PUBLICIDAD

Dos equipos y un destino

Eibar, Elche y la cara y la cruz del fútbol. Este es el relato que se desprende de dos equipos que desde que se cruzaron no han vuelto a ser los mismos

“Arreglar los problemas económicos es fácil. Lo único que se necesita es dinero”, Woody Allen

 

El dinero no da la felicidad, pero casi. Antoine Batiste, el protagonista de Treme, ama el jazz por encima de todas las cosas, pero justo antes de empezar a tocar su trombón, siempre repite la misma frase: “Tocad por la pasta, chicos”. El dinero no da la felicidad, pero sí seguridad. En el fútbol, que se le parece y mucho a la vida, sucede algo parecido.

El Elche y el Eibar son hoy dos amigos que se reencuentran y se ponen al día. Se despidieron hace dos años, cuando parecía que uno se quedaba y el otro se iba, pero al final fue uno el que se fue y otro el que se quedó. El Eibar ahora es un joven apuesto, afeitado, con pantalones de lino y camisa color futuro. Al Elche, con una joroba pronunciada, le ha crecido la frente tanto como la barriga, encerrada en una camisa de cuadros que desentona con el pantalón de camuflaje de otra época. Lo único que conjunta en su cuerpo es la barba y la expresión, ambas descuidadas hace ya muchos años.

 

Elche y Eibar se juzgan hoy por lo que tienen y, sobre todo, por lo que no tienen

 

Si miraran al pasado, Elche y Eibar no creerían al presente. El desenlace de la temporada 2014/2015 fue plácidamente trágico o trágicamente plácido. Los que por aquella época eran de Escribá, hoy en el Villarreal, certificaron su permanencia en la jornada 35. En la última fecha fueron espectadores de lujo de la desesperación del Eibar. Garitano, denostado hace unos meses en Coruña, se jugó la permanencia en la última cita, como el alumno que deja el estudio para la última noche. El Eibar aprobó pero el profesor, o el descenso, le castigó. Los de Ipurúa hicieron su tarea y vencieron al Córdoba,  pero el Granada empató ante el Atlético y el Deportivo rascó un punto en el Camp Nou que desató la ira de los armeros.

Pero en el camino de Elche y Eibar se cruzó Lovecraft y dijo aquello de “lo que ha emergido puede hundirse y lo que se ha hundido puede emerger”. Apareció el poderoso caballero, que ya no se sabe si es don dinero o Montoro, y cambió el destino para ambos. El Elche, 13º por méritos sobre el campo, sufrió un descenso en los despachos por no pagar a tiempo a Hacienda. Dicen que fue un descenso pero pareció un desahucio. El Eibar, 18º, se amarró a Primera.

El descenso del Eibar fue como cuando en sueños tiene uno la sensación de haberse caído y despierta. En Ipurúa no cambió nada y por tanto cambió todo. Llegó un nuevo entrenador, porque Garitano dimitió el día del protodescenso en la última jornada. En sus dos años en el banquillo armero, Mendilibar ha copiado a Garitano en la primera vuelta pero no ha desfallecido nunca en la segunda. Salvado a falta de tres jornadas en la primera temporada y décimo clasificado en esta, el Eibar es un equipo seguro, agradecido de haber visto la luz del túnel y volver en vida.

La primera temporada del Elche en Segunda División pareció mala hasta que ha acabado esta. De la tierra de nadie en la 15/16, a siete puntos del playoff de ascenso, los ilicitanos han caído a la crueldad de la Segunda B, donde en los campos, más que césped, parece que haya minas. Ni tan siquiera ha podido abandonar su suerte a la última jornada, cuando se multiplican los panes, los peces y las alegrías. A mitad de temporada pareció incluso que el Elche miraba más al cielo que al infierno, pero la Segunda División es bipolar. Una semana te invita a que te pongas el traje por un posible ascenso, y en dos partidos sin ganar ya aprieta la corata. No dos, sino ocho partidos sin vencer son los que han condenado al Elche al fútbol no profesional 18 años después.

Elche y Eibar se juzgan hoy por lo que tienen y, sobre todo, por lo que no tienen. Uno rebusca en su bolsillo por si consigue juntar las monedas suficientes para la cerveza más barata del supermercado y, por qué no, probar suerte en las tragaperras. El otro valora su nuevo estatus para elegir destino de sus vacaciones. Pero no conviene derrochar. El dinero no da la felicidad, pero sí la permanencia.