Hay leyendas de nuestro deporte que recordaremos siempre, más que por su juego, por su bigote. Igual que un langostino sin bigote no es un Rodolfo, hay futbolistas que, sin él, no serían ellos mismos. Entre el compendio de ilustres mostachos -además de nuestro amado Antonin Panenka- encontramos a muchos otros mitos.
Migueli
Tenía el físico perfecto para ser escolta de los Bulls o para dedicarse a la lucha libre, pero Miguel Bernardo Bianquetti eligió ser defensa central. La decisión terminó revelándose como acertada. ‘Tarzán’ Migueli es de esos hombres que quieres tener cerca cuando te pierdes en un bosque; hay algo en su mirada que garantiza que él te sacará de todos los apuros, y que incluso puedes subirte a su espalda, anudar los brazos a su cuello y cerrar los ojos. Tenía fama de defensa duro, contundente y expeditivo. Era mucho más que eso: un muro de hojalata imposible de derribar. Lo que está claro es que Migueli nunca hubiera podido llegar a ser uno de los mejores centrales de la historia del fútbol español sin ese bigote claro y tupido que siempre lució: ya se sabe que una imagen vale más que mil patadas.
‘Tato’ Abadía
Agustín Abadía Plana encarnaba la antítesis del glamur. Los tatuajes o la gomina no son lo que hace grandes a los jugadores, y el oscense es buena prueba de ello. Calvo y con mostacho, con la camiseta por fuera y con unas maneras poco ortodoxas, jamás sería objetivo de los focos de la prensa rosa. En Logroño y en Santiago siempre será recordado por su derroche y valentía y por dejarse la piel -literalmente- en el campo. Los nostálgicos del balompié ya no recordamos que era un centrocampista con llegada ni tampoco que se retiró en el Binéfar, el mismo equipo en el que debutó. Pero lo que jamás podremos borrar de nuestra memoria es aquel frondoso bigote que el ‘Tato’ lució por campos de barro durante toda su carrera. Buscad en la red una fotografía suya sin su cepillo: no la encontraréis. Por algo será.
Bernd Schuster
Quién no querría parecerse, ni que fuera un poco, a Bernd Schuster en la década de los 80. Torso de atleta, piernas fornidas y elegantes, mirada de felino, sonrisa pícara, carácter explosivo y una melena y un bigote rubios que eran la envidia de todos los jóvenes de la época. Da igual si, en aquel momento, llevaba puesta la camiseta del Barcelona, del Atlético o del Real Madrid. En cada ciudad había una corte de seguidores del futbolista alemán, que impresionaba tanto por su talento en el terreno de juego como por su clase lejos de él. Quizá el paso de los años diluyó un poco el mito, con su salto a los banquillos y alguna que otra metedura de pata en rueda de prensa, pero vamos a quedarnos con lo bueno: cuando Schuster metía gol, y se dirigía a la grada abriendo los brazos para celebrarlo, a más de una y a más de uno les daba un vuelco el corazón.
Martín Vázquez
El suyo fue un bigote de quita y pon. Rasurado y tenue en sus años mozos; anclado a una barba cuidadísima cuando fue presentado con el Torino y participó en Italia’90, el único gran torneo que disputó con la selección española, y grueso y duro en su segunda etapa de blanco. Al que muchos llegaron a considerar el mejor futbolista de la Quinta del Buitre, con un golpeo de exterior que quitaba el hipo, le puso la cruz Ramón Mendoza, situación que todavía perturba a uno de los centrocampistas con más clase que ha dado nuestro fútbol: “Me iré a la tumba sin saber por qué me abrió la puerta de salida”. Tampoco nosotros podemos asegurar si lo hará con mostacho o no, perfectamente afeitado como se deja ver últimamente el hasta el pasado verano técnico del Extremadura.
Frank Rijkaard
Su imagen más icónica es en el Stade de France en 2006, sonriendo, después de ganar la Champions como entrenador del Barcelona, pero hay que recular todavía unas décadas más en el tiempo para entender cómo este holandés de porte elegante, gesto tranquilo y conversación agradable fue capaz de alcanzar ese éxito en los banquillos. Y es que sin el Rijkaard jugador, ese tipo con aire despreocupado, estiloso, con el pelo rizado y el bigote marcado, y un pie preciso como un reloj suizo, no podría concebirse el Frank Rijkaard técnico. Vestido de corto, el joven Frankie formó parte de algunas de las plantillas más ilustres de la historia del fútbol y trabajó a las órdenes de preparadores como Rinus Michels, Arrigo Sacchi o Louis Van Gaal. Con ellos se recorrió Europa, ganó y, sobre todo, descubrió todos los secretos del juego. El resto es historia.
Vicente Del Bosque
Como futbolista del Madrid ganó cinco ligas. Como técnico blanco, dos campeonatos ligueros más y dos Champions; con la Selección, un Mundial y una Eurocopa. Y como ciudadano, fue nombrado primer Marqués de Del Bosque por la Casa Real. Pero por lo que más se valora a esta leyenda del deporte es por otro tipo de nobleza: sus valores como persona le han hecho mucho más querido de lo que ya de por sí hubiera sido. Siempre ecuánime, educado, solidario y generoso, y siempre vistiendo un bozo más que poblado, primero moreno y después blanquecino. Inconfundible. Estos últimos días, en los que “hemos podido verle sin su mostacho después de 45 años” luciéndolo, han servido para corroborar que los bigotes son sinónimo de identidad y de calidad y que, sin ellos, Vicente no es Del Bosque. Elige bigote. Elige Rodolfos.