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El editorial del #Panenka64: Ahora todo se terminó

'La vida después del fútbol'. Este es el editorial con el que abrimos nuestro número del mes de junio y penúltimo de la sexta temporada, el #Panenka64

Le iban a despedir como al octavo Rey de Roma. Como a un personaje colosal en un lugar que se mide en siglos. Así que podría haber cometido el error de creerse inmortal, como los viejos emperadores a los que les erigían templos. Podría haber pensado que él y su familia comerían, beberían y vivirían de esa gloria durante el resto de sus días. Pero cuando cogió el micrófono para hablar ante el estadio abarrotado, en su último acto como jugador de la Loba y después de haber secado las lágrimas derramadas ante la Curva Sud, Francesco Totti optó por ser humano y, por lo tanto, humilde. “Permítanme tener miedo”, le pidió a su gente, a la que se le rompía el corazón.

Quizá su carrera no fue la mejor -tampoco la peor, con un scudetto para el club de su vida y un Mundial para su país-. Otros se fueron y se irán con un palmarés mucho más envidiable. Pero Totti sí que tuvo la mejor de las despedidas, un adiós difícilmente igualable; uno tristísimo. Lo que se había planeado como una gran fiesta en su honor, con música, color y orgullo romanista, resultó ser un acto de duelo colectivo. “No es sencillo apagar la luz”, confesó, aún con la camiseta roja puesta. Había poco que celebrar, pero aun así siempre se recordará la tarde en la que Totti y sus aficionados bajaron los brazos en su lucha contra el tiempo. Aunque sin llegar a hacer las paces con él: en cierto modo, se sentían traicionados por su inexorable paso. Aquello es Roma. Y Totti es Roma. Pero que Roma sea eterna, no signifIca que sus ciudadanos tengan también ese privilegio. Ni siquiera Francesco, que solo pudo espetar, rendido: “Maldito tiempo”.

“Tengo miedo -decía-. Y no es el mismo miedo que sientes cuando estás ante la portería para tirar un penalti. En esta ocasión, no puedo ver cómo es el futuro a través de los agujeros de la red”. Así, con un texto tan elocuente que uno pensaría que lo había escrito con sus pies y un balón, el capitán definía la retirada. Al decir adiós, el jugador queda desposeído de sus certezas y regresa al mundo que abandonó de niño, del que no han hecho más que protegerle. ¿Cómo no va a tener miedo si lo que le espera es todo aquello de lo que su séquito le ha intentado apartar?

“Ahora soy yo el que os necesita con todo el amor que siempre me habéis demostrado”, pidió Totti. Y el público le cantó que nunca le dejaría solo. Pero el fútbol volverá en agosto y Totti ya no estará. Y la Roma jugará sus partidos y seguirá sufriendo y anhelando éxitos con la misma intensidad. Y, cada vez más, Francesco, consciente de que “ahora todo se terminó”, será un recuerdo, una cara en álbumes antiguos, un breve plano cuando la cámara busca rostros en el palco, una leyenda que cuentan los padres a los hijos. Porque el futbolista que se retira no es el actor que reposa en su camerino seguro de que el telón ya está cerrado y las butacas, vacías. Cuando el deportista se va, la comedia continúa, ajena a él, con una crudeza que atemoriza al más valiente.