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¡Bienvenido, Mr. Foot-ball!

Foot-ball, fútbol, balompié, bolapié,… los escritores españoles se encontraron con un problema cuando el deporte rey se estableció en nuestro país. ¿Cómo lo llamamos?

El foot-ball desembarcó en los puertos españoles hablando inglés. A pesar de que el lingüista y académico Mariano de Cávia había reivindicado, en 1877, el uso de “deporte” en lugar de sport, los vocablos referentes al fútbol tardarían años, y varias discusiones entre periodistas y escritores, en traducirse y asentarse.

Con el renovado siglo XX, también se quiso regenerar el vocabulario que describía el foot-ball, el deporte que mejor encarnaba dicha regeneración. Antonio Viada publicó en Los Deportes una serie de ocho artículos agrupados bajo el título Sobre el vocabulario deportivo, en los que castellanizó la mayoría de su léxico. Entre los periodistas que más lo apoyaron destacó Narciso Masferrer, que incluso lanzó un llamamiento a los colegas de gremio desde dicho periódico: «De ahora en adelante atengámonos, queridos compañeros y estimados colaboradores, a lo dicho: al pan pan, al sport deporte, al team bando, al match partido, al goal tanto».

Algunos escritores, como Emilia Pardo Bazán, secundaron la iniciativa. Otros, no. En 1907 Eugeni d’Ors publicó una glosa en La Veu de Catalunya titulada Imatgeria d’estiu: la pilota de “foot-ball”, donde contaba que una pelota había llegado al pueblo y los pageses habían organizado un partido. Mientras jugaban, explicaba el funcionamiento: dos equipos, un capitán por bando, diferentes posiciones y la subordinación de cada uno para que el engranaje del equipo funcionase. «Naturalmente», continuaba d’Ors, «los jóvenes pageses que juegan en la polvorienta plaza del pueblo no son capaces de hacerlo con tanta disciplina. Poseen la herramienta para jugar al foot-ball; pero no juegan al foot-ball».

La traducción de esta palabra dio mucho juego. En 1902 habían comenzado a aparecer sugerencias, como la de Cartero en La Vanguardia«Si a foot-ball no se le quiere llamar “pilapié” por resultar voz artificiosa, aunque armónica, ¿qué inconveniente habría en llamarle futbol?». Hubo inconvenientes, por supuesto, y más sugerencias: Antonio Viada propuso “fudbol”, respetando su pronunciación, y por si no convencía, apuntó una segunda opción: “pelotapié”. También quiso entrar en el debate Jacinto Benavente, desde El Imparcial, con “fuboll”, palabra que si «con cariño se pronuncia, veréis como suena dulcemente y desentonaría menos en cualquier composición poética que el “balompié” o el “piebalón” de los académicos».

Se refería a la propuesta que, en agosto de 1908, Mariano de Cávia había hecho en El Imparcial«Al traducirlo al pie de la letra —ya que el pie toma tanta parte en el juego—, nos encontramos con un vocablo español de la más clara significación y de la más castiza estructura. El vocablo inglés es doble: está compuesto de foot (pie) y ball (balón). Disponiendo nuestro idioma de las mismas dos voces que en inglés, e igualmente precisas y breves, nada más lógico y hacedero que componer la palabra “balompié”».

Al poeta Carlos Miranda no le convenció su aplastante lógica. Dos días después respondió en El Liberal con el artículo ¿Balompié? ¿Bolapié? ¿Bolopié? En su opinión, el problema del embrollo radicaba en que la raíz de la palabra era la francesa ballon: «De ahí mi creencia de que mejor seria bautizar el deporte inglés (tan extendido hoy por España) del football, con el nombre de “bolapié”, que es de pura cepa española. Si no le gusta, ¿por qué no traducir football por “bolopié”, como yo me atrevo a indicar con carácter preferente y definitivo?». Nada de eso, ni preferente ni mucho menos definitivo. Tres días más tarde Felipe Pérez se sumaba a la discusión desde las páginas de Blanco y Negro«Declaro ante todo que no veía el menor inconveniente en que “fut-bol”, palabra extranjera así castellanizada, tomara carta de naturaleza en nuestro idioma».

La discusión no logró un consenso unánime de todos los periodistas. Solo algunos se mantuvieron fieles a la castellanización a pesar de que El País, entre otros, se decantase por la opción de Mariano de Cávia en el artículo No se dice football, se dice balompié«Aceptamos el vocablo balompié, que deben todos los periódicos propagar, dar aire, lanzar con brío, a la cabeza del vulgo, que se pirra por extranjerizar. No se crea que esto es una nimiedad. Todo lo contrario. Cuando un pueblo es fuerte, pone su sello, pone su personalidad y carácter a las ideas y palabras ajenas. […] Lo menos que podemos hacer nosotros es convertir el football en balompié».
Foot-ball, Fútbol, Foot-Booll, Balompié, Bolapié,…

Tradicionalmente, los poetas han sido los encargados de nombrar, de bautizar con palabras. Pero tampoco entre los bardos hubo consenso: cada uno nombró al deporte rey como mejor le pareció.

En 1918, el poeta salmantino Pedro Grafías escribió un breve poema titulado Domingo en el que aparecía la controvertida palabra: «Compañeros gozosos / juegan al football con pelotas metálicas / de torre a torre / yo agujereo el sol». Un año después, el gallego Eugenio Montes publicó, en Los poemas musculares, uno titulado con otro anglicismo: Match. Y de nuevo, esta vez en mayúsculas, volvió a aparecer la palabra inglesa.

«Las canas dobladas en el brazo del árbitro.
Y el collar de cuerdas ahogando el ring.
Los boxeadores remando con los brazos.
La balsa no quiere navegar.
F
L
O
R
E
C
E
N
rosas morenas en los puños
que se injertan en las mejillas.
El tren invisible no lanza humo.
EN EL ROUND ALGUIEN QUEDÓ DORMIDO.
Y en las manos de los concurrentes
se escapan cohetes sin luz.
FOOT BALL.
RIENDAS DE OXÍGENO».

Fernando de Lapi, poeta vanguardista malagueño, también quiso cantarle y lo hizo titulando el poema con la palabra castellanizada, Fútbol:

«Hay un pifiar de cebras
sobre la ancha pradera.
Hay un ballet de púgiles sobre la verde felpa.
Los pies para el impulso y la violencia,
y para el salto y defensa,
y para correr tras la idea.
La testa alta; los ojos escrutadores, mientras
bañada de aire azul, al frente sueña
que el balón es un mundo que ha parido la tierra
y que de un golpe vuela,
como el globo prendado de una estrella».

Fernando Villalón, bardo sevillano, quiso darle un toque más castizo a la palabra y utilizó Foot-booll como título de uno de sus poemas: «Si fueras puerta del campo / y yo fuera delantero / del equipo del «Cariño» / FC, goal certero, / chutaría sobre tu red, / que no pararía San Pedro, / que es mucho más que Zamora, / porque es portero del Cielo». En este entuerto de vocablos, lo único en que coincidieron todos fue en darle una cordial acogida, gritando: ¡Bienvenido, Mr. Foot-ball! Y así, Foot-ball, tituló un poema en 1929 Luis Hernández González:

«Al aire libre, todo azulino
los dos equipos, gallardo porte,
rinden sus bríos al masculino
bello deporte.

En el esmalte del infinito,
aerolito,
soberbias curvas traza el balón,
y en pases largos, de cargas rudas,
entre las piernas semidesnudas
tiene una fuerte vacilación.
El campo corre veces y veces,
brinca, golpea,
en alto otea
el agro lejano,
luego planea con brusquedad,
como una bomba de aeroplano
sobre la calma de la ciudad.

Hay un soberbio fino regate,
con la cabeza
el ala izquierda borda un remate,
que nos asombra por la destreza
y la pujanza que todos ponen en el combate.

En la tupida clara pradera
se multiplica la ágil esfera
los impulsos del puntapié,
desobedece con viva sorna,
en todas partes es mensajera,
marcha, retorna,
con vigor manda el joven tropel
hacia la altura
severamente su redondel,
y luego vemos su oscura piel
pegando brincos funambulescos con la locura
de un cascabel.

Cuello desnudo, libre la testa,
dan los muchachos
nota de vida, de alegre fiesta.
Juegan pujando como leones,
y fingen yunques los esternones,
do martillean,
mientras jadean,
a golpes secos los corazones.
Penalty. Se oyen voces airadas
y otras protestas apasionadas,
el cañonazo
cruza invisible en alas forzadas
y del «portero» da en el regazo.
Surgen en todos nobles pruritos
y las figuras van desveladas,
van como locas, van fascinadas.
¡Carreras, gritos…!
Vibrantes frases,
nombres y voces
tiros directos, regates, pases,
fuertes rumores de la emoción,
marchas veloces
con el balón,
duro tanteo, bella parada,
acometida bien esquivada,
hermoso avance en el que el poniente vivo arrebol
a la pelota encarnada
con los matices del alcohol.

Una arrancada
y en la red pega desaforada.
¡Victoria! ¡Gol!»

Dar pie con bola

La discusión por la palabra no terminó ahí. En las primeras novelas vertebradas en el fútbol, como El coloso de Rande (1927) de Bugallal o Chiripi (1931) de Zunzunegui, los personajes utilizaban goalkeeper, forward o mister con naturalidad inaudita. El tema no estaba cerrado y ni en la Real Academia de la Lengua se daba pie con bola. Foot-ball se había admitido en el DRAE en 1927. Nueve años después, lo hizo “futbol”, sin tilde. Y no fue hasta 1970 que se admitiría “balompié”.

En 1959, Salvador de Madariaga se preguntaba en ABC: «¿Qué diremos de las patadas que le asesta el fútbol a la lengua castellana?». Y añadía: «Empezando por este dichoso fútbol que ni es inglés, ni es español, sino algo híbrido y estéril como la mula». En su opinión, aquella palabra denotaba falta de inventiva y aportaba la solución al problema: «Todavía no me explico por qué los españoles no hemos adaptado bolapié».

Dámaso Alonso, tres años antes, en su II ponencia al Congreso de Academia de la Lengua, habló de la introducción al castellano del anglicismo fútbol: «No tiene importancia ninguna para el idioma la introducción de un extranjerismo, con tal de que se den dos condiciones». La primera: que la fonética y la morfología fueran correctas en castellano. Por eso, había «sido una verdadera pena la introducción y propagación de fútbol con su tb impronunciable para las gargantas hispánicas, de donde resulta que cada uno lo dice a su modo —nuevo elemento de fragmentación— fúlbol, fúrtol, fúbol, fulból, furból, etc.». Y la segunda: que el extranjerismo fuese aceptado por los hablantes. «No los toquéis», advertía, «creéis «limpiar», y lo que inconscientemente hacéis es fomentar la fragmentación idiomática».

Quizás, lo más sensato, como escribió Gerardo Diego en el poema Balón de fútbol, era dejarse de tecnicismos y simplemente cantar a la felicidad que significa ese pedazo de cuero lleno de aire. Su magia convertía un descampado en un estadio, un par de chaquetas en una portería y un puñado de chavales en ases del fútbol por una tarde. Tener un balón o no tenerlo, esa era la verdadera cuestión. Y nada importaban los Royalty cuando echaba a rodar.

«¿Tener un balón ? Dios mío.

Qué planeta de fortuna.
Vamos a los Arenales:
cinco hectáreas de desierto,
cuadro y recuadro del puerto.

Qué olor la Tabacalera.
—Suelta ya el balón. Incera.
 —No somos once. —No importa.
Si no hay eleven hay seven.
Qué elegante es el inglés:
decir sportman, team, back;
gritar goal, córner, penalty.
(Aún no se ha abierto el Royalty.)

—Marca tú la portería:
textos y guardarropía.
 —Somos siete contra siete.
Un portero y un defensa,
dos medios, tres delanteros;
eso se llama la uve.
Y a jugar. Vale la carga.
pero no la zancadilla.
Yo miedo nunca lo tuve;
(Una brecha en la espinilla.)

Ya se desinfla el balón.
Sopla tú fuerte la goma.
Ata ya el cuero marrón.
El de badana en colores
déjase a los menores
para botar con la mano.

 Mañana a la Magdalena
a jugar contra el «Piquío».
Y al «Plazuela», desafío.

Tener un balón, Dios mío».