Por primera vez, lo que siento por mi padre no es reproche, ni agradecimiento, sino un “De nada, papá” que me emociona, que nivela la balanza, y nos descubre como dos personas que se tratan como iguales.
La camiseta le iba grande, sus pectorales eran fantasmales, sus piernas parecían cerillas y sus hombros el cuadro de una bicicleta. Le apodaban 'el Flaco'.