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Facu Díaz: “El fútbol es de la gente, de las clases populares”

Compartimos un rato con Facu Díaz, un joven humorista uruguayo en el que se esconde un hincha apasionado e idealista, un atípico enamorado del balompié

“Como todos los uruguayos, yo nací gritando gol”, reconocía Eduardo Galeano. La cita, un fiel reflejo de la inefable pasión con la que se vive el fútbol (“la única religión que no tiene ateos”, según proclamó el célebre escritor de Montevideo) en el pequeño país sudamericano, también sirve para hablar de Facu Díaz, un joven humorista que dejó atrás Uruguay para instalarse en Catalunya a los ocho años. En su maleta, como no podía ser de otra manera, se llevó con él el irracional amor por el fútbol que el país charrúa inculca en todos sus descendientes.

En la actualidad, compagina su afición por el deporte rey y la música (toca la batería desde los 14 años) con su dedicación al mundo del humor, siendo una de las dos caras de No Te Metas En Política, un show político semanal (y claramente contestatario) que se estrenó en 2016 y que, tras más de 60 programas, ya está plenamente consolidado como uno de los más populares del panorama español; “un espacio de puta locura que, por la necesidad de intentar desmarcarnos de lo que se ha hecho convencionalmente en el humor de actualidad, hemos terminado convirtiendo en una especie de laboratorio en el que exploramos los límites y probamos hasta donde se puede llegar; contestando a las movidas extrañas que hay últimamente con la justicia de la manera más agresiva, desde una perspectiva de izquierdas. Como diciendo: ‘A ver, que vengan a por nosotros'”. “Somos un proyecto de inspiración franquista, somos como la Alianza Popular de la comedia”, añade antes de explicar, entre carcajadas, que el nombre del show proviene de una expresión que utilizaba Francisco Franco con sus allegados: “Usted haga como yo y no se meta en política”.

Facu probó suerte en el balompié, pero una lesión en los pies truncó la carrera deportiva que había empezado en un club armenio de Uruguay (“No sé a qué se debe este flujo migratorio tan extraño, pero en Uruguay hay muchas comunidades armenias y tienen como costumbre montar clubes de fútbol”) en los primeros años de su adolescencia. Con todo, quedó completamente intacto su (atípico) amor por el fútbol; un deporte al que, como al humor, continúa viendo como una herramienta para reaccionar contra las injusticias sociales.

 

“El fútbol me ha dado grandísimos momentos. Y creo que lo que he vivido de forma más fervorosa y apasionante es seguir a la selección de Uruguay”

 

¿Con qué se ríe un humorista?

Somos gente muy rara, y cada uno encuentra la risa donde menos se lo espera. Yo me río muchísimo con El Chiringuito de Jugones, por ejemplo. No lo veo habitualmente, pero si lo pillo en la tele lo dejo un rato para ver a qué andan. Y mira que no soy un entusiasta del fútbol, pero me interesa ver qué follón montan esos señores ahí. Me parece muy divertido.

Dices que no eres un entusiasta del fútbol. ¿Qué relación tienes con este deporte?

El problema que tengo con el fútbol no es que no me interese o que no me guste, al contrario. Me encanta la cultura que hay alrededor del fútbol, quedar para verlo y comentarlo. Pero por lo general soy muy poco constante siguiendo cosas. Hubo una época en la que desconecté y perdí el interés por el fútbol, aunque ahora vuelvo a estar mucho más enterado de todo lo que sucede en este mundo.

Es que debe ser genéticamente imposible que a un uruguayo no le guste el fútbol…

Es un país muy futbolero, y evidentemente esto se me nota. De hecho, cuando juega Uruguay procuro estar siempre pendiente. El fútbol me ha dado grandísimos momentos. Y creo que lo que he vivido de forma más fervorosa y apasionante es seguir a la selección de Uruguay.

De todos esos momentos apasionantes, ¿con cuál te quedas?

Desde luego, el último así más potente fue el partido contra Ghana, no sé si de cuartos de final o de octavos, del Mundial de Sudáfrica. Fue un despropósito de partido, con las manos de [Luis] Suárez. Y fue muy divertido. Recuerdo que estábamos en Tarragona, viendo el partido con mi grupo de música justo antes de ir a tocar a Valls. Éramos tres uruguayos y un catalán que, de tanto juntarse con nosotros, ya era prácticamente uruguayo y que también estaba siguiendo muy entusiasmado el Mundial. Estábamos en un bar en el que solo nosotros veíamos el partido, pero aquello se convirtió en algo tan loco que todo el mundo terminó animando a Uruguay a tope. Y cuando Suárez [en el último minuto de la prórroga, con 1-1 en el marcador] la sacó con la mano fue como: ‘¿Qué cojones…?’. Me acuerdo de que mis colegas se levantaron para ir a pagar. Yo me quedé para mirar el penalti y cuando vi que el tipo [Asamoah Gyan] lo fallaba me giré para atrás y me dije: ‘Bueno, bueno, bueno… Estos se acaban de perder algo muy gordo’. Mi hermano, que era el cantante del grupo, afónico perdido de gritar. Fue la polla, y de vez en cuando aún busco el vídeo para enseñárselo a la gente.

Quizás esa es la magia del fútbol, aquello que lo convierte en un espectáculo único…

Sí, en realidad es eso… Es que yo me considero un mal aficionado al fútbol, porque solo me gustan estos momentos, porque solo me interesa la chicha. A las malas yo no estoy, a las malas yo no puedo estar. Yo en un Barça-Las Palmas que quedan 1-1 no puedo estar; sinceramente, ese partido no lo hubiera visto porque no me despierta ningún interés. Ahora, todo lo que sean finales o partidos en los que realmente haya algo en juego, en los que pueda pasar algo interesante, ahí voy a estar yo. Y también me encanta seguir todo lo que sean curiosidades del fútbol y movidas raras que pasan. Eso lo sigo mucho más que a mi equipo. 

Me gustan los enfoques distintos, los reportajes que me dan algo más que los resultados. Que me digas cuanto ha quedado un partido no tiene ningún valor, pero si me haces un reportajillo como la gente del Canal+… Es decir, hay más de 80.000 personas cada domingo en un estadio y hay más historias de las que suceden en el césped. Y más si acaba con un puto 0-0, busca la manera de hacerme eso interesante porque no me lo voy a comer si no.

Por lo que había visto y escuchado, te hacía mucho menos futbolero…

Para hacer el contraste con Miguel [Maldonado, la otra cara del show], que sí que es muy futbolero, seguramente hayamos exagerado un poco mi distancia con el fútbol en No Te Metas En Política, pero la verdad es que, sin ser un gran seguidor, estoy al tanto de todo lo que hay alrededor de este deporte. Me interesan, sobre todo, cosas como las que comentamos en el programa con el CAP Ciudad de Murcia, que es un proyecto al que nos mola echarle una mano y darlo a conocer en la medida de lo posible. Me hace mucha gracia, porque hay una plataforma que mide la repercusión de los equipos de fútbol en las redes sociales y estos llevan unos cuantos meses entre los 30 primeros, por encima de muchos equipos de Primera División. Y mola porque, más allá de la broma y de que es el equipo del programa, ayudas a mostrar otra la cara del fútbol, la de gente que, después de que un fantasma les arruinara el equipo, dijo: ‘Pues vamos a montar otro nosotros’. Además, es un equipo súper guay, con unos valores muy interesantes.

 

“Me mola ver que hay gradas que aprovechan que es un partido que se está viendo por la tele para luchar contra el racismo, contra el machismo, contra la homofobia”

 

Del Ciudad de Murcia por elección, por simpatía y por todo lo que representa…

De hecho, voy a buscar antes los resultados del Ciudad que los del Barça, porque me interesa que les vaya bien, que progresen y que tengan más repercusión. A veces, también me mola ir a ver al Rayo. Aunque tiene una directiva que no representa al equipo, me mola ver que hay gradas que sacan pancartas, que aprovechan que es un partido que se está viendo por la tele para luchar contra el racismo, contra el machismo, contra la homofobia. Cualquier movimiento en el que se juntan miles de personas para hacer una reivindicación me parece muy interesante.

Hablabas ahora del Barcelona, tu equipo desde pequeño. ¿Por qué?

Por inercia. Yo llegué aquí con ocho años, y mis padres me dieron el pack de integración: colegio, fútbol, tal y tal. Todo a tope desde la primera semana para que ya empezara a buscarme la vida aquí. En la primera semana lo primero que te preguntan es de qué equipo eres, y yo en plan: ‘Bueno… ¿Qué es lo que se lleva por aquí? Pues a tope’. Podría haber sido del Madrid o de cualquier otro equipo, básicamente fue por un tema circunstancial.

Al final, uno quizás se siente mucho más cercano a los once tíos que defienden la camiseta del Ciudad de Murcia que a esos dioses intocables que lucen la del Barça…

Sí, la verdad es que sí… Además, he estado en el Camp Nou y me pareció un estadio muy poco animado, un lugar súper frío. Estaba ahí aburrido, viendo jugar a Leo Messi y aburrido. No me sentía acompañado por nadie. El estadio estaba lleno, pero yo no sentía en absoluto el calor que hay en Vallecas. Allí son más poquitos, pero existe una voluntad y unas ganas de pasarlo bien. Al final vas al estadio a eso, no a cagarte en tus propios jugadores.

 Para los futbolistas, trabajar en lo suyo es todo un privilegio. ¿Y para Facu Díaz?

Estoy hasta arriba de cosas, pero estoy muy contento. No voy a ser un hipócrita; la verdad es que me considero un puto privilegiado, aunque esto no significa que yo no trabaje… Porque esta es otra idea que rula mucho. No es bajar a la mina, pero supone un trabajo. Evidentemente, hay cosas que me gustan más que hacer comedia, como no hacer nada, por ejemplo, pero nadie me va a pagar por quedarme en mi casa; así que tengo que hacer alguna cosa. Y me siento un privilegiado, porque yo tengo un trabajo en el que la gente me aplaude.

Para que la gente se haga una idea, que se imagine que trabaja con público y que 400 personas le aplauden cada vez que pone un ladrillo. Esto a mí me pasa, y me siento muy afortunado. Es la parte más guay. Por lo demás, yo madrugo, tengo rutinas de trabajo, lo paso mal y algunos días me gustaría no hacer el show. Es decir, por mucho que sea una cosa divertida, también tiene sus partes de puta mierda, de decir: ‘Me gustaría no trabajar’. Pero me toca. Aunque tenga un día muy malo tengo que escribir chistes, y esto muchas veces no mola nada.

 

Con la que está cayendo desde hace mucho tiempo, ¿cuántas veces os han dejado caer que los programas casi deben hacerse solos?

Nos lo dicen muchas veces. Y es verdad que está guay que haya movimiento en la política porque a nosotros nos da mucho contenido. Pero, por lo general, la actualidad suele ser bastante repetitiva y las noticias siempre suelen ser del mismo tiempo: un ladrón en el PP, el PSOE con sus problemas y tal… Y, joder, al final cuesta hacer algo distinto cada semana.

Tal y como insinuabais en un par de sketches de La Tuerka News (1, 2): la realidad se repite ante nosotros una y otra vez, pero parece que nada cambia.

Sí, sí… Seguro que aquellos dos sketches surgieron de decir: ‘Me cago en dios, no tenemos nada’. ‘Sí, es una nueva noticia… Pero solo cambia el nombre. Lo que han hecho es exactamente lo mismo que el anterior y yo ya no sé qué cojones decir…’. Es muy jodido. 

Cambiando de tercio, a veces uno tiene la sensación de que el ‘el humor siempre debe tener unos límites’ es en el mundo del humor lo que es el ‘el fútbol no se debe mezclar con la política’ en el del balompié.

Siempre se agradece que se hable sobre el tema, pero creo que es un debate que se suele enfocar mal. Siempre pongo el ejemplo, muy ilustrativo, de una periodista que me empezó a hacer un test con temas para preguntarme si yo haría chistes sobre eso o no. Me decía: ‘La pederastia en la iglesia católica, el terrorismo…’. Yo le iba diciendo que sí a todo. Ella se quedó flipando, y yo me incomodé muchísimo porque le vi la cara y pensé: ‘Esta tía cree que soy un monstruo’. Y entonces le dije: ‘Mira, no quiero meterme en tu trabajo como periodista, pero creo que estás enfocando mal las preguntas porque no estamos contextualizando de ninguna manera’. Son muchos factores los que están alrededor de cada chiste, de cada broma, de cada comentario: a quién va dirigido, quién lo hace, en qué momento lo hace, cómo se enfoca…

Son tantísimos factores que es un debate que se suele enfocar mal, y es una pena porque es un tema realmente interesante. Y, sobre todo, se nota mucho la hipocresía de quienes pretenden hacernos creer que en privado no bromean con cosas gravísimas. Todos lo hacemos; y no hay ningún problema en hacerlo porque, en entornos de confianza en los que sabemos que no estamos hablando en serio, que nadie defiende según qué cosas, cada uno es libre de hacer las bromas más salvajes, más sucias y más rastreras que a él le dé la gana.

Al final, con humor, quizás se tendría que poder hablar de todo…

La verdad es que no hay nada más guay que echarse unas risas. No hace daño a nadie. Y no hay motivo para no hacerlo, aunque sí que es verdad que yo soy un poco más inconsciente en este sentido porque quiero pensar que tengo como una especie de carta blanca. [Después de desfilar hasta tres veces ante el juez como imputado, acusado de “poner en peligro la paz social” en una de ellas] sería acojonante que tuviera que ir otra vez a explicarme.

 

“La verdad es que no hay nada más guay que echarse unas risas. No hace daño a nadie. Y no hay motivo para no hacerlo”

 

“Siempre va a haber un Flanders que se ofenda”, remarcabas un día en Late Motiv. Entiendo que esta es la raíz del problema, especialmente cuando la justicia o el poder son quienes se reencarnan en este Flanders.

Puse el ejemplo por aquella escena en la que Flanders [un personaje de Los Simpsons, caricaturizado por su enfermiza defensa de las ideas cristianas] sale viendo cintas de tele, apuntando tacos y cosas para denunciarlas. Siempre va a haber gente que se sienta ofendida y recurra a la justicia porque cree que lo que se está haciendo es algo gravísimo, pero el problema es cuando es la propia fiscalía del estado la que se dedica a hacer investigaciones con unos métodos que desconocemos completamente.

Y el resultado de todo esto son las operaciones policiales para combatir el ocio en las redes que vemos en la televisión. Se monta un paripé mediático para generar una sensación de miedo y de tensión. Primero generaron el problema de internet, del odio y las redes, del ‘todo aquello es un descontrol’; después, te ofrecen las imágenes de cómo lo combaten. Además, mola mucho ver esas operaciones porque la propia policía se graba a ella misma de espaldas, mirando tuits con los ordenadores. Es una cosa maravillosa, como si hubieran desarticulado una banda terrorista. Es un flipe el ver cómo estamos llegando a eso. Y lo preocupante, sobre todo, es el no saber qué está pasando ahí: cuánto dinero se están gastando, quién se encarga de estas investigaciones… Ellos sabrán hasta donde van a tensar la cuerda, pero la cosa se está poniendo fea.

 

“Ellos sabrán hasta donde van a tensar la cuerda, pero la cosa se está poniendo fea”

 

Qué pena tener siempre ese viejo fantasma alrededor…

La verdad es que sí, y me jode. Y quizás nadie lo diría, pero nosotros hemos dejado de hacer cosas que nos parecían muy chulas por esa mierda, por pensar: ‘¡Buah! Es que verás…’. Y me dicen: ‘Ostia, esto es una derrota, esto es lo que ellos quieren…’. ‘Sí, pero es que tampoco quiero que me metan en la puta cárcel’. Yo puedo ser todo lo contestatario que quieras, pero al final uno también mira por lo suyo. En el fondo sí que ganan ellos, pero es lo que hay.

Continúa.

Es que aquí también tiene mucho que ver la gente: cómo te empujan al abismo, al límite del precipicio… Esto también hay que controlarlo mucho. Nosotros nos damos cuenta de que es lo que mejor funciona, de que es lo que más le gusta a la gente. Y más de una vez se lo hemos recriminado al público, en plan: ‘Hijos de puta, vosotros lo que queréis es que nos vayamos a la cárcel. O sea, no queréis eso, pero sí que queréis que…’. Lo entiendo perfectamente, porque a mí me hace mucha gracia cuando otros cómicos juegan allí, al límite. Me río muchísimo, pero es verdad que eso influye… Cuando llevas unos programas muy heavies, la gente está súper a tope. ‘Facu, ¡llevas unos monólogos de puta madre!’. Y tú: ‘Cabrones, ya empezamos…’. Es que si fuera un puto loco y todo esto me influyera más tiraría hasta que me detuvieran en directo. Y la gente lo aplaudiría y diría: ‘¡Qué guay!’. No voy a llegar hasta ese punto porque no estoy loco, pero si me influyera más lo que me dice la gente yo estaría en prisión.

 

“Si fuera un puto loco y me influyera más lo que me dice la gente, tiraría hasta que me detuvieran en directo. Y la gente lo aplaudiría y diría: ‘¡Qué guay!'”

 

Abramos otro melón. Desde la izquierda y desde el mundo de la cultura, siempre se ha tendido a ver el fútbol con un cierto menosprecio. “¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales”, decía Eduardo Galeano.

Supongo que tiene que ver con que el fútbol ha sido utilizado muchas veces como un elemento de distracción. El ‘pan y circo’, el nuevo opio del pueblo. El ejemplo más claro, el caso en el que el fútbol ha producido una mayor enajenación colectiva, es el de Argentina en el Mundial del ’78. Ha ido quedando esa fama del fútbol como una herramienta del poder, pero eso ya no cuela porque se juega al fútbol en todas las plazas y en todas las esquinas. Es una generalización tan burda que ya no se sostiene, que ya no tiene ningún sentido. Es que, además, hay que ser muy idiota para que el fútbol te distraiga de tus quehaceres. Es decir, ¿quién cojones se distrae de sus problemas por una hora a la semana de fútbol?

Lejos de esta cierta superioridad moral que invocan algunos, con el objetivo de darle cabida al fútbol en No Te Metas En Política incluso invitasteis a Axel Torres para entrevistarle…

Y nos moló mucho. Queríamos intentar romper con ese discurso de alguna manera y decir: ‘Oye, que se puede hablar de esto con calma y sin ser Tomás Roncero, enfocando el fútbol de otra manera y lejos del espectáculo dantesco que ofrecen algunos ejemplos del periodismo deportivo’.

 

“Decir que todo el periodismo deportivo es como El Chiringuito de Jugones es como decir que todo el periodismo es como Espejo Público, pero esa es la imagen que ha quedado del periodismo deportivo”

 

En este sentido, en un programa Miguel bromeaba con que los periodistas deportivos son “el escalafón más bajo de la sociedad. Están justo por debajo de la peña que trabaja en los karaokes y muy poco por encima de los Boy Scouts”. Bromas aparte, no parece que la profesión atraviese su época más brillante…

[Ríe]. Es que seguramente hemos hecho comentarios más ofensivos para con el periodismo deportivo. Al final, siendo justos, decir que todo el periodismo deportivo es como El Chiringuito de Jugones es como decir que todo el periodismo es como Espejo Público, pero esa es la imagen que ha quedado del periodismo deportivo. Y, si a todo a eso le sumas esa superioridad de quien cree que el deporte y el fútbol son cosas banales y meras distracciones, ya tienes el combo perfecto para que el periodismo deportivo parezca una puta mierda y se pueda generalizar sin ningún tipo de problema y decir aquello de que ‘el periodismo deportivo es una mierda, la mayoría de los periodistas deportivos son unos mierdas, son unos desgraciados que no valían para el otro periodismo y que por eso se han metido en este’.

Ciertamente, a veces parece que los grandes periódicos, tanto los generalistas como los deportivos, son poco menos que altavoces al servicio del poder.

Sí… No sé si en algún momento fueron buenos medios de comunicación, pero me da la sensación de que ahora son herramientas que se utilizan tanto desde un lado como desde el otro para cosas que nosotros ni siquiera llegamos a entender nosotros. Es decir, a esos niveles, el periodismo deportivo son clubes utilizando a medios para lanzar noticias que les interesan. Por ejemplo, ‘necesito que este jugador empiece a caer mal porque lo voy a ventilar’, ‘necesito que este jugador se empiece a cotizar mucho porque lo quiero vender’, ‘necesito que empieces a tirar mierda contra ese tipo porque se va a presentar contra mí en las elecciones a la presidencia’. Repiten una noticia que ni siquiera existe con el objetivo de influir, de acabar convirtiéndola en realidad. Por eso creo que comprar esos periódicos es tirar el dinero y que hacerles caso a esos programas es perder el tiempo, porque no les interesa en absoluto el lector y simplemente se dedican a confabular, a inventar historietas.

Y después está el otro discurso de moda, el de que el fútbol no se debe mezclar con la política. “Me preocupa que un club se signifique políticamente”, aseguraba hace unos meses el ex Primer Ministro francés Manuel Valls

La madre que lo parió… Es que es imposible pretender que algo que junta a miles de personas en torno a un símbolo y a unas figuras no acabe teniendo una deriva política. Somos sujetos políticos, sobre todo cuando nos juntamos muchos. Los clubs representan a una región, a su gente y a sus valores; así que es evidente que son un elemento político.

Nos dicen que no metamos al fútbol en política, pero es que quizás es algo que siempre ha formado parte de su esencia…

Es que esto es absurdo. Y es propio de tecnócratas y de gente como Manuel Valls. Entiendo perfectamente que quieran desvincularlo de toda política, porque lo que menos les interesa es que el fútbol, que es el deporte más popular que hay y el que se juega en las calles, pueda servir como herramienta de cambio político en algún momento. Para ellos, es lo peor que puede pasar porque seguramente se les giraría en contra. Nunca va a ser en favor suyo porque una cosa son Leo Messi y Cristiano Ronaldo, pero la mayoría de la gente que juega al fútbol no son ellos dos. El fútbol es de la gente, de las clases populares.


Esta entrevista está extraída del #Panenka73. Puedes conseguirlo aquí.