Las noches de Champions no son noches cualquiera. Se nota, se palpa en el ambiente que el aroma que se respira es distinto al de otras competiciones. El balón y sus estrellitas perfectamente estampadas sobre el cuero. Ese himno que consigue poner la piel de gallina al espectador más impasible. Hasta el césped parece más verde y reluciente. Todas esas sensaciones las viven de igual manera el aficionado que se sienta en la butaca más lejana al terreno de juego y cada futbolista que se vista de corto esa misma noche. “Soy ambicioso, quiero jugar en la Champions League, y ese es el objetivo con el Tottenham: empezar a clasificarse para la Champions League de manera constante”, aseguraba Gareth Bale en sus días defendiendo los colores del club londinense. Y es que quizá la máxima competición europea sea el mayor escaparate para demostrar al mundo las cualidades que uno esconde en sus pies; el escenario perfecto para dar un paso al frente y erigirse como una de las futuras estrellas del planeta futbolístico.
En esas se encontraba Gareth Bale cuando en la Champions League de la temporada 2010-11 se vio encuadrado en el mismo grupo que el Inter de Milán. Los Nerazzurri, recién campeones del triplete bajo el mandato de José Mourinho, eran los rivales a batir en cualquiera de las competiciones en las que se vieran involucrados. Por su parte, los Spurs se colaban en la Copa de Europa por primera vez desde la edición de 1961-62, en la que llegaron hasta las semifinales de la competición, eliminados por el Benfica del mítico Eusébio. En la tercera jornada del Grupo A, el Giuseppe Meazza recibía al Tottenham. Empatados a cuatro puntos en el casillero, el partido se presentaba vital para arrancar la segunda vuelta de la liguilla como líder en solitario. Y en esa fría noche de otoño, el 20 de octubre de 2010, la capital lombarda fue testigo del primer recital de un joven galés frente al mundo.
El Inter saltó al terreno de juego con Julio César en la portería; la defensa la componían Maicon, Lúcio, Walter Samuel y Chivu; en la medular, Javier Zanetti y Stankovic compartían el doble pivote y Biabiany, Sneijder y Coutinho conformaban la línea de tres mediapuntas; arriba, la responsabilidad del gol recaía sobre Eto’o. Harry Redknapp alineó a Heurelho Gomes bajo palos; Hutton, Gallas, Bassong y Assou-Ekotto formaban en la zaga; el doble pivote era para Huddlestone y Jenas, con Modric por delante y Lennon y Bale en los extremos; y Peter Crouch era la única referencia en la punta de ataque.
No había mejor escenario que ese, San Siro, ni rival más adecuado, el vigente campeón de la Champions, para presentarse ante el planeta balompédico como una de las futuras maravillas de este deporte
Ya en los primeros compases el partido se le puso todo muy negro al Tottenham. Gol de Javier Zanetti a los dos minutos de juego tras una precisa triangulación con Samuel Eto’o y Philippe Coutinho y expulsión directa del guardameta Heurelho Gomes, tras cometer un penalti sobre Biabiany antes de llegar a los diez minutos. Saltó al césped el suplente Carlo Cudicini en sustitución de Luka Modric -parecería una temeridad invitar al croata a sentarse en el banquillo de manera tan sencilla en la actualidad- y a los Spurs les tocaba nadar a contracorriente. Pero a cada minuto que pasaba, peor pinta tenía el temporal. Poco después de quedarse con diez hombres sobre el césped, llegó el tsunami arrollador de los pupilos de Rafa Benítez en forma de goles y un fútbol extrañamente vistoso.
Samuel Eto’o transformó el penalti y puso tierra de por medio en el electrónico. Y antes de cumplirse el primer cuarto de hora, Dejan Stankovic dejaba, a priori, visto para sentencia el encuentro tras trenzar una pared con Samuel Eto’o en el balcón del área y un posterior remate ajustado a la cepa del poste. El Inter se sentía cómodo sobre el césped. Se instaló en campo del Tottenham, dominando el balón y marcando los tempos del encuentro a su antojo. Los ingleses, por su parte, sobrevivían como podían al continuo ataque posicional nerazurro, buscando, de alguna manera, salir de ahí gracias a la velocidad de sus hombres de banda, pero sin éxito. De hecho, acabó cayendo el cuarto antes de llegar al descanso cuando Coutinho filtró un pase al espacio para Samuel Eto’o, que, con la puntera -recurso del camerunés por excelencia-, superó a Cudicini para poner aún más complicada la remontada al Tottenham.
El primer tiempo fue todo un recital de dos hombres vestidos de negro y azul: Eto’o y Coutinho. El primero, decisivo como siempre ante la portería rival; el segundo, por su capacidad de desarbolar el flanco diestro de la defensa londinense una y otra vez con el estilo que aún se le reconoce repartiendo destellos alegres y vistosos en cada oportunidad en la que recibía el cuero. Probablemente hubieran sido el centro de todas las miradas al día siguiente si la segunda parte hubiera cobrado los mismos tintes que la primera. El problema para los dos futbolistas del Inter fue la aparición en escena de Gareth Bale.
Arrancaba el segundo tiempo sin mucha historia que contar. Pero, de repente, a un jovenzuelo de Cardiff se le ocurrió que no había mejor escenario que ese, San Siro -no está nada mal-, ni rival más adecuado, el vigente campeón de la Champions League, para presentarse ante el planeta balompédico como una de las futuras maravillas de este deporte. Ya hacía un tiempo que se le había quedado corto el lateral. El ‘3’ que llevaba a la espalda pronto mutaría en un ’11’ más apropiado para el futbolista en ciernes que se veía venir. Fue su primer aviso al mundo de que eso de ser un simple lateral con llegada no le era suficiente. Quería más. Éxito, reconocimiento, premios. Y desde la línea defensiva nunca podría soñar con todo aquello. Avanzó su posición y estalló la mejor versión del galés.
Todos quedaron perplejos ante las carreras salvajes de un Gareth Bale que había sido todo un quebradero de cabeza para tipos de la categoría de Javier Zanetti y Maicon
Con la misma propuesta, pero con un juego más plano y sosegado -entendible dadas las circunstancias del marcador-, el Inter seguía ocupando territorio enemigo, aunque el Tottenham, liderado por Bale, ya no se sentía tan incómodo en esa tesitura. El extremo galés oxigenaba a los Spurs con sus peligrosas y constantes incursiones por la banda zurda mientras Maicon, considerado en aquella época uno de los mejores laterales diestros del mundo, hacía aguas en cada ocasión que el ’3’ de los ingleses enfilaba directo hacia la portería de Julio César. Y en una de esas excursiones del galés llegó el primer tanto del Tottenham. Sneijder perdió el balón en la frontal, buscaron rápido a Bale y este, sin importarle el panorama, los metros de distancia, ni el rival que tenía por delante, inició una carrera atlética para dejar sentado a Maicon con un autopase y finalizar con un tiro potente y cruzado, imparable para el meta del Inter.
El partido se ponía 4-1 cuando aún faltaban 40 minutos para llegar al fin del tiempo reglamentario y así continuó hasta poco antes de que el cuarto árbitro mostrara el cartelón para anunciar los dos minutos de tiempo añadido. Entre Gareth Bale y Jermaine Jenas aprovecharon un error en la salida del balón del Inter y, con una carrera similar a la que había subido el primer gol al marcador para el Tottenham, el galés se plantaba de nuevo en el vértice del área para cruzarla al palo largo de la portería neroazzurra. Un minuto después, tras otra nefasta salida desde atrás del Inter, Aaron Lennon se inventaba un eslalon perfecto penetrando la defensa italiana por el flanco diestro para que, una vez más, Gareth Bale disparase al poste opuesto sin que Julio César pudiera hacer más que mirar cómo el balón se colaba en su portería. Así concluyó el encuentro. El 4-3 dejaba al Inter como primero de grupo en el ecuador de la liguilla, aunque sería el Tottenham quien accedería a los octavos de final como líder del grupo A.
Al día siguiente nadie hablaba del atropello que habían sufrido los futbolistas de Harry Rednapp en el primer tiempo. Pocas palabras se dirigieron hacia un joven brasileño de pelo rizado que había vuelto locos a los ingleses y, realmente, nada importaba el resultado. Todos quedaron perplejos ante las carreras salvajes de un Gareth Bale que había sido todo un quebradero de cabeza para tipos de la categoría de Javier Zanetti y Maicon. Para el Inter todo acabó en un susto; para Gareth Bale fue el primer paso para abandonar la etiqueta de lateral con recorrido y convertirse definitivamente en un extremo demoledor.