Atrapado en el tiempo y relevado en importancia por las mastodónticas victorias en las Eurocopas de 2008 y 2012 y el Mundial de 2010, la selección española olímpica de 1992 siempre será única. El oro del evento olímpico celebrado en España, fue la primera vez que un país sintió que había elaborado una generación exitosa que daría un salto competitivo global con el paso de los años. La primera piedra para soñar derribar un muro.
Cada año tiene sus particularidades y, en la mayoría de casos, sólo el paso del tiempo advierte de la importancia de cada uno de ellos pero nadie puede negar que 1992 fue determinante para España. Primero, porque el Tratado de Maastricht formalizaría el primer paso de la futura Europa unida donde nuestro país iba a tener su cupo. Segundo, porque el desarrollo global se multiplicaba gracias a la inversión más brutal jamás realizada en transporte, pues el AVE, estrenado ese año, costó 448.000 millones de pesetas. ¿Dónde viajaba? Pues, de inicio, unía a Madrid y a Sevilla, ciudad que ese 1992 disfrutó de la Exposición Universal y de Curro, la mascota que pronto se dio cuenta que las miradas estaban apuntando deportivamente a Cobi, la mítica mascota que puso imagen a los Juegos Olímpicos de Barcelona’92. Días del Dream Team de Jordan, de Carl Lewis, de Seguey Bubka, de Oscar de la Hoya y, desde luego, de ‘Los Manolos’. Sus sintonías (sobre todo Amigos para Siempre) impulsaron a la España futbolera, que alcanzó por vez primera la gloria olímpica absoluta con el oro de 1992.
Los millennials de primera generación (los que hoy somos treintañeros), disfrutábamos aquellos días del primer gran evento deportivo que nuestro país organizaba y parecía tan gigante la osadía de estar a la altura, que recuerdo perfectamente cómo en mi casa más de uno dudó de nuestro potencial para lograr no ceder ante el siempre precioso movimiento olímpico. Todo lo contrario. Desde entonces, han sido los de Barcelona’92 los Juegos ejemplares sobre los que todos los demás se han intentado acercar, moldearon su figura y buscaron su potencial. Muchísimo ayudaron a ello, por supuesto, aquellos deportistas de los que la mayoría de veces solo escuchamos hablar cada cuatro años (cuando se acercan estos torneos únicos), pero que dieron brillo como nunca se habría imaginado. Fermín Cacho, López Zubero, Daniel Plaza, Miriam Blasco… Un total de 22 medallas: 13 de oro, siete de plata y dos de bronce. Todo un hito hasta la fecha, ya que no se ha vuelto a repetir una colección tal de medallas en unos Juegos. Y, entre todas ellas, una especial para un país tremendamente futbolero, la lograda por la selección española ante un apoteósico Camp Nou en una final absolutamente irrepetible que dejó imágenes de esperanza para el futuro.
Por vez primera, muchos vimos ganar a España en fútbol. Por eso, ese once de Toni, Solozábal, Berges, Ferrer, Abelardo, Lasa, López, Guardiola, Luis Enrique, Alfonso y Kiko se quedó plasmado y sellado en nuestra memoria. Y como últimamente el término millennials se utiliza de modo despectivo (o cercano a él), aquel título fue el que alzó la voz de aquellos que lo eran y que ahora culminan esa misma etapa o la superan por poco. Eran once, aunque en las gradas ya estaba el eterno número 12 de España, Manolo ‘El Del Bombo’, que vivió aquello de manera única por ser en nuestro país: “Desde los ocho años, viviendo en Huesca, cogí la iniciativa de tocar el bombo y la charanga. Allí empecé a animar a clubes de la zona y lo amplié a otros de España, pero decidí que lo mejor era llevarlo a nivel internacional con la selección. En aquella época era más fácil y sencillo que ahora pues nadie se metía con nadie. Todos tomaban bien que yo animara y hasta los jugadores lo agradecían. Creo que mi primer partido fue en Chipre en el año 1979 y ganamos un partido clave. Y aunque en Corea o en México, en los Mundiales, fue muy divertido y lo añoro, creo que ningún partido fue tan especial como el del oro en 1992 porque era nuestro país. En esos días, a ver la Final fui en silla de ruedas porque estaba lesionado del pie. Todos lo pasamos genial. Lo de Barcelona fue insuperable porque éramos una marea roja…”, recuerda el mejor hincha de España para la eternidad hasta el punto de ser conocido en todo el mundo.
“Llegué a pensar muchas veces que el gafe era yo. Siempre me decían que iba a volver pronto, que me llevara dinero para unos días porque nos eliminarían pronto y más o menos siempre tenían razón. Hice 15.000 kilómetros en auto-stop en el Mundial del 82. Y todo empezó a cambiar después, desde el nuevo siglo, lo que hizo que España empezara a cambiar positivamente pero mi bombo va a seguir sonando un tiempo. Me gustaría retirarme con doce Mundiales y llevo diez. Me quedaría Qatar y el siguiente. Pero mi reto es llegar a eso…”, recalca Manolo con la idea de seguir aguantando en pie y en las gradas con su animosidad contagiosa a todo el planeta fútbol.
Ese once de Toni, Solozábal, Berges, Ferrer, Abelardo, Lasa, López, Guardiola, Luis Enrique, Alfonso y Kiko se quedó plasmado y sellado en nuestra memoria
Sin embargo, el paso del tiempo llena de injusticias nuestros recuerdos, que olvidan con facilidad a quienes hicieron posible lo imposible, ganar aquel oro olímpico de 1992. Y es que es más fácil recordar el gol de Kiko, aquellos gestos alocados de celebración, el Camp Nou explotando y una generación de jóvenes millennials disfrutando de oreja a oreja con una sonrisa que no tardó en plasmarse en el resto de España. Y el principal culpable y epicentro de aquel título fue Vicente Miera, seleccionador de España en 1992 que, con el paso del tiempo, admite que el organigrama de la selección necesitaba una mirada más profunda: “Yo cogí a la selección a medio camino de la fase de clasificación para la Eurocopa 1992 que, como no empezó bien con Luis Suarez de entrenador, acabé siendo yo el que se hizo cargo de España y no pudimos clasificarnos para ese torneo final en Suecia. Pero no pude trabajar bien porque fue muy poco tiempo. Cuando yo no dirigía, antes de aquello, viajaba por el mundo aprendiendo de otras corrientes futbolísticas. Quise introducir novedades, añadiendo psicólogos y fisioterapeutas profesionales que, por entonces, no existían en la selección. Y yo veía que estábamos un peldaño por detrás en algunas cosas, creí que fue necesario tener esos roles. Y fueron un éxito rotundo ciertas novedades e innovaciones. Todo ayudó a la profesionalización de nuestro fútbol”, recuerda, apuntando así a que, evidentemente, su papel no fue sólo de entrenador, sino de un talante mucho más global.
“Meses después, íbamos a ser anfitriones de los Juegos Olímpicos y eso era una presión real que había que sostener. No fue fácil moverse en ese momento. Cuando nos íbamos a empezar a preparar para el torneo, hubo muchas presiones para que la preparación se hiciera en Barcelona porque íbamos a jugar allí los partidos. Presiones de diferentes estamentos y de personas de poder. Yo había estado en Cervera de Pisuerga tras etapas que viví con el Sporting o el Oviedo y quería que nos preparáramos allí porque me parecía el lugar ideal para estar trabajando bien, aislados, sin presiones y cómodos, pero cuando hicimos las reuniones oficiales para movilizarlo y profundizar en esto, se sufrió mucho para conseguirlo. Y creo que, aunque costó, al final fue una de las claves de nuestro éxito. Los chicos tenían un compromiso brutal. Estuvimos nada menos que 54 días concentrados. Eso es algo difícilmente asumible ahora. Imaginad. Y no tuvimos el más mínimo problema de nada. Y encima, primero teniendo 36 futbolistas convocados, luego dejarlo en una cifra menor sobre los 24 y al final, elegir los 20 finales. Y aquello fue súper difícil para mí. Y, sin embargo, me dieron una lección porque todos los chicos entendían las decisiones y, además, me entendían y me respondían siempre con franqueza, sinceridad y motivación porque decían que iban a estar animando con todo. Armamos una selección de comportamiento magnífico con jugadores, en su mayoría, que empezaban a jugar en clubes potentes pero había otros de equipos muy menores que pedían paso. El único problema que tuvimos en el trabajofue el calor que hacía, que era brutal”, repasa el seleccionador de aquellos días olímpicos.
“Empezamos ganando a Colombia que, para mí, era el rival más duro que teníamos en primera fase, y que había estado viendo en su país y en partidos en el extranjero para conocerles. Pero no hubo un lleno total en Mestalla, por lo que la sensación era de que la gente tenía que engancharse porque veníamos de épocas difíciles para la selección y había que creer de nuevo en estos chicos. Pero ganamos y, a partir de ahí, la gente se fue animando y fuimos notando como casi todos empezaban a darnos como favoritos. El partido más difícil, con diferencia, fue el de Italia. Ganamos 1-0 y creo que fue el partido donde, a nivel táctico, más feliz me siento. Ellos tenían grandes jugadores y era lo importante. Todo nos salió como había plasmado antes del duelo y fue genial ver cómo trabajamos para ganar. Encajamos sólo un gol en el torneo y fue en la final lo que demuestra lo bien que se estructuró todo. A medida que avanzábamos, el equipo de trabajo que tuve y los futbolistas, lo íbamos haciendo posible”, recalca Vicente Miera, orgulloso de esa labor.
En la final, con el Camp Nou lleno hasta la bandera con más de 95.000 espectadores, hubo un momento clave y complicadísimo. Polonia marca gol, el primero que encajó España, en el añadido de la primera mitad pero la selección reaccionó y llegó la mítica imagen de Kiko con ese gol: “Fue importante ver a los chicos en el descanso, que estaban crecidos y todos creíamos en la posibilidad de ser campeones. Cuando marcó el gol Kiko, todo empieza a tomar forma. La emoción fue increíble. Intentamos controlarlo todo pero, al final, en la celebración, ya se me descontroló todo. Fue genial. En mi carrera deportiva, es más decisiva en mi carrera la faceta de entrenador. Es el que hace, piensa, se la juega, decide y, al final, el que tiene la responsabilidad. Ese oro olímpico es lo que más valor le doy a mi carrera. Es un gran orgullo”, destaca el seleccionador que llevó a España a lo más grande de la vida olímpica.
Y aquel equipo de promesas que tenía a jugadores magníficos pero, sobre todo, a personajes clave desde los banquillos con el paso de los años (nada menos que Luis Enrique, actual seleccionador, genios como Guardiola o estupendos competidores como Abelardo), se convirtió en el gran grupo de futbolistas que logró ganar ‘algo’ con España. Fue el día más grande para una generación, un paso adelante de los jóvenes españoles, un mensaje de confianza, convicción y sueños cumplidos. Por eso, en aquellas épocas en las que no había demasiado fútbol pero en las que el fútbol que hubiera nunca premiaba a España, representaban ayer y representan hoy el primer recuerdo de que lo imposible nunca era tal cosa cuando el talento está detrás de quien pretende conseguirlo.
En el programa-podcast 38 de ElEnganche en SpainMedia, estuvieron con nosotros Vicente Miera (seleccionador de aquella España Olímpica de 1992) y el hincha número uno de cada partido de la selección española, Manolo ‘El del Bombo’, que recuerda aquella cita celebrada en España como algo único.