entrenadores y árbitros, es hoy una roca que los que luchan por causas justas pueden acabar soltando. ¿Cómo evitarlo? Abriendo las puertas de los estadios. Para que corra el aire fresco y eliminemos ese olor a rancio que se acumula en sectores de la grada. Y para que entre y salga quien quiera de ellos, al fin, en libertad.