Le gustaba ser centrocampista, pero Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967) jugaba de portero. Era lo que mejor se le daba en la adolescencia. Ocupaba la portería porque le importaba mucho que sus amigos le apreciaran. Era una especie de servicio al fútbol y a los demás, algo que iba a seguir haciendo años después como escritor. Se dio a conocer con Esperándolo a Tito, unos cuentos de fútbol que aparecieron en la radio antes de convertirse en libro. Su primera novela fue La pregunta de sus ojos, el origen de lo que después se convertiría en la oscarizada El secreto de sus ojos. Como el jugador que cuelga y descuelga las botas, va y viene del fútbol en sus libros, nunca como tema principal, pero sí como excusa o telón de fondo. En su última novela, El funcionamiento general del mundo, vuelve a vestirse de corto. Utiliza el fútbol para llenar los silencios de un viaje largo que protagonizan Federico, un padre de familia divorciado, y sus hijo e hija. Se desplazan hacia la Patagonia para asistir al entierro de la profesora Muzopappa, también entrenadora y figura importante en el pasado de Federico. Sacheri, hincha de Independiente, reconoce que hay frases que las piensa él y se las hace decir a Muzopappa. Sobre todo hay dos que se enganchan como el velcro.
“Jugar es como entender el funcionamiento general del mundo”.
Cada vez estoy más convencido de eso. De niño y de joven me acerqué al fútbol por placer y por diversión. A medida que crecía, fui pensando en los porqués de ese bienestar que me generaba el juego. Creo que jugar al fútbol te permite abarcar una experiencia muy completa y muy simple al mismo tiempo, cosa que la vida no te permite. No puedes sentir que comprendes o manejas la vida, mientras que cuando juegas, sí. Es una situación momentánea, pero una experiencia muy valiosa.
“El fútbol está lleno de cosas que le vienen prestadas de la vida”.
Jugar al fútbol con otras personas te permite ver cosas muy profundas de ellas. No me refiero al ‘se juega como se vive’. No creo que el talento futbolístico vaya de la mano de talentos más importantes para vivir con otras personas, pero cuando jugamos nos quitamos los disfraces. Estamos tan urgidos por jugar y por una necesidad de ganar que no tenemos tiempo de fingir.
¿La profesora Muzopappa es algún maestro que tuvo usted?
Es sobre todo una mezcla de los mejores profesores y maestras que tuve y del profesor que me gustaría ser. Soy licenciado en Historia y sigo ejerciendo la enseñanza en un instituto de secundaria en Buenos Aires. Uno construye ideales de cómo le gustaría ser, pues a mí me gustaría ser como Muzopappa.
El año de la disputa del torneo, el convulso 1983 argentino, está escogido conscientemente.
En esa fecha tenía 15 años, la misma edad que uno de los protagonistas. En distintas novelas mías me gustó visitar algunos momentos de la Argentina reciente. Tenía ganas de hacerlo con ese año final de la dictadura militar en mi país. Y fíjese que no se lo menciono como el año de la recuperación de la democracia, sino como el último de la dictadura, porque en lo que me gustó detenerme fue en lo trabajoso, lento y gradual que es que nuestra cabeza se acostumbre a vivir en democracia. Por supuesto que estaba la esperanza y el deseo de ver una elección presidencial, pero al mismo tiempo estaban todas esas inercias de autoritarismos, de violencia, de silencio y de celebración de la disciplina por la disciplina. Por eso ese instituto donde sitúo la novela tiene más de pasado que de futuro en cuanto a cómo se relacionan los alumnos entre ellos y con los docentes.
Se va metiendo en la cabeza de varios personajes. Parece un actor que se va cambiando de disfraz.
Me gusta mucho cambiar de piel. Tengo un deseo de que funcione cuando lo intento. Eso de transfigurarte en otras personas es de lo más bonito que tiene escribir. Los actores y los actrices hablan de meterse en el papel, pero encima el escritor tiene que construirlo. No está en ningún guion. Para mí escribir, así como leer, es sentir que el protagonismo y esa metamorfosis son mayores. Son trabajosas, pero muy completas y satisfactorias.
Tiene una parte de road movie literario por ese viaje a la Patagonia que usted realizó en 2019.
Tenía mucho protagonismo la geografía que iban a atravesar mis personajes y quería que su experiencia de internarse en la Patagonia fuera también parte de la trama y parte del estado emocional que iban adquiriendo a medida que conversaban. Me parecía interesante atravesarlo y tener yo la experiencia de internarme en la Patagonia y hacer el mismo viaje que ellos. Para los libros a veces no hace falta documentarse, basta con acudir a la memoria, pero para un viaje a la Patagonia pensé que sí. Me propuse hacer ese viaje de 5.000 kilómetros e ir tomando notas de audio con el móvil para saber qué iba pensando y qué iba especulando en relación de lo que veía, del frío y de la soledad que podían experimentar los personajes. Menos mal que lo hice en 2019, porque si no no lo hubiera podido hacer todavía. En Argentina aún avanzas 100 kilómetros y ya eres sospechoso de algo [ríe].
¿Para Federico es un viaje al pasado que había querido silenciar?
No sé si me lo planteé como una metáfora. Este tipo tiene que subir a sus hijos al auto contra su voluntad. Como es lógico, le van a preguntar por qué semejante locura. A veces uno solo dice la verdad o ciertas verdades bajo presión, cuando no tiene alternativa. Federico se pone a contar casi para justificarse frente a sus hijos. Necesita llegar al entierro porque fue importante para él, y lo fue por ciertos motivos. Si hubiera dependido de él, los hubiera dejado con su ex.
El fútbol es un tema de conversación cuando no hay tema de conversación.
Es otro de los buenos servicios que nos da el fútbol. En cuántos lugares en los que no me sentía del todo cómodo o integrado el fútbol fue un abrevadero donde ir con otros. Esa utilidad del fútbol la rescato muchísimo. Usted y yo no tenemos nada en común, no nos conocemos, no tenemos ni idea de la vida del otro, pero si nos gusta el fútbol ya podemos hablar. A su manera es lo que le pasa a Federico en la secundaria. Sale de su isla de soledad jugando al fútbol.
Vuelve a aparecer el fútbol en un libro suyo después de varios años.
El fútbol fue vital en el inicio de mi carrera de escritor. Para que Esperándolo a Tito fuera un libro, la difusión en radio de estos cuentos de fútbol fue esencial. Mi primera época como escritor estuvo muy marcada por el fútbol. A partir de ahí, siempre temo servirme del fútbol en demasía. Como esa persona que le saca demasiado jugo a una sola cosa o ese jugador que repite la misma jugada. En distintos momentos de mi carrera me he propuesto no abusar del fútbol. Tenía que moverme en otros territorios con otras temáticas. Por eso más de una vez me he alejado. Pero claro, alejarme demasiado me hacía no volver a algo que quiero mucho. Y en este momento de mi vida, en el que probablemente deje de jugar al fútbol en cualquier momento, me pareció importante volver una vez más. No sé si será la última, pero no quería privarme de esta posibilidad.
Elija la palabra de unión: libros de fútbol, libros sobre fútbol, libros con fútbol…
Con fútbol. Es como una excusa para hablar de otras cosas, con todos los riesgos que eso implica. Hay mucha gente que ama el fútbol, pero también hay mucha gente que lo detesta. Lo ve como algo carnavalesco y populachero. Poco elegante. Sé que tal vez haya gente que se niegue a acercarse a este libro en cuanto vea que tiene que ver con fútbol. Es un riesgo que vale la pena correr. Si logro que un lector al que no le gusta el fútbol disfrute de esta novela, verá que el fútbol es un montón de cosas al mismo tiempo.
“Cuando uno juega, lo bueno y lo malo que pase es responsabilidad propia. Con el equipo del que uno es hincha, se delega toda su autoestima en otros. Pero el sufrimiento es propio”
Se mantienen algunos prejuicios pese a la tradición que inauguraron en su país Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa.
Son personas muy importantes en ese rol de legitimar un campo literario. Tipos reconocidos y apreciados, valorados en el mundo cultural que también escribieron de fútbol porque les encantaba. Para todos los que vinimos después, encontramos un terreno mucho más amable para nuestra producción. También encontramos prejuicios, pero sin Soriano y Fontanarrosa en Argentina todo habría sido más duro.
Usted es hincha de Indepediente y el asesino de El secreto de sus ojos es de Racing.
Por motivos de guion tenía que ser de un equipo grande. Eliminamos a River y Boca porque sus jugadores son muy conocidos. Eliminamos a San Lorenzo por la ubicación del estadio donde iba a hacerse el rodaje y me quedaron Racing e Independiente. Y sinceramente no quería hacer a un asesino, violador y golpeador de mujeres hincha de mi club. Me resistí. Fue casi una medida defensiva, una forma de decir que los de Independiente jamás haríamos algo así. Cosa que es mentira. Hijos de puta hay en todos los equipos. Sé que muchos hinchas de Racing lo agradecen, porque les encanta ver sus colores y sus cánticos en la película.
Motorola, un relato suyo, habla del fútbol como adicción. ¿Lo es?
Sí. Y es una prisión también. Sobre todo si tu equipo lo pasa mal. Cuando uno juega, lo bueno y lo malo que pase es responsabilidad propia. Con el equipo del que uno es hincha, se delega toda su autoestima en otros. Pero el sufrimiento es propio. Es terrible, porque las facciones corren por cuenta de otro, pero el saldo emocional se lo lleva uno. Mucho más que los jugadores, estoy seguro. Es normal pensar ‘yo sería más feliz si esto no me atravesara’. De hecho hay un tweet mío de 2012 que sale siempre cuando a Independiente le va mal. Muchos usuarios lo rescatan. Dije algo así como: ‘Mi vida sería más fácil si no me importase tanto Independiente. Lástima que dejaría de ser mi vida’. ¿Sabes las veces que lo he pensado? Y por los retweets que tiene, creo que somos muchos los que lo pensamos [ríe].
¿Qué siente Sacheri cuando marca un gol?
En la pachanga entre amigos no vale gritar mucho un gol propio. Hay un código de honor que impide excederse en los abrazos porque para algo es una pachanga. Pero oh, qué sensación… Trato de hacer rápidamente la recopilación en la memoria de cómo ha sido para recordarlo todas las noches de la semana antes de dormir. Sobre todo si ha sido medianamente digno. Porque también los hay de los otros, y uno siente placer en ellos. Pero si el gol es medianamente producto de las órdenes que le hemos dado a nuestro cuerpo, tenemos recuerdos para toda la semana.
Federico disfruta cuando juega de portero pero no tiene equipo.
Sí. Es autobiográfico. En la adolescencia jugaba de portero, no porque me gustara, sino porque era bueno. A mí me gustaba de lo que jugué después, en el medio del campo, corriendo mucho y tratando de recuperar y distribuir el balón. Lo que mejor hacía en la adolescencia era ser portero, y prefería que mis amigos me apreciaran a disfrutar del fútbol. Era una herramienta estupenda: como era buen portero, tenía sitio. Y esta manera de jugar que teníamos de un equipo contra otro en medio campo y un solo arquero era estupenda. Podía lucirme y los goles que recibía los padecían algunos de los que estaban ahí, pero yo no. Era el mejor de los mundos.
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Fotografías cedidas por Alfaguara.