Cuando me encuentro con Carlo Padial en un pub del Raval, me lanza una advertencia: “Siento decepcionarte, pero no sé nada de fútbol”. Y añade: “Esto será más un Rothko que un Antonio López”. Así es cómo el tipo ve el fútbol. Como una obra abstracta y difuminada. Como un croquis repleto de caras desconocidas que cuelgan de un hilo irrompible: el Barça de Cruyff. Cerveza en mano, nos disponemos a poner el fútbol del revés, al servicio del espíritu vanguardista.
Más un Rothko, ¿eh?
Sí, es que el fútbol comenzó siendo un tema muy difuso en mi vida. Una cosa difícil de explicar.
De algún modo debió aparecer.
Durante mi infancia nunca fue un tema importante. Mis padres siempre estaban discutiendo. Ese es el deporte que veía. Parecía el Wii Sports. Había muchos juegos dentro del juego. Mi madre le escondía las llaves a mi padre y él las tenía que encontrar. Ese era uno de los juegos.
¿Era un juego o un forcejeo?
Casi todo eran forcejeos. Me tuvieron muy jóvenes, eso también hay que decirlo. Con mi padre, que murió, me llevaba 22 años. Y con mi madre, 20. Supongo que no tenían ni idea de lo que estaban haciendo. Como me pasa a mí ahora, que también tengo hijos. Mi padre trabajaba en un banco. Mi madre, cuando yo nací, no trabajaba. Después se hizo esteticién. Escuchaban mucha música, les gustaba mucho el cine, compraban muchos cómics, eso sí que lo recuerdo. Yo era hijo único. Estaba muy mimado, pero a la vez muy aislado. Porque no había otros niños. Mis padres no tenían relaciones normales con otra gente, tenían relaciones extremas. No había esa normalidad de la que quizás pueda salir el fútbol.
¿Que era, para ti, un día normal?
Que me dijeran, por ejemplo: vístete, que nos vamos a Zaragoza, tenemos que llevar a un amigo. Y el amigo era un tipo que yo no había visto en mi vida. Mi infancia fue un poco peculiar por eso. Padres jóvenes. Un poco locos.
Me recuerdan a los padres de Moisés, el personaje de tu nueva novela, Contenido. ¿Es autobiográfica?
No de una manera directa. Se abstraen temas. Por ejemplo, a mí me gustan los personajes extremos. Puedes comprobarlo en Contenido, pero también en Doctor Portuondo o en Go, Ibiza, Go!. No me gusta la gente vulgar. No me interesa la gente normal. No me gusta la actualidad, aunque la sigo. Todo lo que destile una cierta normalidad, tiende a aburrirme. Pero no es una elección intelectual. Es, de manera natural, como soy. Desde pequeño, me encerré mucho en mis cosas: la música, los cómics, los disfraces, etc. El fútbol, en aquel entonces, todavía era una cosa lejana. No se concretó hasta que tuve 13 o 14 años y apareció en mi vida, un poco por casualidad, el Barça de Cruyff.
¿Cómo apareció?
Por Jaume, un amigo de fiesta de mis padres. Venía a casa a tomar cubatas y a cantar canciones de Gabinete Caligari en modo karaoke. Jaume era socio del Barça. Era más joven que mis padres. Por edad, estaba más cerca de mí que de ellos. Conectaba más conmigo. Y una vez me dijo: ‘tengo carnets para ir a ver el Barça’. Ahí se concretó el universo difuso del que te hablo.
¿Por qué difuso?
Porque confundía la selección española con el Espanyol, entre otras cosas. Pensaba que eran lo mismo. Con Jaume, en el campo, concreté todo. Concreté lo que era el Barça. Y pensé, también: vale, parece que el Barça es mejor que el Espanyol. A veces decía: soy del Espanyol, cuando en realidad me refería a la selección española, que estaba jugando el Mundial. Estaba en mi mundo: dibujando, leyendo, viendo muchísimo la tele, etc. Estaba más interesado en el humor que en otra cosa. Seinfeld, Frasier, Los Hermanos Marx, el Pato Lucas, etc. El Pato Lucas es un personaje increíble, un tipo que siempre subvierte las reglas.
¿También veías partidos por televisión?
Por la tele nunca. Muy poca cosa. Solo en el campo, con Jaume.
Si Jaume no llega a aparecer, lo mismo el fútbol no entra en tu vida.
Creo que, de algún modo, hubiera acabado entrando. O puede que no. No lo sé. Creo que tiene que ver más con la edad que con la persona. Mi padre ponía Canal + en casa y, entonces, me comenzaron a llamar la atención los combates de boxeo, el tenis, el fútbol. Un poco a saltos.
¿De niño, practicabas el fútbol o algún otro deporte?
Hacía un poco de atletismo. Me gustaba correr. Pero no practiqué jamás ningún deporte de equipo. Nadie me quería. Era muy malo. Además, asociaba el fútbol a niños más físicos. Tampoco tenía vínculos con los grupos grandes. Yo prefería la intimidad. La sociedad, los grupos grandes, eran algo un poco ajeno para mí. Mis padres me mantenían al margen. Y yo, por miedos, pues también. Mis amigos siempre eran los raros. Me llevaba bien con todo el mundo, eso sí, nunca era el señalado, he tenido mucha suerte. Nunca nadie me ha pegado. Nadie me ha quitado el bocadillo.
¿Te diagnosticaron autismo o algún otro trastorno parecido?
Bueno, hay un cierto ramalazo que podría haberse concretado. El fútbol significaba estar con mucha gente, y eso no me gustaba. Cuando, de vez en cuando, algún grupo me atrapaba para jugar un partido, me tocaba meterme de portero. Me tapaba la cara para que no me chafaran las gafas. Pero no lo vivía especialmente mal. Pensé: vale, esto es lo que opera en esta sociedad. Los más capullos, los más narcisistas, se erigen en líderes a través del fútbol. El mismo chaval que trae la pelota es el que, años más tarde, follará el primero. Y se lo contará a todos. Ese mundo me generaba un poco de desapego, una cierta distancia. Y, eventualmente, también un poco de desprecio.
“Los más capullos, los más narcisistas, se erigen en líderes a través del fútbol. El mismo chaval que trae la pelota es el que, años más tarde, follará el primero. Y se lo contará a todos. Ese mundo me generaba un poco de desapego”
Muchas veces ocurre que, a través del fútbol, se ven los primeros brotes de masculinidad.
Sí. Eso me daba un poco de asco. Me interesaba la gente que estaba en la esquina. Que no sabía muy bien con quien hablar. Y empezábamos a hablar, no sé, de la peli de Batman de Tim Burton. Y ese era todo nuestro mundo durante días. Éramos los nerds del instituto.
Repudiabas los partidos del colegio, de la calle, pero a la vez te convertiste en un aficionado, ¿no?
Exacto. Me aficioné cuando comencé a ir al Camp Nou con Jaume. Fui, durante mucho tiempo, a todos los partidos. Fue un privilegio vivir aquella época, la del Dream Team, la de las Ligas de Tenerife, la del Guardiola jugador. Me encontré, de sopetón, con un Barça muy guay.
Entiendo que fue más un acercamiento al Barça que al fútbol en general, entonces.
Sí. El Barça era lo único que me importaba del fútbol. Me hice culer porque la gente del estadio me lo dejó muy claro. Era como un libro de Dickens. Te enrolaban en un puto barco y te contaban lo que había. Te lo contaban muy rápido. El barco era el Camp Nou. Y, rápidamente, los viejos que masticaban cigarros y olían mal, te decían: s’ha de ser del Barça, el Barça és el millor que hi ha.
Te abducieron.
Pero alegremente. Tenían razón. Automáticamente la figura de Cruyff se volvió trascendental. La entendí. Entendí bien el juego. Vi que el Barça jugaba muy bien. Vi que estaba abonado a esa especie de magia extraña de ganar las ligas en el último momento. De imponer el talento. Esa es una idea interesante. Y la trajo Cruyff. El talento se impondrá, aunque sea por suerte.
¿Qué significa para ti la figura de Cruyff?
Es una figura clave en mi vida. Es de lo más notable que ha existido en Catalunya. Casi no estoy adscrito a nada de tipo político, pero yo podría votar a Cruyff, o creer en Cruyff, o irme a una religión en la que Cruyff tuviera una bata blanca y me llevara con él rollo Waco Texas.
Muchos extraen de Cruyff una filosofía de vida. ¿Te parece eso razonable o más bien una flipada?
Cruyff es una filosofía total. Yo creo que es verdad. Y además aparece en un momento en el que Catalunya está muy deprimida. Creo que tiene unos valores que Guardiola, que es muy inteligente, valora y repite después. Se vuelve el segundo de una secta. Y el segundo de una secta siempre es mucho más radical que el primero. Entonces, Pep triplica la propuesta. Creo que Cruyff tiene un valor vital para el país que no tiene comparación con nadie, ni siquiera con ninguna figura política. Lo más notable que podrías destacar es Maragall o Pujol. Pero no fueron tan interesantes. Eran mucho más grises, más tenebrosos.
¿Crees que Cruyff podría haber funcionado como político?
Creo que si algún partido independentista se enarbolara en torno a la imagen de Cruyff, conseguiría su objetivo. Sería brutal. Un partido que se presentara con la idea de Johan. Nos ganaría a todos. A mí el primero. Creo que Cruyff es lo más articulado en términos de propuesta que ha habido en Catalunya. Eso, claro, ya me suma a la causa del Barça. Sin vuelta atrás. A partir de ese punto, ya eres del Barça. Pero es verdad que, por mi manera de ser, es algo que llevo en secreto. Es uno de los muchos aspectos de mi vida que mantengo en privado.
¿Qué más llevas en secreto? Si se puede saber.
No tengo pijama, por ejemplo. Nunca me verás en pijama.
“Llevé a mi hijo al campo del Barça porque quería dejar una cosa fijada. Si me da un infarto mañana, él tiene que tener claro de qué equipo es. Esto es lo único. Todo lo demás me da igual”
Hay mucha gente que no tiene pijama. No te creas.
No digo que sea raro. El tema es que la gente se echa novia y de repente revela toda su intimidad. Rollo: no me importa que veas que no me he cortado las uñas, pero es que yo soy así. Yo soy muy reservado, para todo, increíblemente pulcro. Tengo pánico a ser castrado. A ser juzgado. Por eso no hablo de fútbol. Mantengo un cierto escrúpulo hacia mi condición de barcelonista.
¿Te da vergüenza que la gente sepa que eres futbolero o culer?
Me da vergüenza ser un hombre, un ser humano en general. Al final, el fútbol es violencia. Ayer, por pura casualidad, estuve en el campo, en el partido contra Osasuna. Llevé a mi hijo. Quería llevarlo. En el campo te das cuenta que el fútbol es pura testosterona, donde se produce la sublimación del impulso bélico.
¿Por qué llevaste a tu hijo entonces?
Porque es parte de la vida, y está guay que lo conozca. Además, lleva meses, desde el Mundial, que está muy flipado con la idea del fútbol, con Messi. De una manera muy infantil, porque es pequeño. En realidad lo hice porque quería dejar una cosa fijada. Si me da un infarto mañana, él tiene que tener claro de qué equipo es. Esto es lo único. Todo lo demás me da igual.
El trabajo ya está hecho, entonces.
Sí, había que fijar la condición barcelonista. Ya estaba encarrilado, pero ahora ya es definitivo. Ya me puede dar un infarto. Mi hijo es pequeño, tiene nueve años, y tiene momentos raros. Si le preguntas de qué equipo es, te puede responder: del Inter de Miami. Y tú tienes que decirle: no, no, no, somos del Barça. Y entonces él dice: ah, es verdad, somos del Barça.
¿La paternidad te ha hecho, entonces, reconectar con el fútbol?
Nunca he dejado de estar conectado. Lo que pasa es que lo he mantenido siempre en secreto, como te decía. Pero tampoco es una cosa que haga conscientemente. Simplemente no hablo de ello, ya está.
Es curioso, porque el fútbol aparece muchas veces como rompehielos. Se habla de fútbol como se habla del tiempo. Tú, en cambio, lo escondes.
No tengo ese tipo de conversaciones. No tengo amigos de bar. Odio las terrazas. No me verás nunca en una terraza. He hecho muchos monólogos y secciones en Late motiv, por ejemplo, hablando de esto. Para mí, uno de los males de España son las terrazas. Creo que el Vietnam de toda una generación son las terrazas. Y los cubitos estos de cerveza. Creo que la terraza ha vapuleado a toda una gente. Nunca lo superarán. Toda su fuerza se ha quedado en la terraza. Todos sus proyectos, todas sus ideas. Odio ese mamoneo tan latino de hablar por hablar. Y beber cerveza. Yo eso no lo tengo. No me sale. Si en una mesa hay más de tres personas, yo desconecto.
Estás más cómodo en un ‘mano a mano’.
Sí. Siempre he tenido pareja. Las he ido encadenando, como buen neurótico, desde muy joven. Mi vida siempre ha sido estar con mi pareja, escribiendo, haciendo videos, lejos de la gente. Tengo amigos muy puntuales a los que veo por separado. Es raro porque, normalmente, la vida te lleva a tener grupos de amigos. Cuando veo a alguien, suelo hablar de cine, de libros, de humor. Las conversaciones casuales -de fútbol, del tiempo, de la actualidad, de la série de moda- me ponen de mal humor. Tiendo a levantarme e irme.
¿No puedes hablar, por ejemplo, de Succession?
Imposible. Es que si vas a ir en este plan, me voy. La típica conversación de calle me irrita. Y, claro, ahí aparece mucho el fútbol. Yo no tengo nada que decir. Por eso no hago humor de actualidad, porque me parece el elemento de conexión más barato que hay. Por mi neurosis, por mi conflicto, que no es especialmente saludable, tengo la necesidad de establecer vínculos significativos, un poco extremos, parecidos a los que establecían mis padres. Y de ahí tanta terapia también.
Volvamos al barcelonismo. Como buen culer, supongo que odias al Real Madrid.
Por supuesto que lo odio. Pero también tengo sentido del humor. Por suerte no me hierve la sangre todo lo que podría.
¿Por qué lo odias?
Porque me da asco. Me da asco la manera cómo gana. Esta cosa con la que han hecho bandera. Me pongo enfermo cuando en la radio escucho que el Madrid ha vuelto a marcar en el descuento.
¿Escuchas programas deportivos?
Escucho Tiempo de Juego, El Partidazo y La Sotana.
¿La COPE y La Sotana? Es curioso, porque son, a todos los niveles, polos opuestos.
La Sotana es más un programa de comentario satírico, creativo, es otro rollo. Tiempo de Juego y El Partidazo me gustan porque me dan un chute de adrenalina muy potente. Están muy bien hechos estos programas. Es como ponerse una ópera de Wagner. Me da igual de lo que hablen. Solo importa cómo lo hacen. No tiene por qué jugar el Barça. Puedo escuchar un partido del Osasuna.
Con esto, tienes el fin de semana montado.
Durante muchos períodos, cuando no tenía hijos, un buen plan de sábado para mí era ir a tomar café, a Bracafé, y escuchar el Carrusel Deportivo. Lo que ahora es Tiempo de Juego. Ahora lo hago de otra forma, con menos rigor, a veces en versión podcast. Tiempo de Juego me emociona, me encanta. La polifonía. Manolo Lama dándolo todo; ¡el bicho, que viene el bicho!
“El árbitro es un hombre que sabe que va al campo a que lo maten. Es, en un sentido kafkiano, un artista del hambre. Va a sufrir para que los demás lo contemplemos. Creo que puede haber una pulsión masoquista ahí”
Puede ser hasta taquicárdico.
Totalmente. Es como esos tipos que se compran un gramo de coca y se lo toman solos. El verdadero cocainómano hace eso. No lo hace por salir, por la fiesta. Me tomaba un café -me da un buen chute, me afecta mucho el café- y a las 15h estaba listo. La primera hora de Tiempo de Juego, hasta las 16h, es la mejor. Cuando todavía no hay partidos. Están muy excitados. Hay que escucharlo muy alto, en la cocina, hasta sentir que te encuentras un poco mal.
¿Y después de las 16h?
A veces alargaba. Ahora ya no tanto. Cuando más enganchado estuve a esto, recuerdo que también comencé a hacer quinielas, con un amigo. Él también era un futbolero extravagante. Decidimos hacerlas juntos, pero tuve que dejarlo porque pensaba que me moría. No era una adicción al juego, sino a la adrenalina, que es muy diferente. Vengo de una familia con tendencia a la adicción.
¿Pero eres realmente adicto a algo?
No, porque no soy constante con nada. ¿Sabes? Para ser alcohólico hay que beber mucho, muchos días, a todas horas. Yo no puedo hacer eso.
Eres de usar y tirar.
Sí, de tomarme una cosa y ya está. Y sé que luego me sentará mal. A lo que sí soy adicto, y esto lo conecto con Tiempo de Juego, es a la descarga de dopamina.
Es más común que un culer, en Barcelona, escuche RAC 1 o Catalunya Radio y no tanto La COPE.
Sí, pero a mí me da igual. Aunque tampoco soy masoca. En el caso de El Partidazo, si el Barça va muy mal y el Madrid triunfa, el Tertulión no lo escucho. A Puyal, en su momento, lo escuchaba. Lo que hacía me parecía muy interesante. Era una cosa religiosa, de seminaristas, igual que lo es Catalunya. Había un rigor y un fanatismo sobrio que también me parecían muy atractivos. Pero eso se perdió con él, cuando se fue. Nadie ha sabido seguirlo. Los de ahora son muy grises.
Te refieres a Bernat Soler i Joan Maria Pou, imagino.
Todos estos son masocas morales. No me interesan. No me gustan. Hacen una cosa muy arrastrada, muy masoca. No tienen tesis. Puyal, al menos, establece una retransmisión casi genuina. Con atención al lenguaje, al país.
Mucho de su lenguaje era anglosajón.
Sí. Y en eso, creo que Puyal es un autor. Creo que solo lo puede hacer él. Si hablamos de autores de radio, Paco González es otro. Lo que él propone es una fiesta. Creo que entendió que el fútbol es una coartada para establecer una polifonía de voces. Eso es pura radio. Creo que es un tío que, básicamente, sabe muy bien hacer radio.
Paco González, Manolo Lama y compañía tienen la capacidad de ponerte nervioso con cualquier cosa.
Exacto. Cómo te decía, para mí, escuchar Tiempo de Juego es como escuchar un concierto. Un concierto de fanáticos. Sin música. Solo gente gritando. Eso es muy español. Casi te diría que es una obra de arte española. Muy superior a la mayoría de cosas que se hacen en cine o en literatura. Para mí, Paco González es un gran artista. Y además genera solistas que, sin él, no existirían. Manolo Lama, Pepe Domingo Castaño, Poli Rincón. Poli Rincón, sin Paco González, sería un pobre diablo. Cuando alguna vez lo escuchas en otros ámbitos, no puedes. No tiene nada que contar. Pero en ese ámbito, en esa gran orquesta de fanáticos, mete otro pedacito de arte. El español tiene tendencia al fanatismo, y en el fútbol encuentra su lugar. Eso es lo que hace La COPE.
Te entiendo.
No es exclusivo. Jorge Javier Vázquez consigió algo parecido con Sálvame. También es un gran espectáculo. Ese tipo de espectáculo es lo mejor que te puede ofrecer un español. Y tiene mucho que ver con la labia.
El Chiringuito es otro ejemplo.
Sí. Pero es un poco deprimente. Es un producto de peor calidad. Domina la crispación, domina el artificio. Tiempo de Juego es real. Vertebra España de una manera muy loca. Es muy interesante lo que hacen. Las rondas. Conectan todo. Consiguen hacer interesante casi cualquier cosa. Te interesa que marque el filial de Las Palmas. Eso tan solo está al alcance de grandísimos comunicadores. Y los españoles, si algún talento tienen, es el fanatismo de la labia, del parloteo, mucho más que el don de la literatura o del cine. Yo soy un fanático de Paco González. No soy mitómano, pero es una de las pocas personas que admiro en España. La otra es Fernando Arrabal. Todo fanáticos. Cada uno en lo suyo.
Me ha gustado este paréntesis en el que ha salido el tema de la radio. Ahora no recuerdo por dónde íbamos…
Hablábamos del Madrid. Respondiendo a tu pregunta inicial -de hace veinte minutos- te diré que sí, que odio el Madrid. Odio su soberbia. Mi abuelo materno, que era madrileño, y pintor, era del Madrid. Y tenía esa misma soberbia. Siempre decía: somos los mejores, coño. A mí eso me da asco. Me da asco que ganen con la uña los partidos en el minuto 95. Y que, además, les encante ganar así. Les gusta mucho más que por la vía normal.
¿Qué te parece la figura de Florentino Pérez?
Repugnante. Me parece lo peor. Encarna los peores valores que puede tener un español medio.
A bote pronto, tampoco diría que es el típico hombre español. Porque es un tipo frío.
Ya. Pero tiene esa cosa de: Don Florentino lo arreglará. Eso casi tiene una base fascista. En el fondo, los españoles casi se acogen a él como a una continuación de Franco. A mí me dan ganas de vomitar. Pero tengo que reconocer que, debido a mi neurosis, en ciertos momentos he tenido la tentación momentánea de hacerme del Madrid. Sin decírselo a nadie. Como alguien que se hace gay. No racionalmente. Pero sí alegrarme de, por ejemplo, un gol de Benzema. Y decir: joder, este tío es buenísimo. Y aceptarlo. Y comprar los argumentos de Manolo Lama y después apagar la radio y preguntarme: ¿seré gay?
De algún modo, al culer ya le va bien que el Madrid cumpla con sus tópicos, con su manera de ser. Y viceversa. Hay que criticar en base a algo.
Hay figuras que acabas transigiendo. Zidane, por ejemplo, creo que nos cae bien a todos. O Ancelotti. Vinicius no. Claro que no. Florentino Pérez, jamás. Raúl es asqueroso. Cristiano es asqueroso. Y Benzema, debería estar en la cárcel por su vida privada, pero es verdad que, como futbolista, es muy fino, son muy interesantes las cosas que hace. Tiene esa cosa rara, ese arrebato de talento en un minuto. Eso conecta mucho con Ronaldo Nazário. Impone el talento cuando él quiere.
Eso es cruyffista. Antes lo decías.
Correcto. Creo que Benzema hubiera sido un futbolista que le hubiera gustado a Cruyff. Al final, todo pasa por Cruyff. Si Cruyff quisiera que Catalunya fuera independiente, yo sería independentista. Yo soy un fanático de él. Y sería muy guay hacer un documental desde esa óptica. Casi como un true crime.
Si tu hijo fuera del Madrid, ¿cómo lo vivirías?
Lo viviría igual que si mi hija se hiciera ilustradora. ¿Sabes? Lo viviría mal.
(Risas) ¿Por qué?
Por qué hay demasiados ilustradores. Yo me dediqué al dibujo. Pero ahora es terrible. Hay una inflación de ilustradores en Barcelona. Si algo sobra en Barcelona, son ilustradores. Cuando veo a mi hija con los lápices, me echo a temblar. Pienso: otra, otra ilustradora más.
Peluquerías también sobran. Y locales de uñas. Y locales de cerveza artesana.
Sí, también. Pero parece que hay más mercado. El tema de los ilustradores no sé a dónde va. Acaban todos en Berlín. Si mi hijo fuera del Madrid, lo aceptaría, sin más. Al final te das cuenta de que tus hijos son como son y harán lo que quieran.
Tú por lo menos ya has hecho el trabajo.
Exacto. Yo le he escondido los colores a mi hija y a mi hijo le he marcado el camino del Barça. A partir de ahí, yo que sé, ellos sabrán. Más no puedo hacer.
El Barça no anda muy fino últimamente. Es un momento difícil para conseguir que los niños se hagan culers.
Bueno, pero mi hijo está un poco en esa fase soñadora. Para él, Messi sigue siendo del Barça. Ve vídeos en YouTube del Messi del Barça. Ya me viene bien. Lo que no me gusta es que, a veces, vea videos de Cristiano. A veces lo descubro haciendo eso de: siuuuuu. Y le digo: ¡eh, eh, eso no, eh! Es el problema del algoritmo. Estos niños están enganchados a las tablets y, claro, luego sale lo que sale.
¿Qué más le sale, a parte de goles de Messi y de Cristiano?
Le sale mucho una canción de la selección española. “La Roja Baila”, creo que se llama. A veces se pone a cantarla. Es una canción muy dura, mucho, totalmente fascista. Se la tengo que cortar, porque va a un colegio muy catalán. Como la cante allí, vamos a tener un problema. Pero es pequeño, todavía no es consciente. Todo es lo mismo.
Por cierto, a cuento de nada: ¿qué te parece el cántico ‘hemos venido a emborracharnos, el resultado nos da igual’?
Obedece a lo que es el fútbol: pura violencia.
“El fútbol obedece a algo tribal, está marcado en nuestra herencia filogenética. Ya no puedes subirte a caballo con cuarenta tíos más y quemar una aldea, pero sí que puedes ir a ver al Osasuna con tus colegas”
De entrada, parece que obedezca a un espíritu festivo.
Pero es parte de lo mismo. Es como Braveheart. Es el mismo impulso. El fútbol inspira esos cánticos. Lo que hay que entender es que el fútbol obedece a algo tribal, está marcado en nuestra herencia filogenética. Es arcaico. Ya no puedes subirte a caballo con cuarenta tíos más y quemar una aldea, pero sí que puedes ir a ver al Osasuna con tus colegas. Es lo mismo. Es el mismo sentimiento. Esa es la explicación.
Ya.
A mi me da cierta vergüenza ser un ser humano. Me da pena tener que defender todo esto. Nunca voy a hacer gala, entre otras cosas, de ese componente tribal que tiene el fútbol. Prefiero vivirlo como un niño asustado. Un pobre niño que está en su casa, en silencio, sufriendo. De hecho, eso es muy barcelonista. Yo tengo ese punto raro. Que el Barça pierda no me importa, me gusta. Fortalece el ánimo. Me seduce la idea de que mi hijo solo vea al Barça ganar el Gamper. En toda su vida. Como le debió pasar a mucha gente. Hostia, está muy bien eso.
¿Alguna vez te cabreas, de verdad, con el fútbol?
Solo me cabreo cuando veo a Joaquín. Odio a Joaquin. Odio todo lo que representa. Y odio que sea el monologuista más famoso de España. Me parece terrible y creo que habla muy mal del país. El humorista más famoso de España es Joaquin. Y con eso creo que está todo dicho. Cada vez que lo veo, me pongo enfermo.
Con Adri Romeo, que lo entrevisté hace unos meses, comentábamos la poca presencia del fútbol en los contenidos de los humoristas. ¿Por qué crees que eso ocurre?
Depende de a qué familia de humoristas te refieras. Yo vengo de un grupo anterior al de Adri Romeo.
Me refiero, quizás, a la escena actual de humor alternativo.
En esos mundos, predomina la conversación de tipo artístico. No se habla de fútbol como no se habla de aeropuertos. No se habla de casi nada, de hecho, que no sea de nosotros mismos. Somos gente muy narcisista. También te digo que, como tal, no existe una escena alternativa. Si no existe la principal, ¿cómo va a existir la alternativa? Ahora hay una incipiente escena de monólogos en Barcelona y en Madrid, y poco más. Es decir, en Barcelona hay dos o tres sitios donde actuar, y en Madrid, pues poco más. Pero no creo que eso componga una escena. Compone algo que tiene mucho que ver con que en Netflix hay monólogos.
En tu novela, Contenido, se habla del cambio de paradigma de los medios digitales en la época en la que nació Facebook. En el caso del fútbol, ¿detectas algún cambio de paradigma?
Lo detecto totalmente. El fútbol ha cambiado a todos los niveles. Se ha vuelto un deporte muy diferente. Se ha profesionalizado mucho.
¿Hay algún momento concreto en el que lo detectes?
Quizás cuando comienzan a aparecer las grandes estrellas. El documental de Beckham, por ejemplo, está muy guay porque te explica esa transición. Beckham es pionero en eso. Trae otro modelo. Es como los Beatles. El futbolista, de golpe, también es una gran estrella. Eso antes no existía. Los jugadores se movían menos de club. Beckham trae la idea del futbolista contemporáneo. Es un símbolo sexual. Importa lo que hace fuera del campo. Genera negocio al margen de los que sucede en los estadios.
De esto hace ya 25 años.
Sí, pero creo que él marca el cambio. Recuerdo un día, en el cine, que vi un anuncio de Pepsi -creo que era de Pepsi- en el que aparecían Beckham y un montón más: Ronaldinho, Totti, Raúl… Era un anuncio que parecía una película con efectos especiales. Era la hostia. Y lo vi en el cine. Molaba más que la película que habías ido a ver. Ahí empieza, yo creo, un mundo nuevo. Y empiezan los videojuegos a ser muy importantes.
¿En qué forma crees que el fútbol puede volver a cambiar?
No lo sé. Ahora estamos en un momento muy asqueroso. Lo pensaba ayer en el campo. Creo que todo el mundo sensible a este deporte ha desarrollado un cierto asco. El Mundial de Catar es un ejemplo. Los países árabes, con ideologías muy jodidas y políticas repugnantes hacia la mujer y los gays, y hacia mil cosas más, han comprado el fútbol y lo han convertido en una cosa muy dura. Lo han pervertido. Solo importa el dinero. Creo que eso ha hecho que se abra un espacio nuevo.
¿Qué consecuencias crees que esto tendrá?
Está por ver. Cada uno reacciona a ello como puede. Tengo amigos que se han hecho del Europa. El fútbol regional, de barrio, se ha convertido en el fútbol de verdad. Hace que la gente se reconecte con la esencia. Han puesto su afición por el fútbol allí porque ya no reconocen el fútbol de élite, y es legítimo. Se ha vuelto una cosa muy asquerosa. Jorge Mendes, la FIFA, Catar, los magnates, estos que diseñan equipos a golpe de talonario, etc.
No pinta bien.
No. Suerte que no soy un fanatico del fútbol a nivel general. Mi fanatismo es muy específico por el Barça. No me gusta el fútbol de élite, pero tampoco el regional, ni el femenino. Me aburren. Es la pura realidad. Yo soy del Barça. Y puedo ver la Eurocopa, el Mundial, el Madrid a ver si pierde y poco más. Si me pillas muy ansioso, podría ver, como mucho, un muy buen partido de la Premier League. Mi vinculación al fútbol está muy acotada.
“Tiempo de Juego y El Partidazo me gustan porque me dan un chute de adrenalina muy potente. Están muy bien hechos. Es como ponerse una ópera de Wagner. Me da igual de lo que hablen. Solo importa cómo lo hacen”
Quería hablar de Messi, pero no se me ocurre ninguna pregunta. Dime lo primero que se te pase por la cabeza.
No sabría que decirte. Y es interesante que no tenga nada que decir. Eso significa que, con Messi, todo está en el campo. No hay más que hablar. Me encanta Messi. Me encantaban Ronaldinho, Eto’o, Romario, Luis Suárez, etc. Me han gustado todas las grandes figuras que ha tenido el Barça, en general.
¿Quién te gusta del Barça actual?
Me gusta Pedri. Pero me pasa una cosa: todavía no los conozco muy bien, ni siquiera me sé las caras. Ayer, en el campo, mi hijo me iba diciendo quien era quien. Me decía: ¡Gundogan! Y yo decía: hostia, Gundogan como puede ser cualquier otro. Lamine Yamal no sabía quién era. Podría ser un repartidor de Glovo que se ha colado en el estadio. Le faltaba el patinete. Todos, para mí, podrian trabajar en Glovo. No sé quién es nadie. Podrían ser amigos de Ibai Llanos. Podrían ser DjMariio o uno de estos.
La edad influye, supongo, con el hecho de estar menos al día de las nuevas figuras.
Seguro. Para mí, todo el mundo que tiene menos de 25 años forma un único ente. Son gente que viste con ropa deportiva muy fea, como de criminal, y que bebe Monster. Algo se ha roto. Y ya está bien para mí, no quiero entrar ahí.
Ese mundo del que hablas es el que ve la Kings League.
La Kings League la odio. Odio, en general, la última oleada de streamers y youtubers. Odio todo lo que representan. Y eso que hice un documental, Vosotros sois mi película, defendiendo la figura del youtuber. Iba de la exaltación de un mundo frente a otro, es decir, una especie de choque cultural, de cómo el mundo ha cambiado. Es un tema que está en casi todo lo que hago: en Doctor Portuondo, en Contenido, etc. En ese punto, defendía figuras que representaban al youtuber, como Wismichu, Orslok o tantos otros. Te podían gustar más o menos, podías comulgar o no con su imaginario, pero eran creativos.
¿Y ahora no lo son?
En absoluto. Ahora se ha impuesto una especie de capitalismo frenético. Los streamers, ahora, son seres reaccionarios. Son voceros de los peores valores de la sociedad, casi te diría. No me interesan. Me da mucho asco lo que representan. Hace poco dirigí un programa que hablaba de videojuegos y tuve que ver retransmisiones de la Kings League para sacar imágenes. Me quedé blanco. Parecía como si, de golpe, El Juego del Calamar fuera real. Me pareció asqueroso. Sexista. Misógino. Repugnante.
El fútbol convencional, a menudo, también lo es.
Correcto. Es puro griterío. Lo ves en el campo. Ayer, en Montjuïc, no había ningún motivo para gritarle al árbitro, y le estuvieron gritando todo el rato; ‘fill de puta, però que fas!. En realidad, es la queja por la queja, porque nadie está viendo con detalle -mejor que el árbitro- lo que ocurre en el campo.
La del árbitro es una profesión muy desagradecida. Lo linchan siempre, haga lo que haga.
Pero cobran mucho dinero. Y no están ahí por vocación, sino por el ‘Plan B’. Casi todos han querido ser futbolistas. Con el arbitraje, siguen vinculados al fútbol profesional. Se sienten deportistas también. Yo creo que hay que entenderlo por ahí. Pero también es cierto que el árbitro es una figura muy neurótica. Porque está fuera y dentro, es odiado por sistema.
El arbitraje genera situaciones absurdas entre los aficionados. Quejarse por la verdad. Aplaudir la mentira.
Claro. El árbitro es un hombre que sabe que va al campo a que lo maten. Es, en un sentido kafkiano, un artista del hambre. Es un hombre que va a sufrir para que los demás lo contemplemos. Creo que puede haber una pulsión masoquista ahí. Pero nunca me ha interesado mucho, la verdad. No sé.
Ya para terminar, Carlo: si tuvieras el encargo de generar contenido sobre fútbol en algún medio de comunicación, ¿qué se te ocurriría?
Ya lo intenté una vez. Hicimos una propuesta de vídeos para el Grupo ZETA y el Sport. Pero la cosa no tuvo éxito. No nos compraron nada.
¿De qué se trataba?
Teníamos un plan de vídeo genial. Mi intención era introducir historias de temas paralelos al juego en sí. Hay todo un filón por explotar en torno al fútbol. Queríamos hacer una serie de vídeos, por ejemplo, de los puestos de comida que hay en los alrededores del Camp Nou. Los mejores frankfurts, y puntuarlos, por ejemplo. Hay muchos frankurts en esa zona, pero, ¿cuál es el mejor?
Frankfurt Pedralbes.
Habría que estudiarlo. La idea era enviar a alguien por allí a investigar. Ese es uno de los éxitos de La Sotana, por cierto, que han sabido tocar temas paralelos con mucho éxito y talento. Han sabido romper con la oscuridad del mundo del fútbol. Han sabido introducir una perspectiva, por decirlo de algún modo. Yo lo intenté, desde mi ámbito, pero al final no pudo ser.
¿Qué ideas más había en ese plan?
Les propuse mil cosas. Dobles de futbolista, por ejemplo. O hacer una serie tipo Hoop Dreams, el maravilloso documental de basket, siguiendo a talentos muy jóvenes desde sus inicios. Y explicar cómo las familias depositan unos sueños, quizás injustificados, en gente que sabes que nunca será profesional. Hay muchas historias.
Hay muchos padres flipados.
Claro. Explorar todo eso. Padres flipados es un temazo. Creo que el formato del documental, en España, se está desaprovechando muchísimo. Se está atacando de una manera muy conservadora. Se está desperdiciando todo el potencial que, por ejemplo, puede tener un documental como el de Beckham. Hay humor, hay inteligencia, hay rigor. Esto aquí no existe. En España es cultural. No se mira el potencial de las cosas. Las plataformas no terminan de ver el filón que puede ser, por ejemplo, ver a un doble profesional de Neymar viviendo en un piso de Sabadell.
Es una nueva tendencia, entre los famosos, el hecho de hacerte tu propio documental. Sergio Ramos o Georgina, por ejemplo, también lo han hecho.
Sí, pero estos son diferentes. No están bien hechos. Faltan capas. El de Beckham es diferente. Es completísimo y no tiene nada de absurdo.
Por cierto, sería muy fácil encontrar a un doble de Neymar.
Muy fácil. Yo conozco a muchos. Los he contactado. Es fácil, solo es ponerse a grabar.
Sería interesante, en un futuro, ver formalizadas estas propuestas. Gracias por la charla, Carlo.
¡Gracias a ti!
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Fotografías de Lluís Inarejos.