No hay nada como los romances de verano. No lo digo yo, lo dice Hollywood. El número de producciones es inacabable. El diario de Noa, 500 días de verano, Antes del amanecer o Grease son algunos de los clásicos de un largo etcétera. Pero os voy a contar una verdad: ninguno de estos metrajes podrá llegar nunca a la altura de lo que es enamorarse durante el mercado de verano. Dame Mbappé al Madrid, dame un fax que no llega a tiempo, dame Jean Michaël Seri vistiendo de azulgrana… Los quiero a todos.
Dice Google que la peor semana para una relación de pareja es la posterior a San Valentín. Discrepo por dos razones: esa semana hay Champions y no hay nada peor que un 30 de junio. Esa maldita fecha es un baño de humildad. Las rotativas, Twitter y los grupos de WhatsApp se llenan de mensajes tipo “El jugador del que te enamoraste hace tres veranos, y que ha pasado sin pena ni gloria por tu equipo, se marcha cedido al Ankaragücü con opción de compra obligatoria”, “el portero que se iba a consagrar como el jefe de seguridad de tus debilidades durante décadas se ha recuperado, por fin, de su sexta lesión de muñeca y ha rescindido su contrato”. El 30 de junio es la fecha por excelencia en la que tu club te hace cerciorarte de tus desastres amorosos. Pero esto del amor funciona así. Y aunque nuestro entorno nos pueda decir día sí día también que volver a caer en esa trampa es un error, el verano, la playa, las vacaciones y sobre todo la ausencia de fútbol te invitan otro estío más al jardín de las tentaciones.
Todo empieza con un nombre y una simple búsqueda en Transfermarkt. ¿Qué daño me puede hacer un poco de stalking?, te preguntas. Empiezas mirando sus clubes de formación, te cruzas con una ficha antigua en la que destaca que su mejor socio fue aquella corazonada que tuviste el verano de 2007. Y piensas: ‘¡Qué verano!’. Cansado de imaginar sus regates, te vas a YouTube. Ay, maldito YouTube. Primero es un video corto con los highlights de su último gran encuentro, después son sus goles, y sin saber cómo terminas viendo su primer partido de juveniles en el que goleó a ese portero que deseaste durante tantos veranos. En ese momento lo sabes, lo ves, lo puedes saborear. Es oficial, vuelves a estar enamorado.
Llega el primero de septiembre y todo sigue igual. Los rumores, tus convicciones y tus esperanzas viven en ese precioso limbo de invencibilidad que da el amor veraniego, pero tu club vive en otra realidad. Las horas del deadline day caen, y el dolor en tu pecho es más pesado
Fantaseas con qué dorsal llevará, cómo te quedará su nombre en la espalda. Empiezas a celebrar como él, y te preguntas si cambiará de celebración. Porque claro, ahora que juega con los míos, seguro que va a innovar. En el móvil, en WhatsApp y en Twitter ya tienes su foto. Entre cerveza y cerveza veraniega vas colando su nombre. “Este año ya veréis que sí, con él lo vamos a conseguir”. “Me han dicho que está al caer, ¡eh!”. “Ya sabéis que no soy de arriesgarme, pero con él por fin ganaremos. Ya veréis”.
Llega el primero de septiembre y todo sigue igual. Los rumores, tus convicciones y tus esperanzas viven en ese precioso limbo de invencibilidad que da el amor veraniego, pero tu club vive en otra realidad. Las horas del deadline day caen, y el dolor en tu pecho es más pesado. Empiezas a vislumbrar los amores rotos del pasado. Tienes miedo. No lo puedes entender. ¿Por qué a mí?. Otra vez no puede ser, exclamas. No hay drama en Hollywood que pueda plasmar como tu corazón se hace añicos con cada grano de arena que se funde en ese desierto llamado reloj. Una bocina suena, y como si de un tren a punto de atropellarte se tratara, ves todos tus recuerdos con ese futbolista pasarte por delante. Ya habías levantado la Champions, te habías tatuado su dorsal y tu primogénito iba a llevar su nombre. Pero no. Ya no hay tiempo. Es septiembre, ha terminado el mercado, y habrá que volver a sufrir otra temporada más “con los mismos cabrones de siempre”, que decía Toshack.
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Fotografía de Getty Images.