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El florecimiento del balompié

¿Cómo consiguió cuajar tan rápido el fútbol entre la sociedad? Primeras partidos, primeros aficionados, primeras revistas... Una mirada a los inicios del deporte rey

La semilla del foot-ball se había plantado en tierra fértil, y no tardó en florecer. Por mucho que intelectuales de la talla de Unamuno, Ortega y Gasset, Machado o Ramón y Cajal se opusieran, el sport del pelotón echó raíces en suelo español y germinó en todos los estratos sociales. No solamente sucedió con el fútbol. Boxeo o ciclismo también brotaron con fuerza y, en pocos años, se profesionalizaron. El motor, por su parte, experimentó un gran crecimiento debido, en gran medida, al rey Alfonso XIII, que se declaró su más ferviente amante. Su esposa, la reina Victoria Eugenia, no quiso ser menos y promocionó eventos y sociedades deportivas, convirtiéndose en el modelo castizo de sportwoman de la época. Como escribió Castro Lés en Gran Vida«¡Hermoso espejo tienen dónde mirarse las jóvenes de la generación que llega!».

Ni que el sport fuese símbolo de distinción social, ni el neutralismo en la Primera Guerra Mundial, ni tan siquiera el creciente poder adquisitivo de la clase trabajadora. Lo que coronó al foot-ball como deporte rey fue la gesta de Amberes, en 1920, de los futbolistas comandados por Paco Bru. En su primera participación olímpica, la Selección volvió a España con una medalla de plata que sabía a oro, lograda a base de casta, bravura y cojones. El mismísimo Alfonso XIII presidió el apoteósico recibimiento de los héroes en San Sebastián, y los felicitó personalmente. Para la historia había quedado la frase de José María Belausteguigoita Landaluce, al que todos sabiamente llamaban Belauste: «¡A mí el pelotón, Sabino, que los arroyo!». El periodismo había creado el mito. Manuel Castro Hándicap, el único reportero español en aquellos Juegos, la publicó en una de sus crónicas, y en aquella frase, quedó resumida la filosofía de la temida furia roja, por mucho que los italianos se mofaran con lo de furia rossa.

 

El nacimiento, en 1897, de la revista Los Deportes había resultado decisivo en la difusión del sport. La cobertura de competiciones internacionales, como los JJOO, creó un nuevo puesto en las redacciones: el enviado especial

 

El nacimiento, en 1897, de la revista Los Deportes había resultado decisivo en la difusión del sport. La cobertura de competiciones internacionales, como los JJOO, creó un nuevo puesto en las redacciones: el enviado especial. El primero en ocuparlo fue Jorge Peano, en 1899, corresponsal de Los Deportes enviado a Argentina. A raíz de la plata de Amberes, cambió el panorama periodístico en España. RubrykHándicapBalompédico o Rampoleón se convirtieron en las firmas más buscadas para conocer la última hora deportiva. Los propios deportistas, una vez retirados, agarraban la pluma para nutrir con su experiencia las crónicas. Como Paco Bru, aunque, en una ocasión, acudió al estadio como reportero y terminó jugando el partido. Sucedió en la eliminatoria de Copa, entre Madrid y Barcelona, de 1916. Minutos antes de comenzar el segundo choque, en la grada comentaban que el tren que traía a Massana y Vinyals había descarrilado. Cuenta la leyenda que Bru no se lo pensó. Enseñó el carnet de socio, pidió unas botas y saltó al campo vestido de corto.

En aquel partido, trabajaba para El Mundo Deportivo, periódico que, desde 1906, se había convertido en el primero dedicado exclusivamente al fútbol. Su publicación allanó el camino a decenas de revistas, semanales y diarios íntegramente deportivos. El periodo de entreguerras multiplicó las tiradas. Ciudadanos de todas las capas sociales se hacían con su ejemplar para enterarse de lo que sucedía a su alrededor. Muchos periódicos comenzaron a fichar a escritores profesionales y pensadores como colaboradores. Con la censura de Primo de Rivera, el material footbollísitico aumentó su peso en los diarios. Había que encontrar temas que no abriesen viejas heridas, y el foot-ball era en una apuesta segura: el pelotón entretenía al país como el circo había hecho con Roma.

Al fin, los cronistas deportivos abandonaron las páginas de sociedad y se ganaron una propia. En poco más de una década, las crónicas de matches pasaron, de simples menciones a equipiers y goals, a largos párrafos sobrecargados de extranjerismos, en los que se alaban las cualidades de los ases del balón. Comenzaron a introducirse, aderezados con giros literarios y florituras adjetivales, anécdotas, situaciones coloristas y, en algunos casos, hasta las preferencias de los propios redactores. Tanta pasión, la mayoría de las veces, saturaba los textos y terminaba convirtiéndolos en artefactos pedantes y rimbombantes.

Sin embargo, hasta que la fotografía invadió los periódicos, la épica y el agon fueron los primitivos cinceles con los que los redactores esculpieron, a golpe de palabra, la novedosa figura del héroe moderno: el futbolista.

LA LÍRICA DEL FÚTBOL

Por mucho que algunos intelectuales desconfiasen de la invasión del deporte rey, hubo otros que lo apoyaron fervientemente desde su desembarco.

Uno de ellos, Eugenio d’Ors. Durante muchos años publicó sus pensamientos en unas diminutas glosas, famosísimas en su época. En varias, abordó uno de los temas de candente actualidad: el modernizante sport. En su opinión, el deporte tenía una virtud fundamental: mientras se practicaba, el deportista conseguía olvidarse de todo, incluso «lo lleva a olvidar su condición de bípedo terrestre». La natación, en efecto, fue una de pasiones; pero también le dedicó varias glosas al fútbol, o al balompié, como él prefería llamarlo. Notas sobre balompié arrancaba así: «Algunos poetas, en vena de ultra o de futuro, han abierto, por fin, los ojos al presente y, dados a remozar el viejo repertorio de temas líricos, cantan ya, entre otros espectáculos de la vida moderna, los partidos de balompié».

 

“Algunos poetas han abierto, por fin, los ojos al presente y, dados a remozar el viejo repertorio de temas líricos, cantan ya, entre otros espectáculos de la vida moderna, los partidos de balompié”

 

Él acudió a muchos, como relató en Notas nuevas sobre el balompié. Incluso criticó algunos cambios implementados en el reglamento. El juicio del réferee, según él, no debía entrometerse en el juego, al menos no tanto como se proponía en ciertos círculos: «¡Y que tuviéramos que recurrir a Pascal y a las razones que la razón no conoce, y a Freud y los complejos que no conocen vergüenza, para decidir si a este defensa derecho, que ha jugado sucio, hay que pitarle un penal o no!». Advirtió, igualmente, que «la pasión popular ante las figuras, ante los gestos y las gestas de los jugadores» incendiaba la imaginación de los más jóvenes con la fiebre del balompié, al tiempo que les hacía olvidar «algunos deberes, en aras del celoso numen que ha acabado enseñoreándose de la continua agitación de los pies». En Semifinales sobre el balompié, vaticinó que «el balompié espera su Cervantes», asunto de carácter urgente, ya que, como él lo veía, el profesionalismo estaba acabando con sus últimos vestigios de caballerosidad.

Ernesto Giménez Caballero, fundador de La Gaceta Literaria, rápidamente le dedicó una sección al deporte en su revista. Para él, era un arte más. En 1928, publicó Hércules jugando a los dados, ensayo en el que abordó, con estilo vanguardista, el tema del sport. Como Eugenio d’Ors, esperaba la llegada de ese Cervantes que lograra reflejar su época a través del deporte, y al fin, lo desvinculase del primigeneo estilo periodístico: «Esos periódicos —junto al poema y al roman deportivo— constituyen, en rigor, la literatura primitiva del deporte. Una literatura de juglería. Y va siendo hora de crear —frente a esta— una culta, humanística y crítica. Puramente intelectual». En definitiva, Giménez Caballero proponía hacer deporte con la literatura, y no del deporte, literatura.

Entendía que España debía contaminarse de anglicismos si quería huir de la tradición semítica y católica que la había conducido hasta entonces. En el capítulo Explicación del fútbol, enumeró algunos porqués del florecimiento del balompié en España: «Es una reacción contra los viejos valores concebidos, la ironía trágica de un pueblo que ha jugado hasta entonces con la esfera del mundo y ahora se divierte con una llena de aire». El desastre del 98 había dejado el país en ruinas y había llegado el momento de levantar algo nuevo de sus cenizas. El fútbol se convirtió en el pilar angular. Su práctica, en una de las claves «para que esta joven y atlética humanidad no se adultere y torne a lo antijóven, lo antidivino, lo antiheráclito». Además de un canto a la juventud, Giménez Caballero veía otro factor fundamental en la lucha de lo moderno y lo antiguo: «El fútbol, en España, es la protesta valiente contra los toros».

El periodista vasco Jacinto Miquelarena fundó y dirigió el periódico Excélsior, antes de pasar a ABC y ser nombrado director de la revista deportiva Campeón. De su experiencia como redactor publicó, en 1934, Stadium. Notas de sport. Fiel defensor de todos los deportes, no le tembló la mano cuando tuvo que ser crítico en ciertos aspectos. Para él, la fiebre del balompié, junto a otras, tenía visos de enfermedad: «Se pueden decir cosas terribles del fútbol y el boxeo», escribió. «En primer lugar es posible decir que no son deportes, sino enfermedades. Uno se siente atacado de fútbol o de boxeo como puede sentirse de cáncer». En la línea de Giménez Caballero, reivindicaba el papel del joven atleta para reflotar el país; pero, como Unamuno, recelaba de los deportistas contemplativos: «Nada tiene que ver con el sport el boxeo y el fútbol contemplativos. Son espectáculos de puro, de alfiler de corbata, de uña larga, de gesto impertinente y de lugares comunes».

De igual manera, criticó los premios y la cada vez más utilizada palabra récord: «La enfermedad del deporte es la contemplación. Son las medallas, son las copas; es en fin todo lo que mide y calibra el esfuerzo, recompensándolo con una escala de premios que se parece mucho a una tarifa». Tarifa que, desgraciadamente, nunca se dejó de pagar, en aras de una competitividad que roía la esencia del deporte para convertirlo en el negocio más rentable del mundo.