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Un balón en la bahía de Montevideo

Pocos equipos en el mundo poseen la magia de Rampla Juniors. Una mística que rodea al club desde hace más de 100 años y aún perdura

Uruguay jamás le perdió el sentido a la vida. Ha mantenido una esencia que perdura pese a ser una difícil tarea. Su labor es algo parecida a la de querer imponer el cine mudo en la gran pantalla. Es por eso que a uno le sale una sonrisa tonta al ver fútbol uruguayo, así es como debería ser. Un césped irregular, gradas sin calefacción y veintidós protagonistas peleando cada pelota. Ya está, el puro juego. Todo se resumen en su tesón, y en contrapunto ver al Chino Recoba metiendo una falta rozando los cuarenta años. Ese contraste es mágico, podemos pasar de un balón dividido a la mayor de las delicadezas técnicas. En Uruguay cuando hablan de fútbol lo hacen sobre un juego, no de un negocio. Allí no estarán los mejores futbolistas del mundo, incluso tampoco las estrellas uruguayas, pero ellos tienen el recreo. Otros países tendrán mejores infraestructuras, pero Uruguay es el alma. Se trata de un recuerdo del pasado, de aquellos días jugando con la pelota en el colegio. Estabais tú, ella, amigos y los días eternos. Cuando yo veo fútbol uruguayo regreso a mis mejores recuerdos. Que nadie les quite eso, por favor. 

Misticismo en el Estadio Olímpico de Montevideo

Villa del Cerro es uno de los barrios de Montevideo, situado en la zona suroeste de la ciudad. Antaño fue el cobijo de muchos inmigrantes. En sus inicios no estaba anexionada a la capital, era un pueblo. Conforme creció la gran urbe ambas se unieron. Ha sido una zona donde proliferaban los saladeros, una industria que daba de comer a muchas familias. Con el paso de los años, la industria saladera dio entrada a la frigorífica. Se construyeron más viviendas para albergar a tanto trabajador, y la comunidad de Villa del Cerro creció. De una forma u otra sus habitantes vivían del negocio de la carne. Es por eso que todavía hoy mantienen esa esencia autosuficiente, de poblado alejado de Montevideo. Sienten el barrio como algo propio, una identidad inherente. Al otro lado del Río de la Plata está el Estadio Olímpico de Montevideo. Uno de esos estadios mágicos, no le hace falta tener unas altas tribunas para ser de los más especiales del planeta. Posee una capacidad para 6.000 espectadores y esto se debe a que no hay asientos alrededor del césped. Es imposible aumentar su afluencia pues una de las bandas da a la bahía. Infinidad de balones habrán caído allí, imaginad si llega a vestir la camiseta de Rampla Juniors el bueno de Roy Keane.

Rampla2Como ocurre en Ipurua (Eibar) usted también puede ver un encuentro de Rampla sin estar en el estadio. Fútbol gratis. En este caso no lo podrá observar a través de alguna vivienda colindante, pero sí desde un barco. La leyenda del club charrúa eso dice, que desde los buques mercantes los marineros observaban los partidos. Incluso no me extrañaría que los balones llegaran a sus manos tras un despeje de la zaga. Imagino la escena y resulta maravillosa.

El tercer grande de Uruguay

Rampla Juniors tiene más de cien años a sus espaldas, y una de las hinchadas más fieles y numerosas. Mantiene el estatus de ser el tercer club más importante de Uruguay. Este hecho es curioso, ya que tan solo han ganado un título liguero en su larga historia. Lo logró en 1927 y desde entonces no ha vuelto a hacerlo, aunque sí posee varios subcampeonatos. Incluso la temporada pasada estaban jugando en segunda división. El nombre es originario de una calle, y sus colores (verde y rojo) según la leyenda provienen de un barco que llevaba esa misma tonalidad. En una gira por Europa, durante los años cincuenta, jugó ante el Valencia. El equipo de Cerro es conocido como los “Picapiedras”. Este apodo se debe a que sustituyeron las gradas de madera por las de hormigón. Los asientos de madera debían tener gran éxito, pero su capacidad era mínima. Entonces se pusieron a picar piedras para construir sus gradas. Rampla Juniors es pura mística. Comparten barrio con otro club importante: Club Atlético Cerro. Y de ahí nace el denominado Clásico de la Villa. Su rivalidad es máxima, hace de este duelo el segundo enfrentamiento más importante del país después del clásico Peñarol-Nacional.

La esencia de clubes así no debería quedar en el olvido. De hecho, estaría bien que muchos aficionados supieran de su existencia pues este es el ejemplo del auténtico deporte. Toda la espiritualidad que rodea a Rampla Juniors nos hace recordar su valor incalculable. La historia que le envuelve, los balones flotando en la bahía de Montevideo y una fiel hinchada. Existen clubes que pretenden ser potencias mundiales desde cero, casi desde la nada. No tienen relatos fruto del boca a boca de sus aficionados y prácticamente compran títulos. Y sí, a día de hoy casi todo tiene un precio. Excepto este tipo de relatos fruto de los años y de una identidad de la que Rampla Juniors se siente orgulloso.