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El editorial del #Panenka67: Muros

Recuperamos el editorial del #Panenka67, nuestro nuevo número en el que descubrimos el rostro del pueblo azteca, su amor por el fútbol y por el Tri.

Cuando decidimos apostar por este dossier, pensamos en hablar del enorme potencial futbolístico de un país cargado de matices, de aromas y sabores; descubrir una liga con un interesante margen de crecimiento a la que en España no se le presta la suficiente atención; entender de dónde viene el talento mexicano que de vez en cuando aterriza en Europa. También nos apetecía hablar del Tri, ese fijo de las grandes citas mundialistas que, sin embargo, tantas veces ve diluida su ilusión en un pasto que tiene el mismo color que su alma pero en el que solo parecen brillar las estrellas extranjeras. Optábamos a lograr algo tan complejo como periodístico: asomarnos a un mundo que Europa, siempre encantada de conocerse, ignora, y descubrir sus aristas, sus verdades y sus contradicciones. Una manera como cualquier otra, la nuestra, la futbolística, de descifrar lo que significa México en el siglo XXI. Ese territorio amigo al que hoy solo señalamos como destino vacacional, sin caer en que no hace tanto, por ejemplo, acogió a los abuelos que un día fueron hijos de la guerra, abriendo con su luz y futuro los momentos de mayor cerrazón de nuestro último siglo.

Y mientras trabajábamos con ese propósito, llegó el 19 de septiembre, el día en el que el suelo mexicano temblaría como en los peores recuerdos. Aunque no devolverá vidas ni ayudará a mejorar las que han quedado maltrechas, lo mínimo que podemos hacer es dedicar todo el empeño que hemos puesto en sacar adelante esta edición, con más o menos fortuna, con más o menos acierto, a los hombres, mujeres y niños que sufrieron sus consecuencias.

El terrible acontecimiento ajustó nuestra mirada sobre el país norteamericano. Lo notamos al observar desde la distancia, gracias a la fría cercanía de las redes, cómo la solidaridad fluía entre su población. Lo supimos, dimos con la clave: ¿Qué es México? México es el pueblo mexicano. Una gente orgullosa cuyas principales inseguridades y contradicciones provienen de la amargura de las derrotas. Así es, también, como se relaciona con el fútbol, con su selección. El verde de la esperanza nunca se borra, está en su camiseta. No importa las veces que caiga, la ironía, el sarcasmo y la contundencia con la que reaccionan a las decepciones su grada y sus medios de comunicación. Son poca cosa los mareantes cambios de humor que un partido del Tri ofrece a sus sufridos hinchas. Están olvidadas las lágrimas derramadas por derrotas inesperadas contra rivales inferiores -y las injustas ante contrincantes más fuertes-. Porque cuando México llama, los mexicanos levantan la cabeza, con la mirada clara, y responden, saltando barreras tan altas como la desigualdad, la pobreza o la corrupción para unirse en su causa. Con una esperanza que quién sabe de dónde viene, pero que vive y persiste. Y eso lo deberían saber los ignorantes de cara maquillada y pelo oxigenado que mercadean con vidas ajenas. Por si acaso, se lo recordamos una vez más: es imposible ponerle muros a la esperanza.