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Iker Jiménez: “Fui un desconsolado niño del Mundial’82”

En el #Panenka24, nos subimos a la nave del misterio para conocer el lado futbolero de Iker Jiménez, que nos traslada con sus recuerdos al fútbol de los 80

© Roberto Garver

Esta entrevista está extraída del #Panenka24. Puedes conseguirlo aquí


En mi familia nadie era futbolero. Nadie. Soy un misterio hasta en eso. El primer recuerdo que asocio con este deporte son las ligas ganadas por la Real Sociedad. Desde ese momento, y con la euforia de lo que se presumía iba a ser el Mundial 82, comenzó mi afición. La Real y Atotxa me entusiasmaban. Para mí era el mejor estadio del mundo, el más auténtico, donde se respiraba ese rito del viejo fútbol de graderío pegado a la cal, puros farias, txirimiri cayendo por las verjas, bombos a tope, banderas tocando la espalda del linier, el tipo de la boina atusando el pelo de López Ufarte al colocarse para sacar un córner, balón Adidas completamente blanco y terreno convertido en un barrizal. Los jugadores de la Real eran como gladiadores que derrotaban, con menos medios que los gigantes, a sus contrincantes. Eran David contra Goliat. Zamora, López Ufarte, Arconada, Satrus, Olaizola, Celayeta, Cortabarria, el gran ‘Periko’ Alonso… un club de leyenda. Un ejemplo imposible hoy. Por eso es un mito imborrable. Me alegro mucho de haber vivido todo aquello.

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Mi familia materna es de Villava, el pueblo de Indurain, ¡casi nada! Todos los largos veranos de mi infancia transcurrieron allí. Sobre todo, en un campo de fútbol abrasado por el sol de las cuatro de la tarde en el colegio Dominicos. Ahí aprendí lo poco que sé del ‘deporte rey’. Mi mejor amigo de Villava, Pachi, me mostró por primera vez la camiseta de Martín Monreal, de Osasuna. Con su once blanco a la espalda. Aluciné. Mi abuela me hizo, con un polo azul, un pantalón blanco recortado y bastantes horas de bordado, el traje de Paolo Rossi. Y me hacía llamar ‘Bambino de oro’. Era el ’82, claro.

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Fui con mi abuelo y mi tío muchas veces a El Sadar. No se quedaba atrás el mítico estadio pamplonica. Me gustaba el futbol de garra, coraje y amor a unos colores. Esos valores me parecen muy positivos. Quizá por eso añoro tanto aquel fútbol, el de mi niñez, la verdadera patria del alma. Todo lo demás es sucedáneo. Yo intento pelear por ser niño siempre. Pero no es fácil. El fútbol hipermercantilizado e hiperaséptico ha borrado muchas señas de identidad que, para mí, lo hacían algo único. Echo mucho de menos aquello. Me imagino de delantero y salir con lluvia, de noche, a esos estadios, y otros míticos como Las Gaunas, El Plantío o el Viejo Sardinero, y ver enfrente a Cortabarria, Sañudo, Tanco o similares… ¡Eso es pavor y no mi programa!

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Recuerdo especialmente el gol de Zamora en El Molinón que le dio la Liga a la Real en 1981. Otro de Bayona, de Osasuna, contra el Valladolid… creo que ese fue el primer gol que vi en mi vida. También tengo presente el tanto de Señor con un Jose Ángel de la Casa emocionado y desgañitado como todos. Quizá ese fue el más emocionante. El más épico. El más imposible. El que resume lo que es el fútbol y lo que es España. El de Alfonso en la Euro 2000 me dejó afónico la misma tarde que tenía programa, como colaborador, en Radio Nacional. Tuve que pedir disculpas en antena… dijeron que aquello no era serio, pero yo me sentía muy feliz. El gol de Iniesta en el Mundial de 2010 lo grité junto a Carmen, mi mujer, en una casa de montaña en Ibiza. Momento inolvidable. A veces parece que todo fue un sueño. Quién me lo iba a decir a mi, que fui un desconsolado niño del Mundial’82.

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He hecho algunas locuras por el fútbol. La más fuerte, cambiar el día de grabación de un programa de Cuarto Milenio durante la primera temporada para que no coincidiera con mis partidos de los lunes. Forcé la máquina. El fútbol es sagrado. Los directivos ya sabían que estaba loco, pero eso se lo confirmó del todo. Cuando juego soy un delantero peleón, poca técnica, pero mucho coraje. Defectos, todos. Y no los corrijo. Eso es imposible. Pero tengo fe siempre. Nunca me doy por vencido. Jamás. Puede que sea mi única virtud.

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Si me tengo que quedar con un ídolo me quedo con Megido. Es un ser legendario. Un outsider. Un rebelde con causa. Su aspecto, su explosividad, su arte. Megido representa para mí todo lo que es el fútbol de la frontera de los años 70-80. Fue, creo, un hombre a contracorriente del sistema. Un genio. Jugó en el Sporting, Granada, Betis, Málaga, Hércules… tenía fama de no callarse una. Fue una vez internacional, salió 20 minutos y metió el gol de España. Pero nunca volvió. ¿Acaso no es un misterio eso? Quizá por eso siempre fue mi ídolo. También me gustaban López Ufarte, ‘Lobo’ Carrasco, Marañón, Zamora…

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Ahora soy del Atlético de Madrid. Es un enorme misterio, ¿verdad? Puede que, en un sentido profundo, sea como un acto de rebeldía para ir contracorriente. Es un poco estar del lado de lo inesperado, de lo mágico, de lo que no está en el guion. Yo nunca hago el programa con guion. Ni leo. A lo mejor hay cierta similitud. Lo que está haciendo Simeone tiene un enorme mérito. El fútbol, como casi todo, es una cuestión de fuerza mental. De fe en las propias posibilidades. Una fuerza absolutamente desconocida, pero maravillosa.