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De la Copa de Europa a la Champions: 4 diferencias

Esta Champions acabará con la final número 25 de su historia. Tras un cuarto de siglo, ¿qué ha cambiado respecto a la vieja Copa de Europa?

MÁTALOS SUAVEMENTE

Si tienen razón los que profetizan que se avecina una nueva gran revolución en el fútbol europeo de clubes, quizás estemos asistiendo al ocaso de la fase de grupos de la Liga de Campeones tal y como hoy la conocemos. Pero sea cual sea el formato que nos traiga el futuro, parece obvio que la llamada ‘liguilla’ no desaparecerá. Es más, todo hace indicar que se intensificará su presencia, pues una de las claves deportivas más evidentes del éxito comercial del formato Champions es precisamente esa fase de grupos. Se trata de una fórmula que ha conseguido asegurar al espectador global y a las televisiones al menos seis partidos de los grandes clubes europeos, y además hacerlo con la seguridad de que muy mal se les tiene que dar esa ronda inicial para que no logren, al menos la mayoría de ellos, el pase a los octavos, momento en el que la Champions se reencuentra con su madre, la Copa de Europa. En el antiguo formato, con enfrentamientos directos y eliminatorias a tumba abierta desde el primer día, quizás había más emoción, pero había que pagar el peaje de la incertidumbre. La UEFA –y sus intereses comerciales agregados– quiso aumentar su control sobre lo que ocurría en su competición estrella. Lo consiguió.

LIGA DE COEFICIENTES

Cosas de la vida: tuvimos que esperar a que la Copa de Europa se llamara Liga de Campeones para que empezaran aflorar en el máximo torneo continental equipos que no eran campeones de sus ligas. El fútbol moderno es casi tan complicado de entender como propia la vida moderna. Paradojas lingüísticas a parte, una de las grandes diferencias entre la vieja y la nueva orejuda es precisamente esta: ya no se enfrentan campeones contra campeones, ahora compiten coeficientes contra coeficientes. La mayor presencia de equipos procedentes de las ligas más potentes del continente ha hecho que los territorios con ligas pertenecientes al segundo o tercer escalón cualitativo tengan más dificultades para ver a sus equipos competir en las últimas rondas. La democratización que ha supuesto la entrada de clubes de potencias futbolísticas menores a la fase de grupos no ha hecho que el nivel se haya igualado por debajo. En la última década de la Copa de Europa (1983-1992), hasta 17 países se vieron representados en las semifinales de la competición. En la última década de la Liga de Campeones (2007-2016) solo han sido 5. Y en cuanto a variedad de clubes, la diferencia también es clara: en ese último periodo de Copa de Europa, 27 clubes estuvieron entre los cuatro mejores; en la última década, en cambio, son solo 15 los que han alcanzado esa cota.

 

En la última década de la Copa de Europa (1983-1992), hasta 17 países se vieron representados en las semifinales de la competición. En la última década de la Liga de Campeones (2007-2016) solo han sido 5

¿QUÉ FUE DE LAS AVENTURAS EUROPEAS?

Cuesta precisar si la Champions League ha sido causa o consecuencia en el proceso de uniformización del fútbol europeo. Pero mientras reflexionamos sobre el huevo y la gallina, dicho proceso ya está casi completado: hoy, jugar un martes o un miércoles fuera de tus fronteras ha dejado de ser una aventura exótica para convertirse en un reto homologable a los que se suceden los fines de semana. Es más, para clubes como Barcelona, Real Madrid o Atlético jugar en Gelsenkirchen, Mánchester o Atenas es una experiencia menos sorprendente, menos pintoresca, que hacerlo en Ipurúa o El Sadar –por citar dos estadios que se resisten a abandonar la esencia de un fútbol ya olvidado. Internet, Ryanair, las series en VOSE el mismo día del estreno, y la Champions. La globalización ya no es ni una promesa ni una amenaza. Ni siquiera es noticia. Es el presente.

En los tiempos de la Copa de Europa, competir en el extranjero significaba aventura: jugadores desconocidos, aficiones hostiles que enrarecían el ambiente, y barro. A veces había mucho barro. Quizás nuestra memoria analógica, empeñada en volvernos conservadores y románticos, nos obliga a idealizar lo que significaba un miércoles de Copa de Europa. Días en los que no hacía falta cruzar el muro para acceder a una dimensión desconocida. Hasta Inglaterra tenía aspecto de territorio inexplorado; esa liga inglesa que hoy es un producto moderno y bien acabado que sabe cómo hacernos sentir culturalmente ligados a él. No, viajar al extranjero ya no es lo que era. ¿Alguien se acuerda de aquello del ‘infierno griego’? Hoy, todos los nuevos estadios de la Europa occidental se parecen entre sí, el césped sobrevive por igual en la variada gradación de climas que atraviesa el continente y jugar en casa o hacerlo fuera cada vez son experiencias más parecidas.

LA ERA DE LA UNIFORMIDAD

Aston Villa, Celtic, Feyenoord, Ajax, Steaua de Bucarest… ¿Qué tienen estos nombres en común? Son los de algunos campeones de la Copa de Europa que pueden admitir sin miedo a equivocarse que la posibilidad de repetir su éxito en la actual Champions League es casi una utopía. Ante esa menor incertidumbre a la hora de dilucidar al campeón que nos ha traído el nuevo formato, uno se apresuraría a echarle toda la culpa a la propia Liga de Campeones. No sería justo. Solo es un instrumento más de los que alimentan y a la vez consumen al fútbol de su tiempo, un deporte en el que las diferencias entre la aristocracia y la clase media/alta se ensanchan año tras año. La revolución de la ley Bosman, encendida hace más de 20 años, prendió la mecha. Luego, el fuego se expandió: en la última década de la historia de la Copa de Europa (1983-1992), nueve equipos distintos (solo repitió el Milan) lograron levantar la orejuda. En los últimos diez de la Champions (2007-2016), en cambio, han sido siete los que lo han conseguido. No parece justo atribuir este descenso de la variedad de campeones al simple cambio de formato, sobre todo si tenemos en cuenta que en décadas anteriores, quizás las de máximo esplendor romántico de la vieja Copa de Europa, no era raro que una o dos dinastías se llevaran varios títulos seguidos -en los 70 solo hubo cuatro campeones distintos (Feyenoord, Ajax, Bayern, Liverpool y Nottingham Forest).

 

Desde que se creó la Champions League solo las ligas española (9), italiana (5), inglesa (4) y alemana (3) han repetido título. Las migas se las reparten franceses, portugueses y holandeses, con un triunfo cada uno

 

Pero que sí que ha variado en gran medida, y aquí radica la gran diferencia entre una era y otra competición, es en la nacionalidad de los vencedores: desde que se creó la Champions League solo las ligas española (9), italiana (5), inglesa (4) y alemana (3) han repetido título. Las migas se las reparten franceses, portugueses y holandeses, con un triunfo cada uno. Es un coto cerrado entre países privilegiados: ninguna otra nacionalidad se ha colado entre ellos, ni siquiera como finalista. Ni rastro de campeones escoceses, serbios o rumanos, como en la etapa anterior, y nada de finalistas griegos, suecos o belgas. A medida que el fútbol continental se uniformiza, las sorpresas son cada vez más difíciles de ver: en la era Champions (1993-2016), solo Dortmund (1997), Valencia (2000), Leverkusen (2002), Mónaco (2004), Arsenal (2006) y Chelsea (2008) –históricos en sus respectivas ligas– pueden decir que accedieron a una final por primera vez en la vida. En el mismo periodo, pero de Copa de Europa (24 finales, 1969-1992) vimos hasta 20 nuevos finalistas. Cierto, con el paso del tiempo, más difícil resulta ver a debutantes. Pero es que de esos 22 nuevos finalistas que se vieron en los últimos 24 años de Copa de Europa, 11 nunca más volvieron a repetir. Y difícilmente lo harán. Sin carnet, no pasas.