Texto de IVÁN PASTOR
Faltan algo menos de 44 horas para el gran partido. Mustafa, el entrenador, ordena sentarse a sus chicos en unas sillas de plástico frente a él. Es una final y la motivación es fundamental. Una vez finalizada la charla, los jugadores esperan hasta que el tesorero del club llega con unos sobres. Yaseem, Ito, Fadi, Sholie… Uno a uno los van abriendo. Khaled muestra airosamente su enfado y refunfuña con los brazos cruzados. No ha recibido por adelantado la parte del salario que consideraba justa.
Tristemente, en Palestina el fútbol refleja los vaivenes de la vida diaria condicionada por la ocupación israelí. Los jugadores puede que cobren…. o puede que no; el bus del equipo puede llegar al estadio rival dos horas antes para entrenar…. o un checkpoint los puede retener durante horas; un entrenamiento puede tener de invitado sorpresa una granada de humo lanzada desde fuera del estadio o tu jugador franquicia puede pasarse un mes en la cárcel por no disponer de su identificación al salir de Jerusalén Este.
En Tulkarem, una ciudad al norte de Cisjordania, el Thagafi y el Markaz se disputan la hegemonía futbolística con una clara ventaja hacia los primeros, pero en lo que respecta a la masa social el Markaz es el claro vencedor. Es el equipo del campo de refugiados de la ciudad, —donde se alojaron aquellos palestinos que echaron de sus casas en el 48 y de las que algunas familias todavía conservan la llave— pero son seguidos en toda la zona.
A menos de 17 horas para el último partido de liga, donde solo una victoria frente a su afición supone el ascenso a Primera División, la cafetería de la sede social del club se va vaciando. El día ha sido ajetreado con muchos aficionados preparando la animación del día siguiente y los jugadores relajándose en el billar. Para Mahmoud, uno de los líderes de la afición, el viernes es uno de los días más importantes del año y se queda a dormir en los sofás de la cafetería. Varios aficionados más se quedan, y los acompaña Nuur, el destacado defensa central del equipo, que también pasa la noche fuera de su casa en un colchón junto al resto.
Al día siguiente, el campo, de unos 4.000 espectadores, está lleno, e incluso centenares de personas copan los edificios colindantes para ver el partido desde la altura. Sin embargo, varias jornadas atrás, cuando parecía que el equipo no iba a conseguir el objetivo, el estadio Jamal Gneem —en memoria de un joven asesinado por la policía israelí cuando iba a lanzar un córner en un partido en ese mismo campo— superaba por poco la mitad del aforo. Optimismo y pesimismo, alegrías y tristezas, pasión y decepción. Es fútbol y es Palestina.
Lejos de los grandes focos, el fútbol es también una vía de escape en donde la represión está tan asimilada que las historias trágicas se convierten en cotidianas. Es por ello que dos periodistas y un fotógrafo hemos decidido dedicar un tiempo a narrar la vida del Markaz Tulkarem: ir en el bus a los desplazamientos, conocer sus otros trabajos aparte del fútbol, narrar sus historias y sobre todo la vida diaria de un campo de refugiados palestino. Para poder plasmarlo en un libro y una exposición fotográfica, hemos iniciado una campaña de crowdfunding en Goteo. Aquí puedes colaborar. ¡Ayúdanos a hacerlo posible!