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Partidos por la mitad

El Zenit de San Petersburgo lleva al extremo la última receta rusa para equipararse a la élite del fútbol: juntar el producto nacional con el talento foráneo

Tras la caída del Muro de Berlín, se nubló el cielo en la Unión Soviética. También el que cubría sus campos de fútbol. Los mejores jugadores del país, al igual que pasó en muchos otros rincones de la Europa Oriental, vieron en ese derrumbe histórico una oportunidad única para dar el salto al ‘otro’ mundo y así comprobar qué tal sabían las mieles occidentales. Ha llovido desde entonces; tanto, que a la URSS ya solo se la conjuga en pasado. 25 años son mucho y no son nada. Durante todo este tiempo, a la Premier League rusa (PLR), que surgiría en 1992 tras la desaparición de la liga soviética, le han faltado temporadas para conseguir que se le considere una más entre las mejores competiciones del viejo continente, pero sí que ha padecido bastantes cambios. Avances hacia la reconstrucción. Las fuertes inversiones de capital, público y privado, han abanderado la búsqueda del esplendor perdido. Y así, rublo a rublo, la Rusia futbolística ha conseguido situarse hoy a solo un ‘casi’ de darle la vuelta completa al calcetín.

El mejor ejemplo de esta transformación es el cambio de tendencia que se observa en el capítulo de las migraciones del torneo. La última expedición rusa que abandonó sus tierras –liderada por Arshavin, Pavlyuchenko y Pogrebnyak– no respondió a las expectativas que había levantado tras la Eurocopa de 2008. Algunos, como los dos primeros, decidieron incluso volver con los bolsillos vacíos al punto de partida. A partir de ese último precedente, en la actualidad lo extraño es que alguno de los mejores futbolistas nacionales anuncie su marcha de la PLR.

Capello dejó claras sus intenciones de apostar por el talento local ruso en el pasado Mundial de Brasil, para el que compuso una selección en la que tan solo figuraban futbolistas que competían en la PLR

En lo que respecta a las contrataciones de extranjeros, en cambio, el tráfico es ahora mucho más fluido que hace una década. Empezaron siendo cuatro vacas sagradas mal contadas. Luego llegó algún que otro jugador con renombre. Y finalmente se asentó una política de fichajes en el país que, pese a que sigue sin poder adjudicarse ningún bombazo total de mercado, ha sido capaz de cautivar a varias estrellas planetarias que tendrían cabida en cualquier grande de España o de Inglaterra.

El Zenit lleva desde el 2008 (año en el que levantó la antigua Copa de la UEFA tras derrotar al Rangers en Manchester) representando como pocos ese nuevo paradigma del futbol ruso. Compra al exterior y conservación del patrimonio propio. Garay, Criscito, Lombaerts, Javi García, Witsel, Rondón, Danny, Hulk… La escuadra de André Villas-Boas fía su suerte a un grupo de foráneos que están quizás atravesando el mejor momento de sus carreras. Pero nada sería de esa tropa de primer nivel si descuidásemos la estructura de acero que mantiene el proyecto de San Petersburgo en pie: Arshavin, Kerzhakov o Shatov, hijos de la patria, son igual de imprescindibles en el conjunto. Así, partido en estas dos mitades tan definibles, el Zenit acaricia el cuarto título doméstico de su historia y sueña con volver a lo más alto en la segunda competición europea por excelencia.

LA CONTROVERSIA DEL EXTRANJERO

Hace dos temporadas, la Federación Rusa de Fútbol estipuló un máximo de siete futbolistas extranjeros alineables en los partidos de la liga nacional. Hasta entonces el límite era de seis. Pero solo el debate que estalló en el país a raíz de esa pequeña subida del umbral, explica muy bien hasta qué punto sigue siendo polémico en el antiguo corazón de la URSS el fenómeno de las incorporaciones internacionales. La sociedad exsoviética, a día de hoy, sigue manteniendo rasgos proteccionistas y un carácter cerrado ante la amenaza exterior. Algo que se plasma también en el fútbol, pues, aunque desde fuera pueda parecer lo contrario, no todos los seguidores de la PLR ven con buenos ojos que cada verano los conjuntos del torneo engorden sus planteles con futbolistas traídos del resto del mundo. Muchos piensan que este hecho acaba siendo un obstáculo directo para la evolución del emergente fútbol ruso. Los más flexibles, en cambio, celebran que al menos aún se mantenga la normativa de la regulación de fichajes, un detalle federativo que en sí mismo ya separa a Rusia de lo que es habitual en Europa.

[quote]Combinando rusos y extranjeros, el Zenit acaricia el cuarto título doméstico de su historia y sueña con volver a lo más alto en la Europa League[/quote]El propio Fabio Capello, seleccionador del combinado nacional, hace campaña siempre que puede para que se siga reduciendo el cupo de extranjeros de la liga rusa. En el presente, el porcentaje de foráneos que compiten en la misma se sitúa en el 45,1% del total, una cifra que supera la que ostenta nuestra competición española, por ejemplo, donde solo el 40,8% de los inscritos han nacido en otros países. Sin embargo, y por mucho que le delate su acento italiano, Capello dejó claras sus intenciones de apostar por el talento local ruso en el pasado Mundial de Brasil, para el que compuso una selección en la que tan solo figuraban futbolistas que competían en la PLR. Sin duda, una escena aislada dentro del proceso de globalización del fútbol moderno. Dick Advocaat ya había pretendido hacer algo similar en la pasada Eurocopa de 2012, en la que solo convocó a un jugador (Ivan Saenko) que jugaba más allá de las fronteras estatales de la gran nación.

La mayoría de jugadores que reciben la llamada de Capello, aun así, forman parte del Dinamo, del CSKA, del Spartak o del Lokomotiv. El Zenit se desmarca como un caso aparte. Seguramente porque su hoja de ruta pasa por jugar al límite con el plan que se ha ido consolidando desde los últimos tiempos en el fútbol ruso: nativos y extranjeros, mitad y mitad. Siempre que se respeten los límites de alineación estipulados, eso sí. Haciendo oídos sordos a los que insisten en priorizar únicamente el talento local, Villas-Boas tiene clara su petición plurinacional para conducir al club de Gazprom hasta la élite: “un Martini con vodka, agitado, no revuelto”.