Aunque el reglamento de la Comisión Europea para atajar la contaminación ambiental por microplásticos se aprobó a finales de septiembre, una noticia publicada el domingo por El Confidencial y replicada por infinidad de medios hizo saltar todas las alarmas del cuñadismo futbolero: ¡Nos obligan a eliminar los campos de césped artificial! ¡Vamos a volver a los campos de tierra!
Es cierto que Ursula Von Der Leyen, presidenta de la Comisión, tiene cara de levantarse cada mañana pensando en cómo fastidiarnos, pero ni siquiera por su cabeza ha pasado la idea de hacernos volver a casa otra vez con las rodillas sangrando tras cada entrenamiento. Eso, igual que los pelotazos de Mikasa, son parte de nuestro traumático pasado.
Lo que pretende la Unión Europea es reducir en un 30% la contaminación por microplásticos antes de 2030. Cada año llegan a los mares y océanos unos ocho millones de residuos de este tipo, la mayoría de los cuales son tan contaminantes como a veces invisibles para el ojo humano. Y el césped artificial, que usa rellenos plásticos granulares para favorecer su consistencia, garantizar una buena absorción de los impactos y permitir que el balón ruede correctamente, es la mayor fuente de liberación de estos elementos. Por ello, Europa ha ido al tackle contra ellos.
Dado que la Unión Europea ha dado una moratoria de ocho años para proceder a la sustitución de los campos actuales, el drama no deja ser un poco artificial, como el césped
Pero ojo, no es que se prohíba tener césped artificial. Lo que se prohíbe es tenerlo con este sustrato de microplásticos, con lo cual habrá que emplear alternativas más respetuosas y saludables. Tiempo hay de sobra. Los expertos sitúan la vida útil del césped artificial entre los 8 y los 12 años antes de acabar totalmente dañado por el sol. Dado que la Unión Europea ha dado una moratoria de ocho años para proceder a la sustitución de los campos actuales, el drama no deja ser un poco artificial, como el césped. Cuando haya que cambiarlo, que ya tocará dentro de ese plazo en la gran mayoría de los más de 10.000 campos que hay en España, habrá que hacerlo adecuándolo a la nueva normativa.
Disponer de un campo de césped artificial es, sin duda, el bien más preciado para cualquier club modesto. Un lujo que en las últimas dos décadas se ha generalizado llegando a casi todos los rincones de nuestra geografía para dejar atrás la tierra y el rodillo de cal. Pero no solo en el fútbol modesto. En algunos casos, aunque escasos, la hierba sintética también ha sido protagonista en el fútbol profesional.
EXCEPCIONES EN LA ÉLITE
Actualmente, por exigencia de LaLiga y la RFEF, todos los campos de LaLiga EA Sports (1ª División), LaLiga Hypermotion (2ª División) y 1ª RFEF (3ª División) deben ser de césped natural, aunque en muchos casos se usa el híbrido, que combina hierba natural con un pequeño porcentaje artificial que ayuda a mejorar el arraigo y el aspecto general del verde. En la LigaF, por el contrario, tres de los 16 estadios en los que se disputan habitualmente partidos de la máxima categoría femenina son todavía de hierba sintética.
En la temporada 2006/07, sin embargo, el fútbol profesional español vivió una excepción con el ascenso a Segunda de la UD Vecindario. El conjunto grancanario, que jugaba en su estadio Municipal sobre césped artificial, vio como LaLiga le homologaba esa superfície para disputar allí sus partidos como local en su única campaña en la división de plata. Ahora ya no sería posible.
En otras ligas y torneos, sin embargo, sí lo es. Hace dos décadas, en 2003, la UEFA puso en marcha un proyecto piloto para testear el funcionamiento del césped artificial en varios estadios de distintas ligas profesionales de Europa y valorar darle su aprobación en las competiciones continentales. Los estadios elegidos, cuyos clubes recibieron una compensación de 195.000 euros anuales por hacer de conejillos de indias, fueron el Luzhniki (Moscú, Rusia), el actual Red Bull Arena (Salzburgo, Austria), Eyravallen (Örebro, Suecia), Polman Stadion (Almelo, Países Bajos), Denizli Atatürk (Denizli, Turquía) y el East End Park (Dunfermline, Escocia). En algunos casos, tras esa experiencia volvieron al césped natural. En otros casos, todavía lo mantienen, como el Heracles neerlandés o el Denizlispor turco. También el estadio Luzhniki de Moscú, que en 2007 llegó a acoger un decisivo Rusia-Inglaterra sobre esa superfície, pero que tuvo que volver al natural para la final de la Champions League de 2008 (que se lo digan a John Terry) o para albergar siete partidos del Mundial de 2018, incluida la final.
Lo que no vemos, lo que está por debajo del verde, tendrá que cambiar mucho en los próximos años. El césped artificial no desaparecerá, pero tendrá que dejar de darle patadas al medio ambiente
La Serie A vio hace algunas temporadas como el Cesena recibía a los grandes de Italia sobre el césped sintético del Dino Manuzzi, que todavía mantiene en la Serie C. También ocurrió en la Ligue 1 francesa con el Nancy en el Marcel Picot, o en la Champions con el Young Boys en el Wankdorf Stadion de Berna. Incluso a nivel de selecciones, con Kazajistán poniendo a prueba al más pintado en el césped sintético del Astana Arena.
Todo ello ha sido posible porque la hierba artificial ha evolucionado muchísimimo desde su estreno, allá por 1966, en el Houston Astrodome de Texas. Lo que vemos actualmente en muchos campos de nuestro entorno no tiene nada que ver con aquel AstroTurf o con el que dispuso el Queens Park Rangers de 1981 a 1988 en Loftus Road. Sin embargo, lo que no vemos, lo que está por debajo del verde, tendrá que cambiar, y también mucho, en los próximos años. El césped artificial no desaparecerá, pero tendrá que dejar de darle patadas al medio ambiente.
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