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Endiosados u olvidados

No corren buenos tiempos para los segundos equipos del Barcelona y del Real Madrid. El talento amenaza con estancarse, y ambos clubes prefieren buscar fuera

Endiosado. La primera vez que reparé en el término me vino a la cabeza alguno de esos pastores evangélicos que, tras aparecérseles una mañana el mismísimo Señor en el cuarto de baño, se veían con la obligación de renunciar a sus tareas para dedicar su vida a trasmitir la voluntad divina entre las gentes. Luego, un poco ya más sofocado de mi arrebato clerical, me trasladé hasta la selva amazónica, en alguno de esos pequeños poblados indígenas en los que un chamán se sube al cielo con el humo de su pipa para luego bajar con el rostro afligido, insinuando el fin de los tiempos. También recordé un fotograma: pensé en la pequeña Linda Blair y en su papel en El Exorcista, con esa fuerza satánica que le corroe a ella por el cerebro y a ti, al verla, por toda la espina dorsal.

Después de esa absoluta pérdida de tiempo, por fin, me decidí a consultar la RAE: endiosar, esto es, elevar a alguien a la divinidad. Pues eso, lo que yo decía.

Esta no parece ser época para estar en el filial de un grande. Mientras tanto, los ‘mayores’ de Barça y Real Madrid siguen tirándose de los pelos por el título de Liga, sin hacer demasiado caso a los crujidos que llegan desde el piso de abajo

“Vinyals –tras ser destituido Eusebio- ha intentado recuperar la unidad de un grupo juvenil disperso y endiosado con sesiones de vídeo y una clase de coaching”, leí el otro día en un medio de comunicación. Ese fue el origen de mi parábola absurda. Y esa frase, aparte de dejarme claro que sigo teniendo menos vocabulario que la Esteban, me puso en contexto respecto a un tema que este año está llamando mucho la atención: el Barcelona B se marchita al fondo de la clasificación de Segunda, después de cuatro temporadas y pico en las que lo normal era verle ganar con estilo en los campos más escarpados de la categoría. El grupo, una vez más, prometía. Pero un entrenador caído, un puñado de derrotas de bulto y un vestuario en el que sobra ego y falta predisposición (pese a que su jugador de más edad, el capitán Sergio Juste, solo tiene 23 añitos), son tres argumentos demasiado pesados como para deslegitimizar a aquellos que resumen la temporada del filial azulgrana con un calificativo trágico.

Mientras en el Camp Nou cruzan los dedos por el liderato y se felicitan porque a Messi sigue sin darle la gana bajar a la Tierra, Suárez se besa los dedos con frecuencia y Piqué ha dejado de ser ‘el novio de Shakira’ para volver a ser Piqué, sin aditivos, las cuatro almas caritativas que aún acuden al Mini Estadi se desesperan ante la falta de actitud y de resultados del segundo equipo. Los culés no necesitan recular mucho en el tiempo para recordar épocas en las que durante las crisis del equipo los nervios se templaban mirando hacia abajo, observando qué ambición mostraban los chavales de la cantera. Pero hoy las tornas han cambiado, y cuando el club hunde la mano en el trasfondo de su armario, solo palpa dudas, escasez de disciplina y la calorina que produce el talento cuando empieza a chamuscarse antes de tiempo. Ya no se asoman ni siquiera desde el interior del pozo Puyoles, Gabris o Oleguers, tipos que quizás nunca consiguieron ir de portería a portería dándole toques a un balón con la oreja, pero que sin embargo suplían su falta de espectacularidad técnica con el sudor que ofrece aquel que está dispuesto a comerse el mundo. Ahora la magia abunda, hay un futuro Iniesta o un clon de Neymar en cada rincón de la Ciudad Deportiva Joan Gamper, pero se echa en falta la personalidad que ayude a encauzar todo ese potencial.

Los jugadores del ‘B’, más que sentirse en el último escalón de su proceso formativo, creen encontrarse en una etapa de tránsito, a la espera de colarse en el primer equipo o de marcharse cedidos. Aguardan inquietos y repostados sobre el colchón que tejen los abundantes ceros del contrato que ya tienen pactado desde juveniles. Cartel para encontrarse puertas abiertas en el día de mañana no les falta, pues para eso están sus agentes, personal de olfato fino, que ya han ejercido sus presiones y les guardan una silla calentita en alguna parte, por si las moscas. Algunos de ellos –como Munir, Adama o Halilovic– incluso tienen asegurada ficha del primer equipo para la temporada que viene. En esas circunstancias, el poder hacerse una idea de un futuro benevolente acaba provocando que se aprieten menos los dientes en los entrenamientos.

Si a todos estos condicionantes le sumas la conocida sanción que la FIFA impuso al Barcelona por haber incumplido en reiteradas ocasiones el Reglamento y Estatuto de Transferencia de Jugadores menores de edad, entiendes que los expertos hablen hoy de uno de los momentos más críticos de la historia de las categorías inferiores del club. Una crisis de identidad que acaba convirtiéndose también en una desagradable paradoja, puesto que este verano, ante el impedimento de fichar, el Barça necesitará más que nunca echar mano de sus jóvenes. Cuándo más se les requiere, menos preparados parecen estar.

EXÁMENES O ASISTENCIAS

La productividad de los filiales está en entredicho. Al menos en el seno de los grandes equipos de España, que con ello tienen la excusa perfecta para seguir sacando sus chequeras a pasear. En Madrid tampoco han sido capaces de capear el temporal reciente. El descenso del Castilla se consumó el curso pasado; cuando ya parecía enterrado en Valdebebas el cachetón que le propinó en su día Mourinho al pobre Toril, llegó el bache deportivo y el equipo se despidió de la división de plata con el fastidioso honor de ser el conjunto que más partidos había perdido a lo largo de la temporada. Hoy transita en el Grupo II de la Segunda División B, luchando para huir de la zozobra por la vía rápida. De momento es quinto, a tres puntos de la zona de playoff de ascenso. Quedan cinco partidos para el final del torneo regular.

odegaard
Odegaard prepara su salto al primer equipo jugando con el Castilla

Pero más allá del apartado matemático, que tampoco es tan desolador, el Castilla tampoco ha conseguido evitar el ruido mediático de los juzgados en su particular proceso de redención. Quién no lo ha hecho, propiamente, ha sido Zinedine Zidane, sancionado a principios de curso por la Federación Española por estar ocupando el cargo de entrenador sin la titulación requerida. El TAD acabó aceptando el recurso interpuesto por el Real Madrid en su defensa, y el francés salió ileso del traspié, pero ni tan siquiera eso pudo cambiar el hecho de que durante unos cuantos meses se hablara más de ‘Zizou’ y de sus exámenes que de Marcos Llorente y sus asistencias de gol.

El caso de la factoría ‘merengue’, sin embargo, se aleja en algunos puntos de la que vive su rival en la Ciudad Condal. Desconocemos si sus integrantes padecen de endiosamiento, pero lo que sí que sabemos es que hay menos números de que así sea. Es difícil que varios jugadores del Castilla puedan verse a corto plazo subiendo en bloque hasta el césped del Bernabéu, como en su día hicieron Butragueño y su quinta. Se debe a una cuestión de espacio. Florentino Pérez lleva algunos años invirtiendo tiempo y recursos en construir el núcleo joven del primer equipo, pero en vez de buscar entre sus cajones, ha decidido hacerlo en los de otros, para así acabar dando la bienvenida a perlas como Varane, Isco, Lucas Silva, Odegaard o Danilo. Talento fresco, pero costoso y foráneo, que acaba reduciendo todavía más las opciones de aquellos que llevan más tiempo en las inferiores de la entidad.

Endiosados u olvidados, lo cierto es que ésta no parece ser época para estar en el filial de un grande. Mientras tanto, los ‘mayores’ de Barcelona y Real Madrid siguen tirándose de los pelos por el título de Liga, sin hacer demasiado caso a los crujidos que llegan desde el piso de abajo.